Sin brújula por los cafetines de la novena III (continuación)

Jeimy, una copera biónica (Final)


En aquel momento irrumpió en la estancia un vendedor ambulante. El hombrecillo, un jorobado con su cajón terciado (tal vez por el peso inveterado de la mercancía), identificó su objetivo con rapidez y se deslizó como una sombra hasta nuestra mesa, interrumpiendo la conversación: “chicles, cigarrillos, mentas…”

- Convidame unos chicles. –exigió la muchacha. Y luego me advirtió:
-Si querés fumar, tenés que salir a la calle.

Le respondí que no fumo, y procedí a comprarle una caja de chicles de hierbabuena. En seguida Jeimy retomó el hilo de nuestra conversación:

-¿o sea que vos preñaste a la peladita?
-No. Pero tampoco duramos mucho tiempo juntos. En realidad ni ella ni yo fuimos  consecuentes con lo que pensábamos y pregonábamos (como lo vaticinó mi padre). De modo que unos meses después ella retornó a la comodidad de su "burguesía decadente", y yo continué asumiendo las consecuencias de mis actos, es decir, echando a rodar la piedra de Sísifo. Pero esa es agua pasada y olvidada. –respondí.

Jeimy se levantó de la silla y me hizo una señal para indicarme que volvería en un instante. El sargento de infantería le había ordenado con las palmas y un movimiento de labios que atendiera el pedido de otra mesa. Mientras ella servía a la clientela me dije: "¡Caramba!, esta mujer aporreada por la vida, con cuarenta años encima y una hija de algo más de veinte (como inferí de su relato), aun conserva la belleza endémica de las mujeres caldenses. Es más", pensé, "tengo la certeza casi geométrica de que su elegancia  natural podría lucir sin escándalo en un té canasta de las damas de la Liga de la decencia".

Y así, entre idas, venidas e interrupciones producidas por las muecas y palmas del sargento-barman, Jeimy me contó que su padre le dio una zurra “que ni para qué te cuento” cuando supo que estaba embarazada. La echó de la casa y se la llevó a vivir a Pácora con una tía solterona y amargada que le hizo la vida imposible, hasta el punto que, cuando nació su hija, aceptó irse a vivir con un comerciante añoso de Supía con quien, si bien no fue feliz, al menos vivió tranquila durante unos años. Pero al hombre lo mataron en Caicedonia, y poco tiempo despues apareció dizque la esposa legítima para reclamar los bienes del difunto, asunto que despachó por la fuerza y con amenazas. Conque Jeimy, indefensa, tuvo que venirse con su hija para Bogotá, a duras penas con lo puesto.  Adiós Supía, adiós años de trabajo en balde...

La de Jeimy, como la de muchos colombianos abandonados por la fortuna, es la historia del desarraigo, de la exclusión y del despojo. Con todo, no se columbraba rencor en su relato. Mas bien  estoicismo y valentía. Porque, hay que decirlo: Jeimy es una guerrera, una mujer biónica como la Sommers de la televisión. No es cualquier cosa sobrevivir día a día al ambiente sórdido de un cafetín. No es nada fácil tener por oficio el consumo de licor y la lidia de borrachos que se pueden tornar violentos por un "quítame allá esas pajas".

-¿Y qué haces con los que se propasan contigo? –indagué.
- El atrevido que me irrespete, lleva del bulto. –me respondió señalando la bolsa que llevaba escondida en el seno. Yo intuí una navaja. Luego continuó:
-Claro está que una vez me salió uno “mariscal”. El tipo me cortó el brazo con una botella. – dijo mostrándome su antebrazo izquierdo. 
cuatro puntos de sutura. –enfatizó al acariciar con su mano derecha el tatuaje de la contienda. La contienda de los "tres centavos".

Y es que la puñalada o el botellazo son los accidentes de trabajo a que se exponen las coperas por razón de su oficio. De igual forma el alcoholismo es la enfermedad laboral que las aqueja. Aún así, no tienen ninguna protección de la seguridad social. Son un riesgo agravado para las aseguradoras. Por respeto no me atreví a preguntarle más acerca de ese tópico. Además era innecesario. A medida que avanzaba la tarde los efectos  del alcohol parecían más evidentes. De hecho yo no había consumido ni una copa, en tanto que la muchacha se había “bogado” la media de aguardiente mientras dejaba caer sus recuerdos sobre la mesa como en un pequeño otoño interior.

Al notar la botella vacía, la muchacha me ofreció el casco de naranja que restaba y me preguntó si iba a pedir otra media de aguardiente. Le dije que no. Entonces comprendí, por su mirada, que también se había terminado nuestra conversación a destajo. Extendió su mano para despedirse y me dio un fuerte apretón que yo recibí conmovido. Me invadió una rara sensación de ternura.

 -Adiós, Jeimy, mujer biónica. -le dije. Ella volvió a sonreir, esta vez sin desdén.

Aparte de unas cuantas referencias marginales, Jeimy nunca habló de su hija. Acaso quería proteger su tesoro más preciado de la  mezquindad de un entorno laboral enrarecido. Y aún diría más: tengo para mí que Jeimy no es el verdadero nombre de mi acompañante circunstancial. Quizá los únicos seres con derecho a pronunciar su nombre de pila son sus allegados en la intimidad del hogar. Porque el nombre propio determina nuestra existencia. Y Jeimy, como sus colegas de cafetín, no está dispuesta a entregar su nombre verdadero para que sea envilecido en la boca mentirosa de sujetos desconocidos a cambio de unos cuantos pesos. Por lo demás, creo que la historia que me contó es cierta.

En cualquier caso, lo que parece seguro es que Jeimy es una verdadera “mujer biónica”. Al igual que Jaime Sommers, la heroína interpretada por la bella Lindsay Wagner en la serie de los setentas, nuestra copera ha de tener un oído biónico para escuchar con paciencia las experiencias, desencuentros y soledades de sus clientes. Debe estar dotada de un brazo  ídem para defenderse de los patanes; y unas piernas ultra rápidas para huir, cuando sea necesario, de los peligros inherentes a su trabajo insalubre e ingrato.

 Créditos foto: www.flickr.com, CatPats

Comentarios

  1. Es muy melancólica tu cronica, Darío, pero no por ello menos bella. Pero no podía ser de otra manera. La vida de estas pobres mujeres es un verdadero drama.

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  2. Este personaje, la copera, ha ido desapareciendo de la capital. Al centro ya no va la gente de antes porque está peligroso. En los cafetines de Bogotá estudiaron muchos universitarios de provincia. Mas de una copera financió una carrera universitaria. Yo pensé que ya se habían acabado.

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  3. Dolores, don Danilo, detrás de la sordidez que rodea a las coperas, se hallan las historias de vida cundidas de valentía, solidaridad, valores, ternura, etc. Confieso que el trabajo de campo para escribir esta crónica me pegó duro al plexo.

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  4. conmovedora historia de vida, a ciertas personas se les da una sola oportunidad de vivir, la aceptan, o se pierden...
    maravillosa Jeimy, que aun al límite de su existencia sabe conservar los valores que la dignifican, el amor filial..
    saludos querido Peaton

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  5. Si, Amalia, además de biónica, Jeimy es una mujer maravillosa. Un fuerte abrazo.

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