Buzón de correspondencia devuelta III


“No hiléis memorias tristes
en este aposento oscuro
que cual gusano de seda
morireis en el capullo.”

Góngora, 1.582

Hay cartas que nunca se escribieron, cartas que nunca se enviaron y cartas que nunca llegaron. Hay asimismo cartas que nunca se leyeron, cartas ficticias con motivaciones reales y cartas reales con motivaciones ficticias, epístolas, en fin, que retornaron, después de un periplo por la imaginación afiebrada del peatón, al buzón de correspondencia devuelta.

Don Casimiro:

Salvo mejor cuenta de su memoria, usted y yo coincidimos hace cinco años en un hotelito para viajeros de la ciudad de Barranquilla. Yo regresaba a mi habitación al final de un día caluroso y frustrante -después de haberme estrellado inutilmente contra las paredes impenetrables de la burocracia local-, cuando usted me abordó en el pasillo del tercer piso. Eran casi las nueve de la noche, y por supuesto me sorprendió su insólita presencia, más aún al mencionar que me estaba esperando desde hacía un buen rato. Dado que yo no lo conocía, me pregunté qué asunto tan apremiante podría tener usted conmigo para imponerse tal molestia. Me dijo que necesitaba pedirme un favor, pero que antes era necesario darme a conocer su circunstancia. Se presentó como Casimiro Tamayo, mencionó que era diabético e insulinodependiente, y acto seguido comenzó a relatarme intimidades de su historia clínica, como si yo fuera un pariente cercano y no un perfecto desconocido. Me contó que hacía unos meses había convulsionado mientras dormía, despertando luego en la unidad de cuidados intensivos de un hospital. Refirió también, que de no haber estado su esposa al lado suyo para asistirlo y pedir ayuda médica oportuna, no me estaría contando el cuento. Me confesó asimismo que después del incidente su médico le había prohibido viajar sin la compañía de una persona idónea.

El favor en cuestión, consistía en que yo dejara entreabierta la puerta de mi habitación –ubicada frente a la suya al final del pasillo-, y usted a su vez haría lo propio, para que, en caso de sufrir un coma diabético durante el sueño, yo alcanzara a escuchar sus convulsiones y pudiera solicitar ayuda especializada con urgencia. Me aclaró igualmente que, para mi tranquilidad, usted tenía controlada su dosis de insulina, de modo que no le pasaría nada durante la noche y, en tal virtud, el asunto se limitaba a una previsión exagerada de su médico. Yo acepté brindarle la ayuda que me pedía, pues su semblante de anciano venerable me hizo descartar una posible treta que pudiese poner en peligro mi integridad. Aunque nunca se sabe… No obstante, dejé entrabierta mi puerta con la cadenilla de seguridad puesta, como candorosa e inútil medida de precaución.

Desde luego usted no convulsionó esa noche; es más, ni siquiera emitió un ronquido. Los únicos ruidos que provenían de su habitación consistían en el chirrido de su cama cada vez que -conjeturaba yo- usted cambiaba de posición mientras dormía. En cambio yo no pude reposar durante esa noche. Soy celoso con mis compromisos, de manera que no me habría perdonado si algo le hubiera sucedido a causa de mi incumplimiento. No me malinterprete; no es un reclamo. Al contrario, le agradezco la oportunidad de esa vigilia contractual que fue tan propicia para la reflexión.

Boca arriba en mi cama, mientras escuchaba como chirriaban los fierros de su lecho, me preguntaba, y perdóneme la franqueza: ¿le temía usted tanto a la muerte como para humillarse contándole sus intimidades a un extraño?; ¿acaso usted, sin decírlo, pensaba como la Madre Teresa, que la vida es un deber y debía cumplirlo a toda costa?; ¿qué motivo tan fuerte indujo a un hombre anciano y enfermo como usted a viajar solo, poniendo en peligro su vida, dejándola a merced de un sujeto ignoto que podría aprovechar su vulnerabilidad manifiesta, pongamos por caso, para asesinarlo y robar sus pertenencias impunemente?; ¿qué negocio tan importante e inaplazable debía despachar en Barranquilla en tales circunstancias?.

Después comencé a discurrir sobre mi vida. Sin que se lo propusiera, usted me obligó a realizar un retiro espiritual forzoso, un balance consolidado de mi existencia con corte a las cinco de la mañana de un día indeterminado de marzo de 2006. Y es que una habitación de hotel para viajantes de comercio y funcionarios de mediano calibre se asemeja a la celda de un cartujo: una cama limpia, la mesita de noche con lámpara, el escritorio con su silla, y un baño higiénico y bien dispuesto son suficientes para imprimirle a la estancia un ambiente conventual. Ciertamente un televisor no se asimila a un crucifijo; pero algo va de Pedro a Pablo.

Lo cierto es que me adentré en mis recuerdos, como en una galería de sombras que fueron apareciendo en sucesión cronológica: la señorita Lucila pegándome con su férula en la palma de la mano izquierda para arrancarme de raíz el lado siniestro; una flota de carritos de “matchbox”; mi madre con un tanque de oxígeno y una transfusión diaria de sangre; sor Rosario, la monja más hermosa del universo, que cuidaba a mi madre en las noches y de quien me enamoré a los nueve años; un taxi yendo a Buenaventura para conocer el mar; llorando hacia el colegio; la bicicleta azul de mi hermano -que me dejé robar estúpidamente-; el aroma de una lámina del album de chocolatinas "Jet" escondida en las páginas de un libro; un perro chandoso que me esperaba a la salida del colegio; “el Principito” de Saint-Exuperí; mi encuentro con Camus, el espíritu más grande que he conocido; Dostoievski, Kafka, Rulfo, Kundera, Homero, León Felipe, Borges, Monsivais, Italo Calvino, Dante, la Biblia, Cervantes, Arreola, Germán Espinosa, el poeta Vidales, Shakespeare, León de Greiff, Cortázar, X-504; el cigarrillo “pielroja”, el jazz en el cuarto de estudio, el basquetbol; quinto de bachillerato perdido para siempre, el adoctrinamiento clandestino, Marx y los hermanos ídem, el amor imposible, la lucha por el cambio de estructuras, la causa perdida, mis poemas secretos sometidos a la rima traidora, el sueño enjaulado como un jaguar, el equilibrio en el espacio detenido, el cartón inútil de letrado, otra vez el amor, mi muchacha eterna, el empleo de ocho a seis, el corazón en vilo, la bendición de los hijos, el aleteo esquivo de la fortuna, la casa y el carro, la vaca y la beca; la ilusión del bosque infinito y esa costumbre inveterada de abrazar los árboles; el rostro de mi padre cuando me miro al espejo y el mío cuando veo a mis hijos, en fin, la vida en un relámpago de insomnio.

Amaneció, y el globo terráqueo continuó con su tozuda manía de girar sobre sí mismo. Al igual que usted. Cuando a las seis de la mañana me asomé a su habitación para verificar su estado de salud, estaba cerrada la puerta, pero alcancé a escuchar el ruido de la ducha; un buen indicio. Suspiré con tranquilidad. Ambos habíamos sobrevivido: usted a la “pelona” y yo a su encargo vital. Sólo Dios sabe que me alegré sinceramente por su integridad. Tengo la impresión de que usted también sobrevivió a esa misión tan importante que lo llevó a Barranquilla contra todo pronóstico. Habría sido muy injusto que usted no hubiera logrado su objetivo, cualquiera que fuera.

No era más lo que tenía que decirle, don Casimiro, conque me despido con mis mejores votos porque mejore su estado de salud, si es que aún habita este vecindario tan contaminado.

Atentamente,

Juan Crisóstomo Gómez

(foto de H.Darío Gómez A.)

Comentarios

  1. Hoy me ha tocado deleitarme con algunos buenos escritos,y para antes de dormir culmino con otro buen escrito.
    Gracias Darío, me muero de sueño, pero por nada podía haberme quedado sin leerte.
    Cariños de la tía: Doña Ku

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  2. Me gusta su epistolario, peatón. Ese J. Crisostomo, ¿es el alter ego?

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  3. Gracias a tí, tía Ku. Tu importante participación (con los estupendos escritos de tu cosecha)en mi blog, lo justifica. Abrazos.

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  4. Buena tarde

    Con permiso

    Es oscuro, es inquietante, es impecable y es perturbador. Eso puedo decir de esta entrega, como siempre, pristina de parte de sumerce. No se si solo sea yo, pero me parece que el tipo este era medio voyerista....o no???

    UN SALUDO. FELCIITACIONES. ME GUSTO MUCHO

    STAROSTA
    (UN PRODUCTO DE SU IMAGINACION)

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  5. Starosta, excelente vuelta de tuerca, la del voyerista, que da para una novela negra.

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