Tipología del cafre bogotano I



“…conozco al tramposo cuando oigo su idioma, al monje en el hábito y al pillo en la broma, conozco en el velo a la monja así mismo, y el vino en el vaso cuando otro lo toma. Lo conozco todo, excepto a mi mismo.”
Balada sobre mínimos temas, Francois Villon

Para que el presente escrito sea políticamente correcto, conviene decir que no todos los bogotanos somos cafres. Eso es evidente. Más aún, somos reconocidos como personas amables. Pero que los hay, los hay, y lamentablemente nos dejan a los demás capitalinos como un zapato. Sobre todo en estos tiempos en que no cunde la solidaridad -fenómeno típico de las grandes ciudades-. No en balde el maestro Darío Echandía sentenció hace algo más de medio siglo que el nuestro es un país de cafres. 

De manera que como bogotanos debemos asumir  con dignidad esta condición, y si no tenemos remedio,  al menos debemos ser cafres competentes. Si usted aún no es un cafre declarado, anímese, aquí le daremos unos cuantos consejos  para que deje fluir libremente su condición inexorable.

Pero,  ¿qué es un cafre? o mejor, ¿quién es cafre?.  El Diccionario de la Real Academia Española  trae varias acepciones, mas  nos quedamos con la tercera, por ser la que se ajusta al cafre bogotano: “cafre. 3 adj. zafio y rústico”.  Es decir, un tipo grosero y falto de tacto en su comportamiento.  Sin lugar a dudas nuestro cafre no es bárbaro y cruel en exceso como reza la segunda acepción del RAE, ya que si lo fuera, se convertiría en criminal violento o en político corrupto,  como algunos que infortunadamente habitan nuestra patria mancillada.  Pero  ciertamente el personaje en cuestión es zafio y rústico.

El cafre bogotano no es en esencia un mal sujeto. Digamos más bien que es un tipo de mala leche, que, si tiene la oportunidad de ofender, estorbar, maltratar o negar la ayuda a alguien sin mayores consecuencias para la víctima, lo hace sólo por el placer efímero y estúpido de sentirse “chico malo” o de  ejercer un fugaz poder de dominación sobre el agredido. Piénsese por ejemplo en un peatón que cruza la cebra  confiado en el semáforo con luz verde que protege su integridad.  Un conductor cafre no puede dejar pasar la oportunidad de acelerar el motor varias veces al estilo de Montoya  -nuestro pretencioso corredor de autos-, para que el indefenso peatón corra asustado por su vida. ¡Ah! que placer indescriptible siente este sujeto……   Decíamos que el cafre no es esencialmente un hombre malo, pero esto no es óbice para que sus actos puedan desencadenar consecuencias graves y aun fatales para la víctima. ¿Qué tal que el peatón de marras  tropiece y caiga fracturándose el cráneo contra la acera?  En rigor, este sería un efecto colateral de la “cafrada”, que, en todo caso, no debe importarnos para el ejemplo.

La condición de  cafre no es sólo una característica de la personalidad; es, realmente, una cosmovisión, una forma de ser y de estar en el mundo. Se es cafre o no se es cafre. El cafre no concibe que “el otro”, esto es, el prójimo, se cruce en su camino sin sufrir las consecuencias de tal atrevimiento. He aquí nuestro segundo ejemplo que ilustra lo dicho:  Imaginen al conductor de un bus  que pega  monedas de quinientos pesos en la escalera de acceso  para que el pasajero se agache a rasguñar inútilmente el dinero inamovible,  pasando de la ilusión a la vergüenza  en pocos segundos, agravada por la sonrisita de satisfacción del cafre.  Supimos de una víctima burlada que, en  similar circunstancia, arrancó valientemente las monedas con un destornillador, a despecho del conductor del bus que no chistó ni pío.  Los cafres  son generalmente cobardes.

Pero no se debe confundir al cafre con el político corrupto o con el criminal violento, como se dijo más arriba. Si bien la condición de cafre es requisito previo para llegar a ser con éxito lo uno o lo otro,  el cafre raso es más modesto -“chichipato” decimos por acá- y carece de la imaginación y  de las agallas necesarias para jugar en las grandes ligas.


El cafre, evidentemente, hace cafradas. La cafrada es su manifestación y huella. Es su marca indeleble. A continuación  nos permitiremos describir algunas de las más comunes  -limitadas por ahora al ámbito de la vía pública-, que el lector de pata al suelo podrá enriquecer de manera infinita con sus propias experiencias:


Cafradas de automovilistas en general:

·      Salpicar a los peatones con el agua bendita de los charcos.
·      Orillar a los ciclistas contra la acera para que  tropiecen y caigan como justo castigo por utilizar la calzada.
·      Tener permanentemente encendidas las luces direccionales para poder cerrar a los otros automóviles impunemente.
·      Pegarse al pito -claxon dicen los cursis- para arrear al carro que está adelante  aun cuando el semáforo no haya cambiado a luz verde.
·      Echarle el carro encima al peatón que cruza la cebra, aun teniendo éste derecho a la vía y a la vida, como reza la propaganda.

Cafradas de conductores de bus en particular:

·      Arrancar, girar  y frenar violenta, e intempestivamente, para que los pasajeros se caigan o se golpeen. Esta es su forma alternativa de acomodarlos.
·      Detener el bus cinco cuadras después de haber uno anunciado la parada.
·      Arrancar sin que el pasajero haya alcanzado a bajarse. -Esta cafrada es más efectiva cuando se aplica a ancianos y a señoras con niños pequeños-.
·      Decirle al pasajero que después le entregará el vuelto -teniendo con que darlo- para que al confiado usuario se le olvide reclamarlo después de 30 cuadras de viaje.
·      Decirle a uno que la ruta sí va a donde uno preguntó,  sabiendo que no es así. -mejor todavía cuando la víctima no tiene dinero para otro pasaje-
·      Poner champeta o, peor aún, reguetón a todo volumen en la cabina.
·      Instalar siete espaldares en una banca donde sólo caben cinco traseros.
·      Obligar a siete pasajeros a sentarse en esa banca bajo la amenaza de un “varillazo” -el cafre generalmente carga varilla, o si no, aplica aquello de que “no traiga machete, aquí le damos”-
·      No darle la gana  detener el bus para recoger ancianos o discapacitados.
·      Recoger y dejar pasajeros en la mitad de la calzada -con riesgo inminente para la vida del pasajero-
·      Hacer visita con los colegas en la mitad de la vía para que no puedan pasar los otros vehículos.

Sigue la lista, hay firmas, muchas firmas.


Comentarios

  1. Pues no cabe duda que los cafres son igualitos en todas parte, Cuando trabajaba, tuve que sufrirlos a diario, pues tenía que tomar el bus para transladarme al hospital y de regreso a casa.
    Gracias a estos simpáticos conductores, contraje una linda fractura de pierna derecha al caer de un autobús que arrancó antes de que terminara de bajar de la unidad y otra vez me desconchavé dos dedos de la mano izquierda (menos mal), al no sacar los dedos a tiempo, antes de que cerrara la puerta trasera de su combi, un atento, pero apurado cafre.
    Pero esta tu tía, un día ya no pudo más y una vez , mientras otro cafre iba en plena carrera, se levantó de su asiento con todo el arrojo de una suiciday llegó hasta donde estaba aquel patán, le apagó la radio que iba atodo trapo y le dijo: ¡SI USTED QUIERE MATARSE, BIEN, PERO YO TENGO HIJOS QUE ME ESPERAN EN MI CASA E IMAGINO QUE TODA ESTA BOLA DE BORREGOS QUE NO LE DICEN NADA TAMBIÉN. ASÍ QUE O BAJA LA VELOCIDAD, O CUANDO LLEGEMOS A LA CASETA DE COBRO, LO REPORTARÉ A SUS SUPERIORES¡FALTABA MÁS!
    No tengo que decirte que el regaño le caló, ya no se atrevió a prender la radio y manejó con más mesura. Eso si, cuando bajé me recordó a mi madre y a toda mi anterior generación.
    Jajajajaja, cuando me buscan, ¡me encuentran!, ¡si señor!
    !QUE TE ATROPELLE LA FELICIDAD!, lo desea tu tía:Doña Ku

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  2. Tía Ku. Ustedes las mujeres son más resueltas -y valientes- que nosotros. Tu anécdota me hizo recordar a una señora que, aprovechando la inercia de la frenada, se fue corriendo por el pasillo hasta el chofer, y le pegó en la cabeza un severo carterazo. Cuando el hombre reclamó, la buena señora le replicó, con razón, que la culpa no había sido de ella sino de la frenada del bus. El patán, entonces, tuvo que comer callado. Todos los pasajeros reímos con satisfacción vindicativa.

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  3. Parece que cafres hay en todo el mundo, o al menos en el mal llamado tercer mundo. En la India dizque es peor. Por favor, peatón, no te vayas a volver cafre. Saludos navideños.

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  4. "Piones" los llamaba papá. Y estoy de acuerdo con Darío Echandía. Colombia es un país de cafres. Los que no son choferes de bus están concentrados en el Congreso y en la Administración Pública de Bogotá, o como contratistas (remember los Nule).

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  5. Dolores, Don Danilo, de los patanes, cafres y piones, líbranos señor.

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