El parque soñado (Ficción de la memoria)



“Con permiso me siento a descansar un rato. Es que el viento de la tarde me aporreó de frente con todos los recuerdos que penetraron mis fosas nasales hasta alojarse en la mollera.”

Eso, o algo parecido, le dije a la muchacha que se acercó demasiado para preguntarme si estábamos en el parque del Brasil, al tiempo que mostraba un papelito con garabatos ilegibles que prácticamente me untó en la cara.

- este tío se rayó. ¿Se nos habrá ido la mano en la burundanga? –escuché decir a un sujeto detrás de mí.

“También pido permiso para soñar, porque los sueños son la trascendencia de esa  muerte provisional que es dormir. De modo que con su venia procederé a columpiar mis recuerdos pueriles del barrio de La Magdalena al ritmo del cacao sabanero, al son de la escopolamina con la que me embromaron.”  -espeté. Ella encogió los hombros.

Por el costado sur del parque discurre una suerte de pasaje en forma de media luna, coronado por enredaderas que se aferran con sus pequeñas garras vegetales a las columnas de ladrillo aparejado. Visto desde la carrera dieciocho, el paso en cuestión parece un túnel anacrónico que desemboca en un alcaparro con el tronco retorcido donde tenía mi oficina para despachar, encaramado en una de sus ramas, los asuntos intrascendentes de la infancia.

“Desde luego que este es el parque del Brasil” -le contesté finalmente a la muchacha. Todo el mundo sabe que la selección de fútbol carioca siempre se hospedó en el hotel Comendador, porque tenía vista al parque bautizado con el nombre de la nación que nos prestó por unos meses a Garrincha, el mejor futbolista de la historia; un genio patichueco y arisco que jugó en el Junior de Barranquilla donde fue el terror de las defensas rivales con sus gambetas endemoniadas de pájaro callejero.

-       Definitivamente este paciente se nos tostó.  – sentenció el sujeto que me escoltaba.

“No es tostó sino Tostäo” –aclaré. Pero yo no conocí a Tostäo, valga la verdad, ¡qué más quisiera!; era el Pelé blanco, el zurdo de oro que ponía los pases como con la mano. En cambio si conocí a Zico en el parque del Brasil cuando en 1.972, con diecinueve años de edad, vino a Bogotá a jugar el suramericano juvenil de fútbol y se instaló en el Comendador.

- tranquilo, papito, no más fútbol y dígame más bien cuál es la clave de la tarjeta débito. –Insistió la muchacha mientras me acariciaba la frente.

“La clave está en saber diferenciar la cosa en sí de la cosa en mí”, -respondí. Mas yo no sabía qué era que ni quién era quien. Me traicionaron los sentidos, me invadieron los recuerdos. Yo sólo quería sentarme un rato en el parque con un helado de limón para degustar nuevamente el sabor inefable de mi niñez.

-la clave, mompa, a mí no me vas a vacilar; la clave o si no te quiebro h.p.  – gritó el sujeto a mis espaldas mientras me golpeaba el costillar. La paleta de limón cayó en mi zapato izquierdo estampando en la gamuza recién cepillada todo su verdor de anilina fosforescente.

- Déjelo sano, parce, el man por las buenas se deja llevar; yo lo trabajo con cariño y verá -Tranquilizó la muchacha al sujeto, y luego me susurró con ternura inusitada:

-       Dime al oído la clave papá, sé buenito conmigo. – y me dio un beso en la mejilla.

“La clave está en la virtud y la virtud está en el medio y en el medio la virtud” -le contesté a la jovencita, que acaso nunca habría oído hablar de Horacio ni de Aristóteles. Sin embargo eso tampoco parecía importarle a una mirla que atacaba a picotazos a un pequeño copetón para robarle el contenido de un paquete de papas fritas tirado en el suelo.

-       La clave, papito, que se nos enoja más el patrón, y a él no le hace gracia la filosofía. –insistió la muchacha con vehemencia.

“Tres, dos, uno yyyyyyy ceroooo...... esa es la cuenta regresiva del viaje hacia el origen” -le musité al oído. Y en efecto inicié un viaje de regreso hacia el útero. Me detuve en el año 1972, a dos lustros del huevo. Estaba tendido sobre el pasto para contemplar el cielo que se asomaba a pedazos grises y azules entre las ramas frondosas de los viejos urapanes abrazados como compadres en lo alto de sus copas.  De golpe brotaron de la tierra los ecos de voces escuchadas en la infancia: mi abuela llamándome a almorzar, los gritos de mi hermano mayor caminando a zancadas hacia el bus del Calasanz mientras yo intentaba alcanzarlo corriendo torpemente al tiempo que esparcía la merienda por el camino. Adiós banano, adiós emparedado, adiós gaseosa, adiós, les decía con tristeza desde la ventana del bus con la lonchera abierta en la mano (que se reía a  carcajadas con sus enormes mandíbulas de lata).  De aquello no quedó nada, ni siquiera el recuerdo del ponqué “Ramo”.

-       No quedó nada en la cuenta. Sólo tenía estos cien mil pesos en la tarjeta. Qué tipo tan líchigo. Escúlquelo a ver que más le encuentra y nos vamos. -Le ordenó el sujeto a la muchacha.

-       A ver, bróder, ¿qué tenemos por aquí?, ¿una cadenita de oro?, ¿recuerdo de tu mamá?, que ternurita, mejor, ya está bendecida. ¿Un reló?, Casio Edifice de acero inoxidable, no está mal, pura prenda de clase media, gracias papito, chau.  –me dijo la muchacha con su voz de chicle de fresa, y luego me soltó con delicadeza en una banca del parque.

Ahora estoy aquí sentado viendo pasar las nubes que se disponen a dormir a las seis de la tarde luego de haber trabajado horas extras y sin derecho a descanso dominical, como pasa con las sirvientas viejas que poco a poco van retornando a las casas con sus patronas después de la misa de cinco en la iglesia del Espíritu Santo.  Me siento desamparado sin la extraña cercanía de la muchacha. La mirla regresa de vez en cuando a picotear con tozudez la talega de papas fritas que le hurtó al copetón hasta que desiste de su empeño inútil y vuela perezosa hacia un pino. En mi mente suena la canción “retrato em branco e preto” de Jobim & Buarque, y empiezo a soñar que la muchacha regresa para rescatarme de mi encierro gris, atrapado como me encuentro en mi propia perplejidad.

(Créditos fotos:Parque del Brasil, Bogotá, D.C. Fotos de H. Darío Gómez A.)

 

Comentarios

  1. ¡Ay Darío, ese tipo de cambio si que desconcierta! Si alguien aquí en mi país tuviese cien mil pesos en su cuenta,sería un tipo adinerado (sin contar con que nadie podría con un simple pin sacar tal cantidad).
    Pero, bueno, eso de que ni siquiera tengas la libertad de sentarte a soñar en un parque, es una crueldad, de la que por cierto no estamos exentos en nuestro querido México.
    No queda más que meterte al baño, llenar la tina (en caso de que tengas tina) desnudarte y meterte a disfrutar del agua tibia, y ahora sí...a soñar.
    TQ: Doña Ku

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  2. Recuerdo de tiempos donde la inseguridad era una palabra solo en el diccionario.
    La realidad la trae diariamente.

    Te deseo una buena semana, a pesar de distorciones ajenas a tu voluntad.

    Cariños!!!!

    Te dejo la frase de la semana:

    Tal vez yo nunca consiga ver un arco-íris.
    Pero aprenderé a diseñar uno, auque solo sea dentro de mi corazón.

    Aristóteles Onassis

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  3. Tía Ku, Abu, María del Cármen. En efecto una ficción con fondo algo sombrío, pero un estupendo pretexto para la ensoñación de la niñéz.

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  4. La ensoñación de la niñez nunca va a desprenderse de nosotros, nunca, siempre está contigo el niño que fuiste igual que siempre está conmigo en mi memoria y algo más que en mi memoria la niña que fuí... nadie puede asaltar ni robar eso; pero es un hermosisimo relato pese al tono sombrío esta ficción de la memoria.
    Y a ver Darío, ¿no era pacifica la doctrina en que el mejor futblista de la historia era Pelé?...aunque mira, en todo caso entre brasileños está la cosa ¿no?

    Mil besitos gordotes

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    Respuestas
    1. Si señora. La dicha de la niñez nos salva del horror que a veces nos toca en el presente (lo digo con frecuencia).

      Alicia, sobre Pelé....qué te diré... Algunos puristas del "jogo bonito", entre los cuales me encuentro, pensamos que Garrincha fue un genio echado a perder por su proclividad al alcohol y a las mujeres (no lo culpo por lo de las mujeres). Este hombre pequeñito con una pierna más corta que la otra tenía una gambeta indescifrable (endemoniada, decían)para los defensores rivales. Si lo quieres ver jugar, es posible en toutube admirar algunos fragmentos del mundial de fútbol del 58. Pero sí, está entre los brasileños la cosa. Besos.

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