Carta (nunca abierta) a Berenice

Por: Darío Gómez (el peatón)

(de "Buzón de correspondencia devuelta")

Berenice:

No sé si alguna vez habrá notado mi presencia en el Café Pentágono. Con esta enorme humanidad que llevo encima como una coraza de rinoceronte es difícil pasar desapercibido; y no lo digo precisamente por mi buena figura -que evidentemente no tengo-, sino por el tamaño de mi perplejidad y el peso de mis dudas. Estoy más cercano a la brutalidad del oso que a los ademanes marciales y ridículos del maestro de ceremonias del circo. El hecho es que, como animal grande y sensitivo, me esfuerzo por estar intensamente vivo, de modo que me río con frecuencia y estruendo y me enfado con vehemencia, aunque sin violencia ni rencor. De esta suerte reúno en un solo cuerpo las culpas de la humanidad pero también su inocencia. Y así es como las convido, sin pudor, a tomar café en el Pentágono, establecimiento que, como usted bien sabe, no es tan reservado y seguro como su homónimo del Estado de Virginia, al lado del río Potomac.

En cambio yo si percibí desde el principio su presencia sin mesura, su encantador semblante de mujer en sazón, ¡y qué sazón!. Usted entró una tarde al Pentágono para hacer una llamada telefónica, iluminando con sus ojos la estancia. El embolador, un tipo canijo y desmueletado que intentaba sacarle inútilmente brillo a mis botas de cuero graso adivinó la curiosidad en mi rostro y me dijo, sin necesidad de preguntarle, que su nombre es Berenice, la vendedora de unas rifas "muy" exclusivas. Yo me quedé contemplándola como a la Eva de Durero, ensayando una sonrisa en la mitad del cosmos, tratando de inventar una ocurrencia para halagarla, pero su resplandor me cegó como las luces plenas de un Transmilenio que se viene encima y entonces se cayeron de los anaqueles de mis recuerdos todas las Berenices: Berenice, reina de los Ptolomeos; Berenice, reina de los Cirenáicos y de los Seléucidas; Berenice, reina de los Egipcios; y pensé asimismo en otras dos Berenices, princesas judías, hijas de Herodes el Grande y de Herodes Agripa respectivamente, y no porque yo tuviera una cultura universal, sino porque me lo contó otra Berenice, una muchacha triste -no tan hermosa como usted-, que tocaba un violín rosado en los parques; y se me vino también a la memoria un cuento de Edgar Allan Poe que lleva por título “Berenice”; y recordé con candor infantil a Berenice, la primera mujer que ví desnuda en mi vida, bañándose a totumadas en el lavadero de una finca en San Antonio de Tena como una sirena de tierra templada, en fin, Berenice, nombre de origen macedonio que significa “portadora de la victoria” según me dijo un amigo muy culto, y entonces concluí que el suyo es un nombre predestinado a una mujer que vende billetes de rifas exclusivas en los cafés de la novena o a una gitana que dice la buena ventura.

Mas cuando regresé de mis divagaciones usted ya había culminado su llamada, conque salió del establecimiento escoltada por las miradas trastornadas de todos los sujetos que ocupábamos las mesas sin oficio ni beneficio con una taza de café dilatada hasta el infinito, tal vez esperando la fatalidad mientras escuchábamos sórdidos tangos que nos recordaban que “La juventud se fue...Yo ya no espero más...Mejor dejar perdidos los anhelos que no han sido y el vestido de percal”, y que, la pastora “se ha caído al pedregal de donde ya no volverá porque una estrella la llevó donde se va sin regresar”. Y yo le pedí sinceramente a Dios que no le fuera a pasar a usted lo de la pastora, porque aún tengo algo que decirle, no sé qué, pero ya se me ocurrirá el libreto; ¡qué va!. En realidad no se me ocurrirá nada, porque cuando llegue el momento, si es que llega, me pasará como al tiranuelo del cuento de Julio Cortazar, que no pudo decir nada para configurar su destino histórico retrospectivo, porque a duras penas balbuciré un piropo manido y destemplado que usted, preciosa Berenice, recibirá con desdén más que justificado, sin llegar a enterarse nunca de que cada vez que entra al Pentágono su altiva presencia nos regala un perfume de flores capaz de llenar el universo, y que sus formas generosamente contorneadas nos sugieren las rutas que perdieron a los navegantes alucinados del caribe. No sabrá tampoco que cuando circula con sus cadenciosas caderas entre las mesas, los clientes habituales del café, incluido un tío que sale cada diez minutos al zaguán para jugar con el humo de su cigarrillo “Pielroja”, sentimos un vértigo parecido al del trapecista que da el doble salto mortal en el vacío y que sólo recupera el aliento cuando puede asirse nuevamente al columpio salvador que lo regresa a la vida después de haber estado por un instante en el espacio muerto, en fin, cosas de índole parecida que permanecerán en mis labios a punto de salir cada vez que usted entra con el cielo puesto al Pentágono.

Su admirador,

H.D.G.A.

(foto de H. Darío Gómez A.)

Comentarios



  1. La armonía tiene música,
    Que respira en cada flor,
    Que vuela en cada amanecer,
    Y que suspira en cada atardecer.

    Gracias amig@ por volar a mi lado
    Prestándome las alas del silencio…

    Vivamos el fin de semana
    Repleto de buenas intenciones…

    Atte.
    María Del Carmen




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    1. Gracias, María del Carmen, por tus buenas intenciones para el fin de semana. Con toda seguridad será especial, pues media un entrañable encuentro de amigos. Un abrazo.

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  2. Darío: Varios pensamientos me vinieron a la "tatema", que por acá así se le dice a la cabeza: Recordé a uno de los primeros médicos con que trabajé en un consultorio. Era oftafmólogo, pero parecía luchador o quizá jugador de futbol americano, ya que era alto, tal vez de 1.90 y fornido, de verdad fornido.
    Siempre lo veía doblarse, casi por inercia, al entrar a su consultorio.
    Creo que algunos pacientes se sentían intimidados con su aspecto. Pero cuando lo conocían de inmediato sonreían y entraban en confianza.
    Ese "osote" era el hombre más bueno y amable. Sonreía todo el tiempo y se preocupaba por los caso difíciles, a tal grado que siempre trataban de hacer seguimiento de ellos.
    Me dolió mucho cuando se trasladó a Jalisco, de donde era oriundo.
    Una cosa si aprendí: Que "El león no es tan fiero como lo pintan", ¿o si?

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  3. Volví a leer donde dices: "Eva de Durero", pues de pronto se me figuró que decías "de Botero". Pensé : "le gustan gorditas", jajajajaja.
    Bueno, aclarado el asunto, confirmé que mi querido sobrino es adorador de la belleza, ya sea local o extranjera, presumo. Que le gusta el café, ya somos dos, que le gusta el tango y que es definitivamente fantasioso ¿o no?
    Pues en estas reflexiones me despido.Un beso dela tía: Doña Ku

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    1. Adorada tía: si fuera la Eva de Botero también me fascinaría. Las gorditas tienen un encanto especial. Un besote.

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  4. por que será que en los pueblos siempre hay una dama que llena de ilusión el corazón de los parroquianos, es de todos y es de nadie, siempre respetada y admirada, entiendo su sentir querido Peaton, le dejo mi abrazo

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    1. Yo creo que esas damas tan especiales existen para brindar un poco de alegría a la vista e ilusión al alma de muchos personajes solitarios. Recibo tu abrazo, Amalia, con todo cariño.

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