Sin brújula por los cafetines de la novena


Bogotá está ubicada 2.600 metros más cerca de las estrellas según reza el eslogan de las guías turísticas. Treinta escalones más abajo está el subfondo: en el sótano de la bolera de San Francisco y en los bajos de los cafetines cercanos a la Avenida Jiménez con novena que constituyen el ágora de nuestro subsuelo.

Sobre estos últimos vale la pena mencionar que son, a mi juicio, herederos de los establecimientos “non sanctos” de la primera mitad del siglo pasado. En efecto, muy cerca de allí, en la carrera octava entre calles once y doce quedaba la “calle de Florián”, sitio de perdición que inspiró a más de un vate de cafetín, -generalmente estudiante de provincia-, para escribir sonetos cursis como el que aparece más adelante, cuyo autor original desconozco, pero que recitó mi pariente y amigo Rodrigo Peláez en una reunión familiar –ambos estábamos a la sazón con más de un aguardiente encima-, y he intentado reconstruir en mi memoria nada confiable.

En circunstancias como la mencionada, cobra sentido la máxima que sostiene que “la creación literaria es una mezcla de olvidos y recuerdos”. Yo sólo alcancé a registrar en la sesera que el poema -escuchado entre sueños y media noche, aparentemente de un payanés- relata la historia de un sujeto perdido en la calle de Florián que se encuentra con una muchacha del lugar -a quien le manifiesta hallarse perdido- y ella le responde con sorna que se encuentra en la "misma" circunstancia. Yo no acaté a copiar el texto, y como es probable que pasen varios años antes de reunirme nuevamente con Rodrigo, resolví escribir este soneto a partir de mis recuerdos, utilizando, eso si, la estructura de versos endecasílabos en dos cuartetos y dos tercetos con todo y sus rimas, como mandan los cánones, así:


Perdido en Florián


Caminando por la calle de Florián
sin darme cuenta me encontré perdido.
A preguntar me asomé a un bar florido,
cómo llegar a mi casa sin afán.


Una doncella me atendió en el zaguán,
henchidos sus pechos a mi pedido;
me dijo, señor, si usted se ha perdido,
yo hace más de un rato me perdí en Florián.


Flor perfumada que mostró su brillo
en la mitad de la noche ruidosa;
quiso el albur fuera mi lazarillo,


esa muchacha, dulce, vanidosa.
Ya no me afana llegar al castillo,
prefiero su compañía peligrosa.


Y es que en los cafetines de la novena aún existen las coperas, especie en peligro de extinción que fue descrita por el insuperable cronista Felipe González Toledo. Estas muchachas, al igual que los curas, son psiquiatras de pobres. Pero ellas, a diferencia de los confesores, lo escuchan a uno a cambio de una copa, sin juzgamiento, ni imposición de penitencias irredimibles.

La Gran Española, el Gran París, el Pentágono, Don Pepe, el Viejo Alemán, son apenas unos avisos grandilocuentes y de mal gusto que nadie se detiene a mirar. Los peatones “de bien”, las personas graves y trascendentes que circulan camino a la Cámara de Comercio, pasan frente a los zaguanes sin respirar el aliento tibio de los locales, mezcla de flores mustias, cigarrillo y café. Nadie se imagina que en el seno de esas grutas adormecidas también palpita la ternura. Pero esa es otra historia que iremos desgranando como una mazorca, en futuras entregas.

Comentarios

  1. Buena tarde

    Con permiso


    Si señor....las coperas. Ah....Asi las llamaba la abuela. Que mi Dios la tenga en su gloria. Eso que usted describe ya esta en efecto, a punto de extincion. Cuando yo llegue a Bogota, buscaba esos sitios, pero yo subi un poquito mas y llegue al chorro de quevedo...Y bueno....Todo va cambiando con el paso del tiempo.....alla no hay coperas, pero si chicas universitarias, ebrias, existencialistas, y por que carajos no decirlo: Perras. Se emborrachan y quieren acompañar al que sea, donde sea. Ya estos personajes que escriian poemas tan lindos como el de esta entrada, son cambiados por tres mechudos de cabellos largos e ideas cortas. Se ponen una bufanda y se creen intelectuales, interesantes, y dios los bendiga!!! Hasta inteligentes. Pero si uno mira que hacen o a que se dedican realmente, dan lastima. Prefiero la compañia de la mierda del perro.

    Es increible como con el paso de las generaciones todo se degrada...hasta la degradacion misma!!!!

    UN SALUDO. COMO SIEMPRE, EXQUISITA LECTURA.

    STAROSTA
    (UN PRODUCTO DE SU IMAGINACION)

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  2. Hombre, Starosta, veo que en el Chorro de Quevedo usted tiene un extraordinario filón para desarrollar, con las universitarias pseudoexistencialistas y los mechudos de cabellos largos e ideas cortas, un par de personajes complejos como los de sus novelas tan interesantes.

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