El hombre de la represa




Nadie sabía con exactitud desde cuando trabajaba el hombre para la represa. Se sabía, eso sí, que era el dependiente más antiguo, que vivía, literalmente, pegado a su puesto de trabajo, y que sus funciones eran totalmente desconocidas. Con el correr del tiempo la represa evolucionó en magnitud y tecnología, pero ninguna administración se preocupó por conocer la naturaleza de su oficio. Los otros trabajadores lo llamaban con sorna, “el activo fijo”, tal vez porque se habían acostumbrado a verlo como parte del mobiliario. Y es que, ciertamente, el hombre permanecía en su puesto concentrado e inmóvil; se diría que en estado letárgico de no ser por la rigidez de su expresión.

Así había sobrevivido a muchas administraciones, hasta que llegó un nuevo gerente, eficiente como una guillotina, quien preguntó por las funciones del hombre. Como nadie le supo responder, y además consideraba indigna de su cargo la molestia de preguntarle directamente al hombre, ordenó su destitución inmediata.

Al hombre le llegó una carta escueta, impersonal y fría, como suelen ser este tipo de misivas, en la cual le informaban acerca de la destitución y retiro inmediato de su puesto de trabajo habida cuenta de la inutilidad de sus funciones. El hombre leyó la comunicación, y en su rostro inmemorial se iluminó por primera vez la expresión del descanso. 

-¡Al fin! – dijo el hombre con una voz como salida del fondo de las aguas quietas, pero no dijo más. 

Entonces recordó la orden impartida por un ingeniero, desde los tiempos de la construcción de la represa, que le imponía tapar con su dedo índice, hasta nueva orden, una pequeña grieta del dique. Y esa nueva orden por fin había llegado.

El hombre y su dedo índice izquierdo -era zurdo- se retiraron del puesto de trabajo con la satisfacción del deber cumplido. Por la pequeña grieta descubierta se asomó primero un hilo de agua, luego se dibujó en el dique una gran cicatriz por la que se coló un enorme chorro ávido de libertad, y finalmente se vino encima toda el agua de la represa llevándose consigo el dique y el moderno edificio que alojaba las oficinas administrativas, entre ellas las del gerente, que al final del día no tuvo tiempo de conocer la naturaleza del trabajo del hombre.

(Créditos fotos: Soul meets body, www.flickr.com y www.morguefile.com)

Comentarios

  1. ¡Ay Darío! imagino como te habrás reído de mi anterior comentario, donde te digo que mi meta era leer dos libros al mes y no a la semana,que es lo que quería decir (no te asustes, no es que tenga mucho dinero, sino que ya permiten bajar libros del internet)En fin, cada vez son más frecuentes las visitas de mi primo All.
    Recuerdo que mi abuela,doña Teo (por cierto, por cosa de nada me hubieran llamado Teodora,por mi abuelita, si no es que se acuerdan que de cariño le decían Dora).Bueno, te decía que mi abuela decía a los holgazanes: "¡Tú no sirves ni para tapar ni un caño!( también decía que la pereza era amiga de la pobreza)
    Pues tu personaje si que sirvió para tapar un dique, ¡quien lo dijera!
    Eso quiere decir que todos servimos para algo. Cosa que me alienta,ya que a veces siento que soy un ser bastante improductivo.
    Recibe el cariño de siempre de la tía Ku

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    1. Pues, como verás, el hombre de mi cuento resultó tener el oficio más útil de esa pinche represa. Un fuerte abrazo.

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