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Mostrando entradas de septiembre, 2012

"Dígale que yo la quiero, que qué buena hembra"

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(Mujer con sombrilla, escultura de Botero, Museo de Antioquia, Medellín. Foto de H. Darío Gómez A.) La guerra no es sólo una sucesión de actos absurdos motivados por intereses mezquinos y alimentada con la carne de cañón de los desposeídos, sino que además cuenta con un agujero negro que se traga la poca humanidad que les resta a sus actores. Pero a veces algo queda. De suerte que en medio del horror hasta los más duros combatientes se llevan al sepulcro, como único bien cosechado en este mundo, el recuerdo de una caricia a título precario, la sensación de un roce de piel transado de antemano, el perfume barato de la “damisela” untado al pellejo. Más allá de la barbarie, la devastación, el abuso sexual, la violencia de género (las mujeres son consideradas como botín de guerra), el reclutamiento forzado de jóvenes y menores de edad para   prestar servicios sexuales a los alzados en armas, en fin, de la estadística y la desesperanza, a veces surge en las entrañas del guer

En Villapinzón hay un río que tiene un salto......

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  En Villapinzón  hay un río que tiene   un salto, y en el salto juega el agua pequeñita y pura.      El río es el Bogotá, y el salto el de la Nutria, muy cercano al nacimiento de aquel, en el misterioso páramo de Guacheneque a 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar.        Uno no sabe si el nombre del salto se debe al agua alegre y saltarina que cae inocentemente al pozo sin presentir que río abajo la esperan agazapados los vertimientos de las curtiembres para asestarle la primera herida mortal, o porque que allí habitaron alguna vez, junto a los venados y a las aves silvestres, las simpáticas nutrias buceadoras.      Lo cierto es que ya no queda ninguna. Pero que hubo nutrias en ese lugar, las hubo. Se siente su presencia en el paisaje encantador de la lagunilla y en el murmullo inquieto del agua. Es como si alguien hubiera decorado el entorno con guirnaldas verdes para la fiesta infantil del río.   Y quién mejor que un niño para contarnos el origen d

Ojalá que los diálogos de paz no deriven en (el) "Platón"

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(Un burro en Villa de Leyva, Boyacá, Colombia. Foto de H. Darío Gómez A.) “Si yo contara con la omnipotencia divina y con el tiempo de que dispone Dios para regir el mundo, yo hubiera hecho un mundo mejor que este” , afirmó alguna vez Bertrand Russell con ironía. Pero sería, a mi juicio, un mundo más bien aburrido ese de Russell. Porque el libre albedrío con que fuimos dotados incluye la licencia de la estulticia: atributo que hemos cultivado con amorosa dedicación por estas latitudes, hasta convertirlo en la sal que condimenta las relaciones   con nuestros semejantes. Sin embargo, desde la imperfección de nuestra esencia, es posible sacar a relucir de vez en cuando la buena voluntad y el sentido común para salir del foso de la infamia. Nuestra atribulada patria no ha conocido la paz estable en toda su historia republicana. Durante doscientos   años hemos salido de una guerra intestina para meternos en otra. En nuestro caso, las acciones mezquinas y tozudas que gobiernan

Defensa del timador chichipato*

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                                                                      (Ojo al ojo. Foto de Alejandro Gómez B.) A riesgo de ser denunciado como apologista del timo por algún ciudadano de bien, debo confesar que simpatizo con los timadores. Y conste en el acta que lo digo en mi condición de víctima del ilícito. Evidentemente no me refiero a los banqueros o a ciertos políticos, pues tales especímenes pertenecen a las grandes ligas del timo según lo denunció Edgar Allan Poe hace más de un rato. Hago referencia a los estafadores al detal: a los “chichipatos”, si se quiere -para utilizar un adjetivo más coloquial-, quienes únicamente cuentan con su creatividad como insumo para desempeñar el oficio. Ahora bien, ni siquiera estoy seguro de que el sujeto del cual les hablaré a continuación sea realmente un timador. Lo digo porque el verdadero estafador aprovecha el ánimo de lucro fácil de su víctima, que actúa como un catalizador para perfeccionar el delito. Los ejemplos cunden