Guía zurda de Bogotá XI



El Café San Moritz: con setenta años y gozando de cabal salud

(2.007)

Sólo Dios sabe como fui a parar a ese nostálgico lugar. Acaso fue por una azarosa desviación en mi rumbo habitual hacia las librerías de viejo del centro. Lo cierto es que merced a una apremiante necesidad fisiológica me apercibí de que, el Café “San Moritz”, fundado por un alemán en 1.937, está cumpliendo setenta años. Pese a que, como dicen sus clientes habituales, “una gran ventaja del San Moritz es que el servicio sanitario para aguas menores es gratis”, a uno siempre le da pena usarlo sin consumir nada. Conque después de aliviar mi apuro pedí un café excelente, de esos que sólo una cafetera italiana de la mitad del siglo veinte puede preparar.

Pero antes de continuar con la crónica, es menester hacer una precisión geográfica: el Café “San Moritz” no queda en los Alpes Suizos. Está ubicado en la calle diez y seis, ganando ya la carrera octava de nuestra querida Bogotá, entre sórdida y bohemia. No está rodeado de tiendas exclusivas tipo Versace, Bulgari o Cartier, como la ciudad helvética que le prestó su nombre, pero si de libreros veteranos que hubieran inspirado al maestro Nietzsche cuando pasó algunos años de su vida en el Saint Moritz original.

Es preciso cruzar un zaguán para entrar al café. Se diría que más que un zaguán es un túnel del tiempo: uno entra, digamos, un diez de septiembre de 2007, y al cruzarlo se encuentra parado cincuenta años atrás. Las sillas, las mesas y los cuadros nos dan indicios del paso inclemente de Saturno. Sin embargo la cafetera ¡ese dragón domado! sigue teniendo la imponencia del tablero de mandos de un Chevrolet Bel Air modelo 57. Presiden la estancia un retrato del Caudillo del Pueblo (Jorge Eliécer Gaitán), otro de la Diosa Temis y el escudo oficial del café con una fecha inscrita -1937- que seguramente su buen fundador europeo mandó diseñar para descreste de la clientela más exclusiva de otros tiempos. Todo lo anterior aderezado con un gran espejo rectangular que duplica las penas y alegrías de los concurrentes.

Pero lo mejor del café San Moritz -y lo que determina la calidad de su clientela- es la música. Allí sólo hay espacio para el bolero, la música porteña -que no se limita al tango, sino que incluye milonga, fox trot y vals-, una que otra balada y, claro está, algunas rancheras selectas.

Ciertamente ya no se reúnen en sus aposentos los políticos e intelectuales de otras épocas, pero aun se escuchan en sus mesas conversaciones inteligentes y diatribas al gobierno de turno. Se ven allí –todavía- algunos hombres taciturnos al mejor estilo de Rick Blaine -el de “Casablanca”, interpretado por Humphrey Bogart-, y cantantes de ocasión. Las mujeres son más bien escasas, pero eso no parece importar mucho en este espacio propicio para la dialéctica aficionada.

Los meseros de blusa azul sustituyeron hace más de un rato a las muchachas vaporosas, mas su cordialidad desinteresada compensa en algo lo irreemplazable. Ellos conocen por su nombre a la mayoría de los clientes, así como sus preferencias en materia musical y etílica. Suficiente deferencia para una clientela poco exigente. Por eso el café “San Moritz” no está condenado a morir como creen algunos, y seguirá viviendo muchos años para solaz de los bohemios del centro de Bogotá, chapados a la antigua, todavía más cuando el presente año está cumpliendo apenas setenta años de edad, como vine a caer en la cuenta, merced a esa circunstancia tan prosaica que mencioné al principio y gracias a que, como se dice por ahí, “en el San Moritz, las orinadas son gratis”.

Comentarios

  1. Buena tarde

    Con permiso

    Usted como siempre, un cronista impecable de estos tiempos en esta ciudad tan rara como lo es Bogota. Sus referencias yo las estoy anotando en una agenda medio vieja que tengo yo, para irme un dia de estos por ese tour tan temerario e inquietante que ofrece usted en algunas de sus publicaciones. Y como yo soy muy dado a la practica activa, voy a ir alli, primero verifico que efectivamente el uso para las aguas menores sea gratuito y depues me pido un tinto. ¿Se podra fumar alli? ¿O tambien este sitio fue mutilado del derecho legitimo que tenemos los fumadores de acabarnos los pulmones como se nos de la gana siguiendo lo que dice "La constitucion"?

    UN SALUDO. YA PASO POR SUS PUBLICACIONES ANTERIORES QUE NO ALCANCE ESTA SEMANA A VISITARLO DON DARIO.

    UN SALUDO

    STAROSTA
    (UN PRODUCTO DE SU IMAGINACION)

    PD: EN RESPUESTA A LA PREGUNTA DE LA SEMANA ANTERIOR EL SANCOCHO NOVELERO "LOS CORAZONES OCULTOS" SE DESCARGA GRATIS DESDE MI BLOG DANDOLE CLICK EN LA CARATULA QUE ESTA A LA DERECHA DEL MISMO.GRACIAS POR PREGUNTAR

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  2. Starosta, la fumada, entiendo, toca en el Zaguán.

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  3. Darío: En mi facebook, publiqué un video de uno de los restaurantes que más nostalgia me provoca, ya que era uno de los lugares favoritos de mi padre (muy aficionado a la fiesta brava, aunque para ser sincera a mi no me hace nadita de gracia) y posteriormente se hizo lugar obligado, cuando a veces íbamos mi hermano y yo por mamá al trabajo, allá por La Plaza del Carmen, en el D.F
    Mis hijos y yo, frecuentamos el Sanborn´s, de la calle de Madero, llamado "La Casa de los azulejos", debido a que su fachada está hecha con azulejos traídos de Puebla. Por ahí tengo un relato de Semana Santa, donde hablo de este lugar.
    Bueno, que si te contara todos los restaurantes que me traen recuerdos, no terminaría nunca. Nada más déjame decirte que el recuerdo más bello que tengo, es el del "Restaurant Villa Fontana", donde me llevara un novio a oír los violines de Villa Fontana. Entonces era una jovencita de sólo 17 años, ¡Ay que mujer tan cursi!
    Cariños sobrino:Doña Ku

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  4. No olvides pasar por mi face ¿eh?

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  5. tía Ku, ya mismito me paso por el Sanborn`s.
    Y el Villa Fontana, me imagino que tenía su propia "Fontana di Trevi", y tu, un Marcello Mastroianni, ¿no?.

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