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Mostrando entradas de noviembre, 2011

Pico y placa para los viejitos madrugadores

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ENTRADA POLÍTICAMENTE INCORRECTA Deberían implantar en Bogotá, de lunes a viernes, el pico y placa para los viejitos. Es decir, prohibir su circulación en las vías y establecimientos públicos (salvo en los parques, bibliotecas, iglesias y plazas donde no habría restricción) en las horas de mayor congestión, como quien dice, entre las seis y las nueve de la mañana; y entre las cinco de la tarde y las ocho de la noche. Antes de ser sometido al linchamiento virtual por parte de los lectores que se sientan injustamente agredidos con mi modesta y acaso mezquina proposición (fascistoide sólo en teoría), debo aclarar que con cincuenta almanaques cumplidos no estoy lejos de convertirme en un respetable ciudadano de la tercera edad que con gusto se sometería a tal restricción, aplicable de acuerdo al número de la cédula. A los sesenta y cinco años de edad (y en condiciones de dignidad que infortunadamente no todos tienen) un ser humano está en su sagrado derecho de levantarse tarde p

El oficio ingrato de los caminantes

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“La fama no es sino vano ruido y falsedad e impostura, que las más de las veces se gana sin mérito y se pierde sin culpa” W. Shakespeare De pocas personas ha huido tanto la fortuna como del caballero andante Lorenzo Boturini Benaduci. Hace unos días encontré en la biblioteca pública Virgilio Barco la biografía de tan ilustre errante, escrita por Giorgio Antei. Ojeando el libro -desde mi perspectiva de caminante inveterado-, no pude menos que solidarizarme con un personaje que recorrió, a física pata, gran parte de Europa occidental y otro tanto de México. En efecto, si nos dan las cuentas, este peregrino profesional caminó más de tres mil kilómetros (sin contar las traslaciones cotidianas), utilizando como único combustible su devoción por la Virgen María: ora de Madrid a Zaragoza para visitar el santuario de Nuestra Señora del Pilar, ora de Veracruz a Guadalupe siguiendo la pista de la Virgen Indígena, a cuya protección se había encomendado para que lo librase de una muerte seg

La de los estudiantes, una lección de historia bien aprendida.

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Los que marcharon eran cerca de veinte mil, según cuentan las noticias conocidas hasta hoy. Se organizaron para protestar contra las medidas oficiales que vulneraban su derecho al futuro. Su causa -digna y justa- fue respaldada por simpatizantes de otras ciudades que se les fueron uniendo en su destino hacia el centro de la capital. Mal abrigados, aguantaron frío y hambre. En sus mochilas sólo cargaban algunas raciones de agua, tabaco, panela y queso. Pero tenían como alimento principal su determinación. Y fue tal determinación la que desconcertó a las autoridades hasta el punto de obligarlas a ofrecer la derogación de las medidas rechazadas por los integrantes de la marcha -y sus compañeros de causa-. Esto sucedió hace doscientos treinta años, en 1781, cuando los comuneros bajo el liderazgo de Berbeo marcharon desde el Socorro hacia la capital del Virreinato de la Nueva Granada en protesta contra las leyes injustas del régimen colonial, y en busca de reivindicaciones sociales.

Sin brújula por los cafetines de la novena III (continuación)

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Jeimy, una copera biónica (Final) En aquel momento irrumpió en la estancia un vendedor ambulante. El hombrecillo, un jorobado con su cajón terciado (tal vez por el peso inveterado de la mercancía), identificó su objetivo con rapidez y se deslizó como una sombra hasta nuestra mesa, interrumpiendo la conversación: “chicles, cigarrillos, mentas…” - Convidame unos chicles . –exigió la muchacha. Y luego me advirtió: - Si querés fumar, tenés que salir a la calle. Le respondí que no fumo, y procedí a comprarle una caja de chicles de hierbabuena. En seguida Jeimy retomó el hilo de nuestra conversación: - ¿o sea que vos preñaste a la peladita? -No. Pero tampoco duramos mucho tiempo juntos. En realidad ni ella ni yo fuimos  consecuentes con lo que pensábamos y pregonábamos (como lo vaticinó mi padre). De modo que unos meses después ella retornó a la comodidad de su "burguesía decadente", y yo continué asumiendo las consecuencias de mis actos, es decir, ec

Sin brújula por los cafetines de la novena II (continuación)

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Jeimy En el “Gran París”, un cafetín de la novena con calle quince, atiende una copera que lleva por buen nombre, Jeimy. Es una rubia natural, llamativa -como lo requiere su oficio-, de unos cuarenta años de edad, rostro amable aunque cansado, y marcado acento paisa. Yo entré al establecimiento de marras un viernes por la tarde con el ánimo de realizar trabajo de campo –como suelen llamar los etnógrafos a su dolce far niente -, para documentar una serie de historias sobre los cafetines que subsisten en el centro de Bogotá. Jeimy se acercó para tomar mi pedido esgrimiendo una sonrisa franca. “Un tinto”, le dije; entonces ella se dirigió a la barra, desembolsó una ficha de la carterita escondida en el seno y se la entregó al barman. El hombre procedió enseguida a servir el tinto. En Colombia, Ecuador y Venezuela le decimos tinto a la infusión de café negro; en el resto del mundo el tinto es un vino, pero eso no importa mucho para la historia -me dije-. Luego me reí de mi inv