Gracias muchachos, gracias profe Pékerman



Se encendió la llama de la esperanza

Yo no sé de fútbol, así como tampoco sé de vinos. Mas, ¿quién dijo que para disfrutarlos había que ser técnico abstruso o enólogo pedante?

Aclarado lo anterior, paso a reiterarle mi amor a la selección Colombia. Y a opinar de fútbol así sea sin fundamento. No sé si logremos clasificar al mundial de Brasil 2014, qué más da. Pero los hinchas vernáculos -a costa de sueños fallidos- hemos desarrollado una fidelidad, digamos estoica, que va más allá de los resultados y los galardones. Hablo, por supuesto, de la afición de corazón puro, la que se congrega religiosamente a predicar el evangelio de la esfera pecosa, pongamos por caso, en el barrio Pescaíto de Santa Marta o en el Olaya en Bogotá, para citar sólo un par de ejemplos. De modo que disfrutamos a rabiar con los destellos de buen fútbol que con alguna frecuencia nos regala el equipo nacional, al que adoramos con amor de madre, es decir, no porque sea bueno sino porque es nacido de nuestra entraña.

Y antenoche, en Miami, frente a la digna representación de Mexico, nuestros muchachos nos brindaron un bocado de fútbol exquisito. Una vez despercudidos del incisivo ataque de los aztecas durante los primeros minutos del partido -que si no culminó con un gol en contra fue gracias a la agilidad felina del portero Ospina-, los nuestros comenzaron a deleitarnos con un juego expedito, ofensivo -como no acostumbraba la selección del Bolillo Gómez-, más libre, ligero, que resultó premiado con el estupendo tanto de Falcao García a los treinta y cinco minutos del primer tiempo, gol impecable del tigre -así lo llaman- que, agazapado entre los defensores contrarios, salió de la manigua para cobrar la presa con un rebote mortal. Pero a los doce minutos del segundo tiempo la dicha fue completa.  James Rodríguez, un jovencito de veinte años que pareciera tener implantado un GPS en su cerebro -como el insuperable Gerson en el mundial del setenta, o el magnífico Pibe Valderrama en su mejor época-, le procuró un pase de precisión al marcador de punta Pablo Armero quien, a su vez, le entregó de manera impecable el balón a Juan Guillermo Cuadrado para que pateara con el alma el preciosísimo gol que fue como una cataplasma para el espíritu de millones de colombianos que olvidamos por un instante las aulagas y fuimos realmente felices. Yo me salí de la piyama con el grito de goooooooollllllll que despertó a mi amada cónyuge -pobrecita-, y me costó un adormecido pellizco de su parte. Pero valió el dulce dolor.

Fue como si el profesor Pékerman les hubiera  desatado las alas a estos muchachos que, a pesar de sus talentos, estaban condenados a los grilletes de una defensa medrosa en tiempos del innombrable.  Un buen comienzo. Nos falta, ahora, liberarnos de la trasnochada "dirigencia" deportiva que nos agobia desde antiguo con su mezquindad impenitente.

Todo esto pasó un bisiesto 29 de febrero. Lo cierto es que el jueves primero de marzo los colombianos amanecimos con una arruga menos en el ceño de nuestra fruncida cara. Y eso, profe Pékerman, desquita hasta el último centavo de su salario bien ganado. Gracias muchachos, gracias profe Pékerman.

(Foto de Alejandro Gómez B.)

Comentarios

  1. GRRRRRR!,GRRRRRRR!GRRRRR!GRRRRRR!GRRRRRR!
    BAH!, NO ES PARA TANTO!
    De todos modos te quiero malvadito: La tía Ku

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  2. Ay, mi adorada tía. En fútbol no hay carga más pesada que la dicha del oponente. Yo también te quiero con el alma. Mucho más que al fútbol.

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  3. Un buen fin de semana te deseo con el afecto que hemos granjeado desde que he tenido el gusto de conocerte.

    Un beso y una melodía en armonía al día de hoy.

    María del Carmen


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    1. Lo mismo te deseo, María del Carmen. Me lo disfrutaré con más ganas, ahora que tengo fresca la miel del triunfo. Abrazos.

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