Toca indignarse para no morir de sed



(Humedal "La Conejera", Bogotá, foto de H. Darío Gómez A.)

De la basura de un lujoso restaurante de la Zona G -a manera de despensa sucedánea-, un desharrapado rescata una botella de agua “Evian”.  La levanta con desconfianza, la destapa, analiza su contenido con escrúpulo de bacteriólogo, aprueba con desgano el contenido misterioso y procede a escurrir en su boca las últimas gotas del líquido vital importado directamente de Francia. 

No muy lejos de allí, al nor-occidente, en la localidad de Suba, un niño se sumerge en las aguas fétidas de la laguna de “Juan Amarillo” para rescatar su balón de fútbol, como lo hicieran siglos atrás sus ancestros Muiscas en el lago sagrado de Tibabuyes para mayor gloria de sus almas. 

Y más al sur, donde se encañona el Bacatá, escabulléndose entre los bordes quebrados de la sabana en busca del río madre, los herederos de Bochica contemplamos impotentes la esmirriada cloaca del Salto del Tequendama: el río Bogotá.

Desde luego hay en otras latitudes cuadros más dramáticos que los expuestos arriba. Empero, estas imágenes inadmisibles debieran causarnos indignación a los bogotanos. ¿Alguna vez soñamos con algo parecido, y no digamos nuestras pesadillas apocalípticas?. No sé. Lo cierto es que esa turbia realidad que creíamos tan lejana, está ahora entre nosotros. Me refiero al agua contaminada destinada a formar el 75% de nuestros cuerpos para su congrua supervivencia, la misma que se lleva por delante a los niños con su mortal corriente diarreica. Aquella que calma la sed de nuestras almas recalentadas por el ánimo de lucro y el lujo consumista, así sea en mínimas y asépticas dosis embotelladas de “Perrier”.

Sin embargo, ¡quien lo creyera!, apenas 81 kilómetros aguas arriba de nuestra frenética ciudad, en el páramo de Guacheneque, donde aún se mimetiza la vida entre los frailejones -como un tesoro vulnerable y esquivo-, queda lo que queda del reino precario del agua que calma la sed de la capital, recurso indefenso puesto a merced de las manos sucias del desarrollo avaro e irresponsable y del progreso miope que no prefigura la suerte de las futuras generaciones. Por eso es necesario acatar las voces de alarma que  nos previenen sobre la destrucción del agua. Es preciso indignarse por el actual estado de cosas y tomar cartas en el asunto, como nos exhorta el sabio Stéphane Hessel;  pues como vamos, aún en nuestro país “inundado” de armas de fuego, es probable que muramos primero de sed o de enfermedad diarreica aguda -en el mejor de los casos-, que producto de una bala perdida.

Comentarios

  1. Querido Darío: Casualmente y como si fuésemos gemelillos idénticos, estaba leyendo en este invento del chamuco llamado internet,a cerca de lo que, según algunos científicos, se avecina en un no muy lejano día,con lo que será llamado "oro azul". Ya que el agua, que es un líquido vital,se convertirá en un líquido inalcanzable, pues se agota, cosa que nadie ignora.
    No obstante, tanto las autoridades, como los ciudadanos, alegremente vierten desechos en los mares, ríos, lagos etc.
    Me tocó ir a Acapulco de vacaciones, gracias a la generosidad de mi hijo, hace un año, y llegamos a un hotel calificado como cinco estrellas, en dicho lugar todo era muy agradable y limpio, pero al ir a la playa, tuve que reconocer que lo que iba flotando en una ola, era un desecho humano. Agradecí a Dios no haberme metido al mar, pero sentí mucho pesar, pues aparte de este desagradable incidente, uno de los chicos que andan vendiendo golosinas en la playa, me dijo que los mozos de los hoteles vierten diariamente toneladas de basura al mar.
    Triste realidad, que nos hace pensar que no es "Hasta que el destino nos alcance", sino "El destino ya nos alcanzó"
    El cariño de tu tía, que siempre te recuerda:Doña Ku

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  2. Querida tía Ku. Infortunadamente la insensatez está a la orden del día. Como afirma Hessel, durante los últimos 10 años, es decir, durante el presente milenio hemos retrocedido en ligar de avanzar en materia ambiental y de derechos humanos por cuenta de la rentabilísima industria bélica. Toca indignarse.

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  3. ¡toca emputarse, mano!, dicen en mi tierra. Cuando nos demos cuenta ya será tarde. No habrá agua ni pa una sorbida.

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