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Mostrando entradas de enero, 2012

Inventario del día de San Valentín

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Cero tolerancia Una mansión Dos mucamas Tres autos Cuatro divorcios Cinco cirugías Cuatro psiquiatras Tres amantes Dos abogados Una soledad infinita Cero ilusión (Créditos foto: cactus en el Jardín Botánico de Medellín. Foto de Alejandro Gómez Bedoya)

Ciudadanos del mundo

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  Para nuestro mal,  ha calado en el ámbito mundial el estereotipo del colombiano considerado como un sujeto violento que trafica drogas. Somos víctimas del facilismo torpe e irresponsable de algunos medios de comunicación internacionales y de no pocas autoridades extranjeras que reducen su ignorancia a esquemas: colombiano = narcotraficante . Lo demás es sangre, como las morcillas.  Y aunque en algunos casos esto es cierto -sería más torpe aún desconocer que padecemos una violencia inveterada producto de la injusticia social y la corrupción rampante-, también lo es que la gran mayoría de los colombianos somos gente decente, inteligente, honesta, trabajadora y con un estoicismo a prueba de balas -esto último se dice literalmente-. Nos hemos cansado de repetir la misma retahíla de que por estas latitudes no todo es droga y violencia, sino que por acá se habla muy bien el castellano, tenemos dos mares, conservamos todavía muchos animalitos silvestres, hay bonitos paisajes, en

El hombre de la represa

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N adie sabía con exactitud desde cuando trabajaba el hombre para la represa. Se sabía, eso sí, que era el dependiente más antiguo, que vivía, literalmente, pegado a su puesto de trabajo, y que sus funciones eran totalmente desconocidas. Con el correr del tiempo la represa evolucionó en magnitud y tecnología, pero ninguna administración se preocupó por conocer la naturaleza de su oficio. Los otros trabajadores lo llamaban con sorna, “el activo fijo”, tal vez porque se habían acostumbrado a verlo como parte del mobiliario. Y es que, ciertamente, el hombre permanecía en su puesto concentrado e inmóvil; se diría que en estado letárgico de no ser por la rigidez de su expresión. Así había sobrevivido a muchas administraciones, hasta que llegó un nuevo gerente, eficiente como una guillotina, quien preguntó por las funciones del hombre. Como nadie le supo responder, y además consideraba indigna de su cargo la molestia de preguntarle directamente al hombre, ordenó su desti

Breve historia de un libro breve

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Hace cinco años prometí no volver a comprar libros. Al menos hasta que haya leído los que hibernan impunemente en mi biblioteca, muchos de ellos, debo confesarlo, sin haber sido ni siquiera ojeados. Desde entonces sólo he roto mi promesa un par de veces. Claro está que los ejemplares que me incitaron a pecar bien valen la condena.  Pero esa es otra historia. Ayer, sin embargo, volví a faltar a mi juramento.  No me remuerde la conciencia por el gasto incurrido –el libro me costó apenas mil pesos-, sino por la morosidad en las lecturas pendientes y la falta de espacio en los anaqueles. Para que se formen una idea, mil pesitos en Colombia son una bicoca que sólo alcanza para tomarse un café negro en la panadería del barrio o para comprar una empanada con relleno de dudosa procedencia. Con todo, no lo adquirí por barato sino porque me llamó la atención que el vendedor tuviera entre su venerable mugre un libro de Stanislaw Lem, un autor polaco de ciencia ficción que quise lee

Optimismo

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Nadie se llame a engaño: “no hay almuerzo gratis” (aseguran los economistas), y el hombre es lobo del hombre como reza el necio precepto; pero lo importante no es la ley sino sus herméticas excepciones, sus exiguas confirmaciones reducidas a pequeñas gotas de esperanza por el autoclave manchesteriano. Ocurren a veces incidentes generosos que no corresponden al azar, ni a la gazmoña caridad del poderoso y he aquí que uno se reconcilia con la raza de los bípedos "pensantes" cuando presencia una mano extendida al condenado o cuando escucha la voz prestada sin interés a quien le negaron el crédito de sus palabras; uno se conmueve, qué sé yo, con los proyectos para colorear los mapas del despojo, no con la hemoglobina de sus hijos, sino con pinturas de maíz y secreciones nutritivas de ganado manso para mitigar su angustia inveterada. Planta exótica es la solidaridad, pero hermosa cuando  florece. Entonces se trasluce en el horizonte un

Viejo no, muy usado

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Según el DANE, entidad –desacreditada- que lleva las estadísticas oficiales en mi patria, la esperanza de vida de un Colombiano es de 74 años. Con cincuenta cumplidos, y haciendo un acto de fe, concluyo que ya he transitado las dos terceras partes de esa cosa abstrusa, refractaria al entendimiento, a veces cruel pero siempre estimulante -a la manera de un tiovivo- que llaman vida. Desprovisto de su componente espiritual, el ser humano sigue siendo una máquina maravillosa –pero máquina al fin- que se desgasta con el uso. Creo con el poeta Castro Saavedra que nos vamos gastando contra la ropa. Pienso que el sol  nos va secando los fluidos energéticos, y la fricción permanente contra el viento va erosionando los componentes  positivos y negativos de nuestros átomos. Todavía más cuando se es un caminante impenitente e inveterado como el suscrito, que anda por ahí expuesto a las inclemencias del clima. Por tal razón aproveché estos días de asueto para acudir al examen méd

“Promesa de dar” gato por liebre

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En tres días llegarán oficialmente los Reyes Magos.  Y que yo sepa, no hay indicios de que traigan consigo la mitad de la fortuna de Bill Gates y su socio Warren Buffet, que, en momento aciago, prometieron junto a otros multimillonarios donar para obras de beneficio común. Ese dinerillo, mal contado, asciende a la suma de cincuenta mil millones de dólares.  Es decir, lo suficiente para garantizar, por ejemplo, el servicio integral de salud de veinte millones de seres humanos pobres durante diez años. De eso hace ya dieciocho meses, y a la fecha no hemos sabido que los magnates que se regodearon hasta la saciedad con su campaña mentirosa, The Giving Pledge , hayan soltado un dólar. Descreído como soy, confío más en los tres Reyes Magos que en los magnates en cuestión. Y eso que no sabemos cuántos magos eran en realidad,  si eran reyes o timadores. Tampoco se conocen sus verdaderos nombres, ya que el evangelio de Mateo no los menciona. Melchor, Gaspar y Baltasar parece