Pasaje redondo (cuento) pseudo odisea por entregas, (VI) final




COLOMBIANO, GO HOME

"Un viajero sabio nunca desprecia su propio país"
Carlo Goldoni

Mi hermana tomó mi decisión de regresar a Colombia como una afrenta personal. Consideró que mi actitud era cobarde e insensata -recordé las palabras de mi padre-, y añadió otras como mediocre, pusilánime y cosas de un tenor parecido. Me echó en cara las inversiones que tuvo que hacer para mi alojamiento y alimentación, el tiempo que perdió buscándome un empleo, su pena ajena con una amiga hondureña, ciudadana americana, que estaba dispuesta a casarse conmigo para solucionar definitivamente mi residencia, cosa que yo desconocía, -me refiero a la situación, aunque también podría aplicar el término, cosa, a la amiga en cuestión, a juzgar por una fotografía que alguna vez me mostró mi hermana-, en fin,   desagradecido fue la palabra que más repitió en su discurso de despedida, que culmino con llanto, mocos y abrazos.

El domingo por la tarde mi hermana me dejó en la puerta de COPA, y  sin esperar a que le diera un beso de despedida, abandonó el aeropuerto rumbo a su empleo, último favor que me hizo, no sin antes advertirme que le había costado tres horas de trabajo.  “Time is money”. Yo me quedé mirándola sin nostalgia, e instintivamente  palpé una vez más el bolsillo de mi chaqueta para sentir la presencia salvadora del pasaje de regreso.

Dormí durante las tres horas del trayecto, esta vez sin escalas, y al despertar -había anochecido- divisé entre las nubes las luces de Facatativá destellando como un muestrario de joyas de fantasía, sobre el terciopelo negro de la Sabana.

 
DIRECTO AVENIDA BOYACÁ HACIA EL NORTE

Cuando llueve, Bogotá tiene aliento de herrumbre, y un color sepia como de película antigua. Sin embargo, cuando escampa, es como una mujer después de haber llorado: se alejan las nubes como el pañuelo que cae, dejando ver su hermosa cara triste. Ella, mi ciudad apestada por la corrupción y la desesperanza, fue la única que vino a recibirme. Por eso la amo a pesar de todo. Como no tenía dinero para el taxi, al salir del aeropuerto tomé un bus “Directo Avenida Boyacá, Calle 134, Avenida 19”,  hasta Cedritos, donde vive la "gente decente" como uno, gente culta, de buena familia, sin ostentación, ni fortuna mal habida, sin vínculos con el narcotráfico o la politiquería, esa misma gente que defiende la tradición, la familia y la propiedad, aquella que se informa en los noticieros políticamente correctos, va a misa y acude a las urnas para votar patrióticamente por la seguridad y en contra de la amenaza comunista, no importa a que precio.  Mientras el bus rodaba por la avenida El Dorado recordé a Uriel, y me pareció injusta la primera impresión “lombrosiana” que tuve de él. Concluí que de todos los oficios que me contó, el único real era el de equilibrista en la cuerda floja. Aprecié en su persistencia frente al absurdo la valentía que resaltó Camus en Prometeo. Claro está, un Prometeo humano, falible, patán y marrullero si se quiere, pero valiente a su manera, capaz de rebelarse contra los dioses que rigen el destino, y siempre dispuesto a volverse a levantar.   Lamenté entonces no haberle aconsejado que volviera con la muchacha cubana, quien seguramente lo estaría esperando ardiente de pasión, dispuesta a perdonar a un hombre que, al filo de la navaja, aún conserva la esperanza.

Sigo sin estar seguro sobre el beneficio que a manera de catarsis puedan tener estas memorias.  De lo que si estoy completamente seguro, es que no se trata de un diario. Sin embargo agradezco a mi hermana que me haya inducido a escribirlo,  aunque lo haya hecho con diferente intención. Este es más bien un sencillo tributo a Uriel, -si es ese su verdadero nombre-, y a tantos como él, sin nombre y sin patria que les brinde derechos, abandonados a su suerte en tierras extrañas. Es un homenaje a quienes trabajan en el gran país de Whitman  a siete dólares la hora,  para pagar poco a poco  la cuota inicial de sus pequeños sueños.

Vale.

Créditos foto: "Parque del Country", Bogotá. Foto de H. Darío Gómez A.


 

Comentarios

  1. Leyendote.

    El alma queda en silencio, suspendida.

    Sufre al ver a su alrededor tantas riquezas naturales de estas hermosas tierras, que lamentablemente no se nos permite gozar y que nuestro vientre pare emigrantes.

    Saludos

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  2. En efecto, Abu, existe ahora una clase de personas que han perdido (en la práctica) la ciudadanía al abandonar su terruño. Y al llegar a otro país, indocumentados, se convierten en individuos sin derechos (inclusive a cosas tan esenciales como la salud, la educación o la seguridad social). Quedan abandonados a su suerte. Es una situación muy precaria, sin duda.

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  3. Darío, fue impactante ver este relato, saborearlo, no sólo porque no sabía del evento que lo inspiró sino porque estoy viviendo una situación harto similar.
    Hace poco terminé de leer Una luna de Martín Caparrós, un libro muy del tono de tu serie narrativa que también habla del destierro contemporáneo. Muy recomendado.

    De momento estoy decidiendo los textos que integrarán mi proyecto digital, en cuanto tengo el que quiero que leas te lo enviaré para que tú, por favor, hagas lo mismo.

    Un consejo, cuando hagas series enuméralas para que sea más fácil seguirlas.

    Un abrazo.

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  4. Vale, mi adorada Licuc. Así lo haré en ambos casos. Un besote y un abrazote.

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