Guía zurda de Bogotá V



El mercado de las pulgas de la Jiménez con tercera: un espurio con carácter

En la Jiménez con tercera hay un mercado de las pulgas sin nombre. Y al igual que sus parientes de más alcurnia, es dominical. Pero diferente. No tiene la tradición del mercado de San Alejo en la calle veinticuatro con séptima, adonde acuden los anticuarios de Chapinero para escarbar en busca de tesoros aristocráticos y, por supuesto, carece también de la ordenada monotonía del mercado de Usaquén, cuyo pretencioso nombre en latín: Carpe diem, excluye a los espíritus pedestres no iniciados en la lectura de Horacio.

En cambio allí, en ese lugar de venerable mugre, hasta las cosas más humildes tienen una nueva oportunidad en la vida. En tal sitio no sólo las vajillas de Baviera venidas a menos como sus propietarios originales tienen derecho a estrenar nuevo patrón. Allí todos juegan. Es, digamos, un mercado incluyente.

De modo que en aquel paraíso del objeto usado, las cosas conviven en armonía democrática sin importar la condición social que tenían antes de ser entregadas a cualquier título por sus ingratos amos. Uno encuentra, qué sé yo, tapas para frascos inexistentes, envases de perfumes ya evaporados, navajas de toda calaña y uso, (alguna posiblemente abandonada en el lugar del crimen), una corbata de seda “Hermés”, cajas de cereal con dudosa fecha de vencimiento, libros sosos de Paulo Cohelho conviviendo sin recato con novelas sublimes de Marguerite Yourcenar, zapatos de varios modelos y actitudes, algunos que sacan la lengua para intimidarnos (seguramente cansados de tanto caminar), otros que, candorosamente, nos muestran su perfil más saludable, tal vez con la ilusión de volver a acariciar los pies menudos de una muchacha; unos más, acartonados por el “rigor mortis” que comienza a cundirlos por la humedad, en fin, efectos de poca monta, cosas fuera del comercio elitista donde se mueven con soberbia sus congéneres de mayor estrato social.

Acuden al mercado de marras personas de toda condición; pero eso sí, con algo en común: curiosidad y predestinación. Siempre habrá en aquel mercado algún objeto esperando a su nuevo dueño con ansiedad palpitante, dispuesto a servirlo con desinterés y nobleza en agradecimiento por esa nueva oportunidad que le otorga la vida.

No figura este mercado innominado en las guías turísticas de Bogotá; pero es que, al fin y al cabo, el mercado de las pulgas de la Jiménez con tercera no está concebido para corazones débiles o estómagos impresionables.

créditos foto: de Sauceb www.flickr.com

Comentarios

  1. Darío: Me encantó este relato a cerca de los mercados de pulgas o flee market. En especial sentí pena por esos zapatos con la lengua de fuera y aquellos para los que ya pasó su mejor tiempo.
    Mi esposo era alemán, digo "era" porque ya pasó a mejor vida (eso dicen) y su deporte favorito siempre fue visitar los mercados de segunda.Con él aprendí que hay tesoros increíbles en dichos lugares.
    Su casa en Baltimore E.U era un desbarajuste y parecía un baratillo, ya que estaba llena de antiguedades.
    Tenía desde los cuadros, las vajillas y los adornos que rescató de su hogar en Alemania, hasta copias de ídolos aztecas, pericos de barro, juguetes típicos de México, lámparas de las más variadas formas y por lo menos once gatos vivitos y maullando.
    Aunque de recién casados vivimos juntos en "su paraíso", pronto desistí de hacerlo, pues no me dejaba mover ni uno sólo de sus tesoros y aquella montaña de objetos bávaros "mexican curius" y olores a orines gatos, terminó por rebasarme.
    Así que regresé a mi amado México a tener a mi primer hijo y a vivir lejos de la tacañería y el desorden (¡tank´s God!).Eso si, me quedó la curiosidad por incursionar por los mercados de segunda.
    Pensé que algún día heredarímos (mis hijos y yo)un verdadero arsenal de antiguedades, pero los ladrones gringos tuvieron una mejor idéa; cuando mi marido cayó en el hospital víctima de tremenda pulmonía y la policía fue a inspeccionar su casa, por primera vez la encontraron limpia a conciencia.
    Finalmente lo único que heredamos fue un señor con Alhzeimer ¡que cosas!
    ¡Felíces compras!: (gracias por las charlas) La tía Ku

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  2. Tía Ku: Sin duda alguna el robo fue lo mejor que pudo haber pasado con los cachivaches del caballero alemán. No me imagino la frescura de tu casa (y de tu alma) contaminada con tanta venerable basura.

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  3. Realmente el mercado de las pulgas que menciona, que es el del parque de los periodistas, no es muy atractivo, pues venden mucha bisutería. Claro que hay clientes para todo.

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