Buzón de correspondencia devuelta IV



Hay cartas que nunca se escribieron, cartas que nunca se enviaron y cartas que nunca llegaron. Hay asimismo cartas que nunca se leyeron, cartas ficticias con motivaciones reales y cartas reales con motivaciones ficticias, epístolas, en fin, que retornaron, después de un periplo por la imaginación afiebrada del peatón, al buzón de correspondencia devuelta.


"Abierta a golpes de la mano mía, 
tengo en la plenitud de la montaña 
una faja de tierra labrantía, 
y levantada al fondo, mi cabaña". 
León Safir

AVALÚO CATASTRAL POR LAS NUBES

Señor Director del Catastro:

He recibido con algo de estupor el avalúo catastral de mi único bien terrenal: un pedazo de tierra. Aunque la mía no es labrantía -está poblada de bosque nativo-, ni queda en las imponentes montañas de Antioquia, como la del bardo popular, si tengo en la hermosa orografía boyacense un trozo de planeta oculto bajo un manto de niebla. Es un predio esquivo y pudoroso que no se deja ver de los satélites voyeristas, ni fotografiar de los aviones indiscretos del Instituto Geográfico "Agustín Codazzi". De modo que mi parcela inmensurable –no por grande sino por arisca- figura en los mapas del catastro nacional simplemente como “nubes”, lírica denominación con la que los cartógrafos oficiales resolvieron bautizar sus formas vagas. Tal vez por eso los funcionarios municipales de Saboyá tuvieron a bien fijar el avalúo catastral de mi predio, paradójicamente, “por las nubes”; es decir, a precio de éter, en fin, lo tasaron por una bicoca. Con resignación descubrí, entonces, que he atesorado muy poca cosa en este mundo, aunque debo aclarar que mi concepto de propiedad difiere del suyo: la tierra no me pertenece; yo le pertenezco a ella.

Sin embargo, hay en mi quimérica posesión valores ocultos que no saben ver los avaluadores del tesoro, pero que existen a pesar de su miopía metálica. A falta de luz eléctrica, tengo en mi fundo un criadero de luciérnagas que desde lejos parecen un puñado de diamantes sobre el terciopelo de la noche. No obstante, el banco consideró que mi rebaño de linternas voladoras no era garantía suficiente para un préstamo. Pero esto es apenas natural, ya que entre el sector financiero y el suscrito existe una inveterada e irreconciliable enemistad. A falta de acueducto, tengo en la montaña un hilo de plata custodiado por un ejército de alisos, gaques y robles que he venido reclutando con paciencia de estratega, porque adquirí el bosque, no para especular con su
madera, sino para abrazar a los árboles como aconseja el poeta Carlos Castro
Saavedra. A falta de teléfono, tengo en la montaña una pared de roca que me responde cuando le hablo; no es muy original su discurso pero, ¡ay!, eso no
importa, ya que el silencio resalta aún más su belleza bucólica, como sucede con algunas mujeres. La televisión no me hace falta. Por las ventanas de mi casa se asoman a diario el sol y la luna, y con frecuencia algunos de mis adorables vecinos, quiero decir: ardillas retrecheras, pájaros
de colores, insectos rastreros y voladores, uno que otro armadillo y en general, criaturas de Dios que yo procuro defender de las escopetas nerviosas de algunos insensatos.

Habría que meterse en el corazón de sus “dueños” para conocer el verdadero valor de la tierra, no como posesión, sino como simbiosis.  Tocaría, acaso, sondear sus entresijos para descubrir los frutos del amor que los une a pesar de la contrarreforma agraria que los violentos han impuesto a sangre y fuego.  Pero a juzgar por las pérfidas matemáticas financieras, esas pequeñeces no suelen sumar en las cuentas oficiales para efectos de expropiar, o al momento de indemnizar a las víctimas del despojo.

Sin embargo, para mi corazón, ese terruño –que no me pertenece, sino al que pertenezco, como ya dije- tiene un valor infinito, difícil de tasar para efectos del impuesto al patrimonio o del autoavalúo predial. Ahí le dejo ese trompo en l`uña, señor director del Catastro.

Atentamente,

Juan Crisóstomo Gómez

Foto de H. Darío Gómez A. Finca "Domus Angeli", Saboyá, Boyacá

Comentarios

  1. Si quisiera
    comprar tus sueños,
    no habría en el mundo
    oro suficiente,
    ni incienso o mirra
    con que adquirir
    semejante posesión.

    Si quisiera comprar
    el espacio
    en que habita tu alma,
    hecho de estalacnitas,
    de circonias y de perlas,
    por donde pasea impretérita
    la palabra que resuena
    en cualquier oído.
    No tendría
    ni una sola moneda
    de esas
    con las que truecas
    con las musas
    argumentos de privilegio.

    No quiero decirte más,
    pues sé
    que en cualquier momento,
    eres capáz de dar
    todos tus sueños,
    tu espacio
    y tus privilegios,
    a cambio sólo
    de mi amistad.

    Doña Ku, tu tía.

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  2. Gracias, tía Ku por tu lírica respuesta. En efecto, nuestros bienes del alma están fuera del comercio. Al menos, de ese comercio ruín que sólo tiene en cuenta el valor de cambio.

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  3. Darío, yo también profeso un amor inmensurable por esta selva tropical donde vivo. Y por eso entiendo que el paisaje natural te inspire tan tierna lírica. felicitaciones

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  4. Dolores, me consta, por tus escritos, que tienes una sensibilidad especial por la naturaleza. Gracias por tu comentario

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