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Mostrando entradas de enero, 2011

La ley de los números grandes

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"El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho". Groucho Marx No soy bueno para los números. Y atribuyo tal falencia a mis profesores del colegio, que, con su pedagogía de la férula, insuflaron  en mi mente el terror por las matemáticas. Tarde llegó a mis manos ese maravilloso libro denominado “El hombre que calculaba” , una suerte de “mil y una noches” de las operaciones aritméticas.  De haberlo encontrado en mi época escolar, otro gallo cantaría. El hecho es que soy poco versado en el asunto, pero tengo el suficiente sentido común  para entender que los banqueros son amantes de los números grandes. Eso es evidente, como quiera que también son grandes sus rebaños. Y ni que decir tengo de sus impúdicas utilidades.  De manera que para administrar eficientemente tal abundancia, ellos aplican la que he dado en llamar –teorizando sin ningún fundamento- “Ley de los números grandes”, que no debe confundirse con la “Ley de los grandes núm

Agradecimiento necesario

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Los seres humanos somos desagradecidos por naturaleza. En el mejor de los casos recordamos -de vez en cuando- dar gracias a Dios, o al prójimo en su nombre, por los favores recibidos. En cambio olvidamos con frecuencia  agradecer a los demás seres vivos, y aun a los objetos inertes, las  pequeñas alegrías que nos suscitan  desinteresadamente para mejorar nuestra existencia. Desde luego hay unos pocos congéneres que reconocen el bienestar que nos proporcionan las cosas por su valor de uso, sin  tener en cuenta su valor de cambio. El tuerto López entre ellos: este vate cartagenero se tomó el trabajo de manifestar en uno de sus poemas, el cariño por sus zapatos viejos. Los demás, insisto, somos naturalmente desagradecidos. Yo, por ejemplo, le debo agradecimiento especial a una mata de uchuva que brotó “espontáneamente” en mi antejardín. Acaso un pájaro frutero transportó la semilla en su pico goloso, o llegó camuflada en un cajón de moras de ca

Acerca de mis otras mujeres amadas

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He aprovechado estos días de asueto para conocer mejor a mis mujeres amadas. Admito que son muchas y que no se limitan al ámbito familiar obvio y predecible.  Aclaro asimismo que no es una afirmación  presuntuosa del macho alfa que llevo adentro, aunque, por qué no decirlo, yo también tengo lo mío -no me dejaré amilanar por sus risitas socarronas-. Resulta una deliciosa ironía que un sujeto tímido y poco experimentado como yo, goce de la compañía de tantas mujeres. Excluidas, de tal suerte, esposa, hija, tía y hermanas, confieso haberme encerrado a solas con mis amantes para practicar con ellas algo que no había hecho nunca: escucharlas detenidamente.  La experiencia fue enriquecedora, pues hasta entonces sus voces solo habían llegado a mis oídos como una encantadora música de fondo, pero nada más.  De hecho, en algunos casos –muy pocos- me importaba más apreciar la orquesta, que la voz de la “muchacha”, escuchada con desgaire. En rigor, se me p

Nada como el porro colombiano

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Eso comentaba yo hace unos días en el “Salón Málaga” de Medellín mientras disfrutaba  con unos amigos una cerveza helada, escuchando la interpretación de ese aire musical colombiano a cargo de un versátil dúo de teclado y guitarra. Una turista española me interpeló para aclararme, muy convencida ella, que el porro californiano es mucho mejor. Ofendido por la ignorancia atrevida de la muchacha en cuanto a nuestro género musical, le insistí en que el porro -como la cumbia-, sólo puede ser colombiano, si bien tiene grandes intérpretes en otros países latinoamericanos. Entonces la españolita se excusó diciéndome que ella se refería a otra cosa. Yo  también me sentí avergonzado por mi defensa tan vehemente del porro equivocado, de modo que le ofrecí disculpas, aduciendo torpemente -peor la disculpa que la culpa- que yo de marihuana sé más bien poco. Pero revisemos el origen de esta confusión tan trivial: El error, creo yo, provino de mi comen