Guía zurda de bogotá XII
(Plaza de San Victorino, foto de Oscar Edmundo Díaz, www.flickr.com)
San Victorino: el ágora del "pueblo soberano"
“eche veinte centavos en la ranura, si quiere ver la vida color de rosa.”
Raúl González Tuñón
Este no es un lugar para visitar sin prevenciones. En San Victorino, más que en otras latitudes de Bogotá, se cumple la teoría matemática de las catástrofes de René Thom; es decir, allí es más probable que se produzcan esos pliegues inesperados -como los llama Umberto Eco- en lo cotidiano. Un “raponazo” al mejor estilo de “Pinini el ladrón elétrico” constituye un claro ejemplo de esos cambios abruptos e intempestivos que afectan la continuidad del paisaje. Pero he allí su fuerza vital, su incontrovertible vocación de espacio caótico propicio para las sensaciones.
Ahora bien, para no dejar el ejemplo trunco, aclaro que el tal Pinini era un ladronzuelo del centro de Medellín -hace más de un rato según refería mi padre-, que hurtaba a sus víctimas acudiendo al expediente de darles un golpecito en el codo -que a su vez producía un corrientazo-, obligándolas a soltar la bolsa, al tiempo que el ratero agarraba el botín y huía con lo ajeno. De ahí su apelativo de “ladrón elétrico”
Pero sigamos con nuestro acercamiento a este bizarro lugar. Tengo la convicción casi religiosa de que a pesar de la reestructuración urbana que sufrió hace más de diez años, San Victorino no ha perdido su condición de paradero de buses intermunicipales, de punto de encuentro de la provincia con la metrópoli, de torre de Babel.
Quiso un alcalde mejorar su aspecto con adoquines, echando abajo las horrorosas casetas comerciales de antaño, a donde no se atrevía a ingresar ni la policía como no fuera en piquetes, porque decían que allí se extraviaba la gente para siempre en un laberinto que se perdía en las catacumbas del río San Francisco. Pero a decir verdad, es difícil cambiar el carácter de un lugar a punta de concreto y baldosa. San Victorino, insisto, seguirá siendo una sempiterna feria de pueblo, un domingo perpetuo.
A mi modo de ver, el paisaje de San Victorino no da ni para un afiche de supermercado. Si acaso alcanzará para un fárrago de urbanismo o para un aburrido estudio de antropología ciudadana. Sin embargo, la plaza tiene un embeleso semejante al de las coperas de los cafetines periféricos: es atractiva y peligrosa a la vez.
En el costado norte de tan venerable sitio -en la Avenida Jiménez con Carrera décima-, se levanta el edificio Samper Brush, que, con sus hermosos decorados en piedra estilo “Art Nouveau”, contrasta con las demás construcciones del sector, donde parecieran estar reunidas todas las cacharrerías del mundo. Allí hay de todo: ollas, peroles, cubiertos, vajillas, cobijas cuatro tigres, sábanas, ropa barata y ordinaria, bisutería, instrumentos musicales, esencias esotéricas, brujos que atan y desatan maleficios, libros de segunda, y de quinta –como los de Paulo Coelho-, lo mismo que restaurantes populares y cafés frecuentados por calandracos y malandrines. Y como en toda feria de pueblo, hay juegos de destreza y azar, tiro al blanco, carreras de roedores, paseos en pony y carruseles de pedal para los niños. También hay venta de “fritangas” de colores vivos y olores tan penetrantes, que hieren incluso los olfatos más temerarios.
No es fácil hacerle el quite a tanta humanidad cuando se intenta cruzar la plaza a las doce del día. Quizá por eso es imposible sentirse solo en San Victorino. Ese roce social obligatorio, ese calor humano producto de la masa más que del espíritu, protege incluso a los muchachos desharrapados que deambulan por sus calles huyéndole a las autoridades y al frío de la desesperanza.
-“Es que allá está reunido todo el pueblo soberano, mijo” -me dice una vecina encopetada, asombrada porque me gusta ir a San Victorino a tomar un café mientras contemplo la gente pasar.
-“Eso, hasta pecao será”. -Murmura.
Todavía no he descubierto que me atrae de ese lugar. Debe ser algo relacionado con la física, con la atracción de las masas, o acaso la proclividad a lo siniestro que todavía me acompaña pese a la buena voluntad de la señorita Rodríguez -mi profesora del primer grado- No sé. Lo cierto es que San Victorino es uno de esos parajes donde los mortales discurren chiflados y felices, de espaldas al reloj del éxito y ajenos a la brújula de las convenciones.
Con todo, querido peatón, si algún día se anima a ir por esos lares, no se quede allí después de las seis de la tarde. Es mejor retirarse con dignidad y a tiempo -como quien no quiere la cosa-, que permanecer "dando papaya" y arriesgando su integridad.
Esos espacios públicos son precisamente a los que les temo. Creo que en mi condición de provinciana sufro de "agorafobia". jajaja. Muy bonita tu descripción de la plaza. Felicitaciones, Darío.
ResponderEliminarDolores, en efecto, a ciertas horas, San Victorino se torna en un lugar digno de ser temido.
ResponderEliminarHe transitado y estado contigo en ese lugar, gracias a tus palabras tan compañeras.
ResponderEliminarLugares típicos, muy de América.
Lo de pueblo soberano, son palabras tan queridas por estos lares, lástima que se ha ido disluyendo en lontananza.
Saludos afectuosos de este lado de esta tierra hermosa, que aún no hemos sabido protejer.
Gracias, abuela Ciber por tu cálida visita. Recibo y retribuyo tus saludos con mis mejores sentimientos de aprecio.
ResponderEliminarCaminar, como tú acostumbras, no cabe duda que ilustra,me haces envidiarte, pues no puedo darme ese lujo.
ResponderEliminarPero reconozco que no somos tan diferentes los mexicanos de los colombianos, pues de todas partes nos salen las comparaciones.
En el D.F, existen barrios parecidos a tu San Victorino, por ejemplo: El bravo barrio de Tepito, donde se compra y vende de todo (hasta billetes clonados, de todas la denominaciones) y es evitado a toda costa por la gente "bien", aunque se dice que ahí viven comerciantes con tanto dinero, que no lo crees.
No obstante hay quién se aventura a ir, en aras de la economía, arriesgando a que los asalten y les quiten lo comprado.
Gracias por la descripción de tu barrio, espero que hayas disfrutado el café.
Te quiere tu tía:Doña Ku
Como no, tía Ku, disfruté el café mezclado con una buena dosis de adrenalina, porque, así como en los puertos atracan los buques, allá, en San Victorino suelen atracar los cacos.
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