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Mostrando entradas de febrero, 2012

Circo sin nombre

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Conocí el circo cuando cumplí diez años.  No digo “a la tierna edad de diez años” , porque entonces había fallecido mi madre  y yo era un mocoso insoportable, endurecido por la orfandad prematura atizada por la rigidez castrense de mi padre. De tierno no tenía sino el pellejo. Lo cierto es que el “Tihany”  , así se llamaba el circo, estableció su campamento de tres pistas  (con su aviso luminoso como de casino de Las Vegas)  en un baldío de la carrera séptima con calle veinticuatro, en el barrio Las Nieves de Bogotá, donde todavía subsiste un estacionamiento que los domingos se convierte en el “mercado de pulgas de San Alejo” .   Tengo la impresión de que no fue un espectáculo extraordinario para mi alma infantil,  ya que sólo me quedaron recuerdos caliginosos de bailarinas con trajes diminutos y penachos multicolores, y de unos payasos que realizaban su número en un pequeño auto convertible con un telón de fondo donde proyectaban una película que simulaba una persecución,

Malecón

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Me gusta la palabra malecón. Malecón huele a pescado, a puerto, a gaviota presa de la brisa decembrina, a salitre, en fin, a mar. O a río, cómo no. Pero ese es otro malecón. Algo metafísico quizá, pues debemos hacer un acto de fe para imaginar desde la ribera la inmensidad de su desembocadura en el mar. Cuando pronuncio la palabra malecón, yo, que nací en tierra fría, lejos del mar, me estremezco como un adolescente que acude a una cita furtiva con su amada; sí, allí mismo, en el malecón. Palabra versátil, esta de malecón: sinuosa como la costa que pretende imitar con su alma de adoquín; larga en hectómetros, decámetros, o kilómetros, qué mas da. Pero corta, sin embargo, como la dicha. Paralela al abismo insondable de las aguas; triste cuando mira a los que se van. Malecón me suena a pañuelo blanco, a bienvenida, a terraplén, a muralla candorosa contra el tsunami , a muchacha broncínea y fresca, a pescador, a helado de sorbete, a pasión… Con todo, a los habitan

Ciudadanos del mundo II

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Con ocasión de la publicación del post que escribí hace unas semanas titulado “Ciudadanos del Mundo”, una querida lectora me reclamó reivindicar con mayor vehemencia las virtudes que adornan  a los colombianos de bien -que somos la inmensa mayoría-, frente a las infamantes generalizaciones que nos muestran ante el mundo como narcotraficantes violentos. Sin embargo, creo yo, las virtudes de los ciudadanos de bien no son muy diferentes en Bogotá que en Hanoi, Amberes, la Patagonia o Kampala. En Tallín, como en Miami, la Habana o Ciudad Bolivar, a orillas del gran Orinoco, hay hombres, y por supuesto mujeres, cuyas pequeñas historias de vida son generosas en conductas dignas de imitar. Se podría escribir un libro sobre la naturaleza humana con sólo entrar en las cocinas de los pueblos pequeños, arrellanarse en los sillones de los gerentes de los bancos o esculcar en los talleres de talabartería de los barrios marginales de las grandes ciudades. Nuestras pertenencias son má

Violinista en el tejado y un perro

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A Marc Chagall, y su pintura: “Violinista verde” ¿A qué desolado gueto llevó Eolo las notas verdes de tu violín? ¿Acaso lograste ensartar sus acordes etéreos en la cola de un cometa? No sé. Pero es seguro que sobre el tejado volaron más lejos los colores del alma, para derretir la nieve de Vitebsk con tu música de fiesta. Y he allí que hasta el perro canijo aprobó tu maroma de violinista sin reprochar tus zapatos dispares, como único testigo de la esperanza.

"Blogorrea"

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Los lunes, muy temprano, me pongo al día en la lectura de los comentarios que los ilustres visitantes dejan en mi entrada ( post ) semanal. Yo aprecio esa cortesía en lo que vale, porque me cuesta mucho trabajo poner en blanco y negro las ideas que se me ocurren durante la semana para compartir con ustedes. Es una tarea que requiere bastante “oficio” -como dicen los entendidos-, más todavía para aquellos que, como yo, no vienen con el chip de la retórica incorporado de fábrica. Y el blog , como la huerta casera, debe ser regado permanentemente con el agua fresca de la palabra para que no muera. Con todo, es enorme la cantidad de blogueros que existe -y subsiste- en el ciberespacio, y yo admiro su persistencia así como su capacidad para escribir tópicos interesantes. Noam Chomsky prefiguró hace años las posibilidades infinitas de la Internet como herramienta -buena o mala dependiendo del uso que se le dé- para compartir el conocimiento y la información. A mi modo de ver