Guía zurda de Bogotá VII



Lucha libre en el Metropol: ¿acrobacia o mojiganga?

“Los aficionados que más me interesan son los niños. Son gentecitas tiernas que se encariñan con sus héroes, y les brindan afecto de verdad”
Santo, el Enmascarado de Plata.





Ya se dijo en algún lugar de esta guía zurda que los teatros de Bogotá mutaron en diferentes especies, amén de varios usos insólitos. Pero el Teatro Metropol, ubicado en la calle veinticuatro con sexta, optó por el rudo encanto de la lucha libre.

Los amantes de tal género de acrobacia teatral agradecemos al Metropol el fino detalle de haber acogido a nuestros luchadores nativos, aunque no sepamos hasta cuando durará la posada. Porque la Lucha Libre capitalina tiene vocación de trashumante, ha rodado del timbo al tambo durante medio siglo, envuelta en su capa de ilusiones. No se antes, pero en mi niñez, iniciando los setentas, vi luchar al Tigre Colombiano contra El Jaguar en la Arena Bogotá de la Avenida de las Américas con Carrera 50. Mentiría si digo que presencié alguna lucha entre El Santo, el enmascarado de plata, contra Blue Demon -qué más quisiera yo-, pues aunque vinieron alguna vez a Colombia, lo más cerca que estuve de ver a los gigantes aztecas fue en el Teatro México en la película de El Santo y Blue Demon contra las momias de Guanajuato. Luego emigró la Lucha libre bogotana al Coliseo El Salitre, y de allí a un local dudoso en la Avenida Primero de Mayo con Caracas, para ir a templar finalmente con sus enmascarados enigmáticos al Teatro Metropol.

Sin embargo no es cualquier cosa haber permanecido durante más de cincuenta años padeciendo las llaves, castigos y patadas voladoras que aplica la vida al oficio azaroso de la lucha libre. Hoy, esta disciplina tiene que luchar contra el voyerismo inútil de los realities de televisión que con un candado al cuello mantienen alejados del ring a los aficionados al deporte maniqueo de las máscaras; incluso a los conductores de bus, sus más fervorosos seguidores. Nunca supe por qué razón estaban exentos de pagar boleta los profesionales del volante, pero tengo para mí que había algo de simpatía profesional por la brutalidad en el trato.

El lector agudo se preguntará acerca de mi referencia al maniqueísmo en la lucha libre. Es simple. En el cuadrilátero sólo hay dos esquinas posibles: la del bien y la del mal. Sería inverosímil y hasta ridículo un luchador conciliador. Allí se enfrentan los técnicos contra los rudos: Terry Golden contra El Presidiario; Silver Khan contra Charles Manson; Gemelo Halcón contra Nightman. La luz vs las tinieblas, el yin y el yang, en fin, la dialéctica de las llaves y al final, la síntesis: como en los westerns de John Wayne, el bueno siempre gana.

Los nombres de los luchadores, en consecuencia, no son gratuitos. De manera que el pérfido Villano III ataca por la espalda al buen Caballero Alado aplicándole una doble Nelson antes del toque de campana que da inicio a la pelea, sin darle tiempo ni siquiera para despojarse de su impecable capa blanca. Pero la justicia divina se impone también en el ring, y el Caballero Alado se libera de la llave agachándose para tumbarlo hábilmente sobre la lona mediante una zancadilla. Mas, el Villano III no es precisamente una pera en dulce, y contraataca al Caballero Alado con un cangrejo, seguido de una quebradora cruel que lo deja exánime. A esta altura de la pelea -da vergüenza varonil aceptarlo- estamos a punto de llorar, pues el héroe tendido en la lona no resuella. Sin embargo, para nuestro júbilo, es sólo una treta del Caballero Alado para engañar al Villano III que confiado en el castigo infligido se pavonea en el centro del ring, distracción que aprovecha el buen caballero para atacarlo con un martinete, aplicarle luego la tapatía, y finalizar con una Gori especial cargando al Villano sobre su espalda, agarrándolo después de los brazos para tumbarlo en la lona de espaldas planas y contarle así las tres palmadas de rigor.

Dicen las lenguas viperinas que la lucha libre es pura mojiganga; que los contendientes no luchan de verdad; que son meros acróbatas que fingen dolor ante los golpes mentirosos; que eso es una vulgar tramoya para engañar al espectador. Yo no sé, pero recibir sobre la humanidad ciento veinte kilos de grasa y músculo resulta por lo menos estoico. Además, según las reglas de la lucha libre, matar al adversario no es ilegal, en rigor, pero los luchadores se abstienen de llegar a tal extremo por respeto a la ley penal que si castiga tal conducta. Eso sí, les está expresamente prohibido hablar con el adversario, salir sin autorización del tapiz, presionar los ojos del contrincante con los dedos, pellizcar, arañar, morder o tirar del pelo. ¡Hay que pelear limpio!

Finalizada la jornada de lucha libre dominical, los furibundos espectadores abandonamos las sillas, y reina de nuevo el silencio en el Metropol. Salen entonces del teatro los contrincantes que, habiéndose jurado venganza mortal en los carteles, se despachurraron luego en la lona, para compartir finalmente unas cervezas amigables en la tienda del barrio, pues, como dice el ridículo eslogan de la cervecería Bavaria: “todo héroe merece una Pilsen”.

créditos fotos: www.flickr.com

Comentarios

  1. Darío: Cuando veo lo que me incomodan actualmente las dichosas luchas(pues pienso que cualquiér asomo de violencia,fomenta más violencia), no puedo dejar de pensar en el extraño infujo que alguna vez tuvieron para mi hermano y para mí.
    Por aquel entonces yo tenía apenas 11 o 12 años y mi hermano 17. Recuerdo que durante la semana no gastábamos el dinero que nos daban para comprar el lonch en la escuela, con tal de guardar para el sábado y poder ir a una heladería que estaba a unas cuadras de la casa, donde tenían un televisor (que por entonces era un lujazo y un invento macanudo), comprarnos una Coca- Cola (requisito indispensable) y poder ver "Las luchas".
    A veces en la semana, sucumbíamos a la glotonería y gastábamos nuestra mesada. Entonces nos teníamos que conformar con una Coca-cola para los dos, pero eso no mermaba nuestro entusiasmo frente a la pantallita de cristal.
    Fuimos testigos de los enfrentamientos de: "El Santo", "Blue Demon", "El Cavernario Galindo", "La Tonina Jackson" y muchos otros, que ahora no recuerdo. El entusiasmo nos hacía gritar y desgañitarnos, al igual que muchos de los parroquinos que llenaban la heladería cada sábado.
    Yo hubiera seguido adorando a los luchadores, pero a mi hermano de pronto le entró la locura por mostrarme las "llaves" con que luchaban en el ring nuestro heroes. Cosa que propició la dislocación de uno de mis bracitos (que por entonces eran muy delgados) y la consiguiente escayola, que tuve que portar por casi un mes.
    Con mi cariño: Tía Ku

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  2. Mi querida Tía Ku: Tu comentario me hizo recordar una anécdota del sabio catalán que vivió en Colombia, Don Ramón Vinyes, y es la siguiente: Estaba el maestro Vinyes en un "match" de boxeo y uno de los contendientes le da al otro un tremendo puñetazo en la cara. Boca y nariz reventan en sangre. Un espectador, loco de entusiasmo, grita: ¡Que bello puñetazo!, a lo cual concluye , como íntima reflexión el sabio: ¡Cuán múltiple es el concepto de lo bello!...¿Y cuán difícil de definir.

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  3. Lamento el percance de Doña Ku con su hermano, por cuenta de la lucha libre. Pero toca ser niño con infancia de los 60´s y 70`s para entender la emoción que suscita ese espectáculo en los críos. Yo le perdí el rastro en el Salitre, pero parece que habrá nuevamente lucha en el Festival de Verano de Bogotá.

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