Usos insólitos del Almanaque del Granjero



Quizá la fascinación que ejerce sobre  sus lectores el Almanaque del Granjero de Cuellar Editores se deba a la nota preliminar que, al rompe, en la primera página y con caracteres destacados en cursiva advierte a los destinatarios acerca del contenido y la variedad de usos, algunos insólitos, que se le pueden dar a esta entrañable publicación periódica. Dicho de otra manera, el almanaque en cuestión nos presenta de entrada un manifiesto sobre su utilidad indiscutible.

Estamos acostumbrados a los almanaques temporales que, como el de la muchacha de los cigarrillos Pielroja, va perdiendo sus pétalos a lo largo de un perenne otoño anual, hasta que el día 31 de diciembre es menester echar a la candela su cuerpo famélico.  Pero el Almanaque del Granjero es diferente. Está hecho para durar toda la vida, como su pariente bicentenario que lo inspiró, “The Old Farmer`s Almanac” de Yankee Publishing Inc. Y hablando de bicentenarios, ahora caigo en la cuenta de que nuestro almanaque vernáculo estará cumpliendo en el 2012 su vigésimo aniversario.

Acaso su “inmortalidad” esté dada precisamente por esa virtud que comparte con las navajas suizas, de servir para todo y aún más.  Veamos: 

“Contiene las fases de la luna, el santoral del año, los días de pesca, los eclipses, las noches para observar estrellas fugaces, las ferias, fiestas y demás eventos importantes para todo el territorio colombiano. Además encontrará artículos de gran utilidad para el quehacer diario, consejos prácticos, poesía, fábulas y miles de recetas que le ayudarán a llevar una vida más agradable y sana. De gran utilidad para sus viajes y safaris, excelente para aplastar zancudos y mosquitos, noble compañero en las noches de desvelo e incomparable como abanico en las calurosas tardes de verano, recursivo como tema de conversación en visitas y reuniones de todo tipo.”

Con esta minuta de usos indispensables que no se agota en la predicción -más o menos científica- del estado del tiempo, uno entiende por qué el Almanaque del Granjero se constituye en un verdadero sucedáneo “informático” para nuestros campesinos agobiados por las carencias y con dificultad de acceso a la tecnología. Por estos días en que la Internet nos permite -en cuestión de segundos- acercarnos al conocimiento humano, así sea de manera epidérmica, esta amable publicación luce ante los ojos de algunos incrédulos como un curioso anacronismo.  Pero no. El almanaque de marras es un compendio de información útil para el hombre del campo, editado en formato  apropiado para su bolsillo -sudoroso si se quiere-, y sin dependencia de baterías. Algo que el ciudadano cosmopolita no alcanza a comprender. Por lo demás, no creo que un perfumado corredor de bolsa se atreva a utilizar su I Pad para aplastar zancudos o como abanico en las calurosas tardes de verano. Esto último se afirma, claro está, sin ánimo de restarle mérito al I Pad.

Aclarado lo anterior, haré un breve recorrido por los temas que me han cautivado en varias ediciones del almanaque, a riesgo de excluir caprichosamente otros de igual o mayor encanto. ¿Quién no recuerda con alegría haber leído en el “Tesoro de la Juventud” ese capítulo alucinante  denominado “el libro de los por qué“  donde aprendimos, por ejemplo, acerca de la edad del hielo? Pues bien, en nuestro encomiable almanaque conviven sin concierto aparente, como en las “Etimologías” de San Isidoro de Sevilla, temas tan disímiles pero interesantes como los siguientes: el control de las malezas, los detalles poco conocidos de los animales, las fases de la luna -por supuesto-, el éxito y el fracaso, la tabla periódica, las leyes de Murphy, la prevención de plagas, las fábulas de Esopo, las virtudes del yogur, las mil y una noches,  microorganismos que limpian el agua, las tormentas eléctricas, el santoral católico, esa forma impetuosa de la alegría que llamamos risa, los eclipses, el día del campesino, la mermelada de mora, recetas de cocina, el cultivo del palmito, las notas notables, un crucigrama, el arte de conciliar el sueño, los amigos después de la muerte, en fin, decenas de cosas por el estilo, necesarias para sobrellevar dignamente esa carga indefinible -pero entrañable a pesar de todo- que llamamos existencia.

Merced al Almanaque del Granjero me enteré de que San Juan Probo es mi santo patrono; supe que el hombre  fracasado deja pasar su vida sin ideales en el camino del negativismo, y que el verdadero amigo es el que nos conduce por la senda del bien. Aprendí asimismo que los osos no pueden sufrir apendicitis por la sencilla razón de que no tienen apéndice.  Y  además descubrí lo más útil para mi condición de dandi vergonzante: aprendí cómo quitar el brillo delatador de la vejez de mis trajes de paño y cómo eliminar las marcas delatoras de los dobladillos.

Pero sobre todas las cosas, me conmueve el fino humor con que el señor Cuellar lleva del cabestro la línea editorial de su simpática publicación. Consciente de que la risa es más liberadora que la grandilocuencia, aburrida y estéril, el editor no tiene ningún reparo en dirigirse a sus lectores en los siguientes términos:

“Si usted es uno de los pocos parroquianos que se toma el trabajo de leer los prólogos o los editoriales de los libros, permítame felicitarlo y agradecerle tan noble gesto, que además de ser una muestra de respeto y agradecimiento al autor, es la confirmación de que estamos tratando con lectores inteligentes, y profundos, o que por el contrario no tienen nada que hacer y se encuentran en alto grado de aburrimiento o de angustia por formar parte del torrente de desempleados que engrosan las últimas cifras del DANE”

Y es justamente esa línea editorial la que generosamente me ha permitido cometer el presente escrito, que con seguridad merecerá un espacio al lado de las “lecturas de retrete” del amigo Álvaro Serrano,  para que el distinguido lector, una vez ojeado mi texto escatológico –no precisamente por su acepción espiritual-, proceda a arrancar la hoja para utilizarla como reemplazo del papel higiénico, agregándole así otro uso insólito al Almanaque del Granjero, que en próximas calendas estará llegando a los veinte años, como quedó dicho.

(Foto de Alejandro Gómez)

Comentarios

  1. ¡Ay Darío, cuantas cosas se van quedando en el tiempo!
    Había, no se si persista, en el centro de la Ciudad,en la calle de Tacuba, casi esquina con eje Central (antes llamado San Juan de Letrán, otro nombre en desuso), un hombre, que aparte de vender periódicos y revistas; cada año exponía hermosos calendarios con paisajes de la vida campirana de nuestro país y alusiones a algunas leyendas del mismo. Y, como tú dices, atrás de cada hoja se podían leer recetas, efemérides, consejos y mil cosas que llenaron mis horas de niña aburrida,
    Hoy, debido a los teléfonos celulares, cada quien puede consultar el día en que vive en la caratula del mismo. Claro, porque la gran mayoría ya no tiene tiempo de ponerse a admirar un buen almanaque, hecho con gracia y sabiduría.
    Los únicos calendarios que hoy tienen demanda, son los de desnudos de artistas de TV y cine, esos que no dejan nada a la imaginación.
    Bueno, hasta han hecho calendarios de viejita y viejitos, cuyas partes pudendas son disimuladas con los más diversos utensilios (¡que arrojo!), de bomberos, de políticos y vaya usted a saber que otra cosa se les ocurra.
    Te quiere tu tía internauta: Doña Ku

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  2. tu te ríes, pero no sabes en aquellos tiempos lo difícil que era conseguir, en el campo, papel para todos los "usos" ya que en esas soledades no llegaban periódicos, ni almanaques. Hasta que apareció una revista agrícola que aun existe que llegaba a domicilio del que la pidiera y donde traía la parte para la mujer y la flia. de campo.
    Donde la encontrabas seguro era en el escusado colgada de un clavo en la pared, cada vez con menos hojas...
    saludos querido Peaton

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  3. Tía Ku, Amalia, en nuestros campos latinoamericanos le sacamos beneficio a todas las cosas hasta límites insospechados. Para el caso que nos ocupa, hasta la última hoja del calendario.

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