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Los proscritos del Pesebre

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(Las gallinitas de la patrona. Vereda Versalles, Boyacá, Colombia. Foto de H. Darío Gómez A. ) Acostumbrados como estamos los colombianos al despojo, no andábamos preparados, sin embargo, para el destierro de la mula y el buey del pesebre.   Perplejos recibimos el año pasado la noticia de un dogma papal que conmina a los fieles a proscribir de tan hermosa tradición cristiana al par de cuadrúpedos.   Si bien el evangelio de Lucas no da cuenta de la solidaridad animal que reconfortó con su aliento tibio al niño Jesús, el buen Francisco de Asís incluyó a la mula y al buey en su representación del nacimiento por considerar (con muy buen juicio) que tales animalitos son connaturales a un establo, es decir, al entorno humilde donde nació el portador de la esperanza cristiana. Quizás pretendió resaltar de esta manera la solidaridad de las bestias, que, a diferencia de la mezquina raza humana, dan todo sin esperar nada. Y con el mismo espíritu de alabanza al ámbito bucólico

Agradecimiento necesario

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  Los seres humanos somos desagradecidos por naturaleza. En el mejor de los casos recordamos -de vez en cuando- dar gracias a Dios o al prójimo en su nombre, por los favores recibidos. En cambio olvidamos con frecuencia  agradecer a los demás seres vivos y aun a los objetos inertes las  pequeñas alegrías que nos suscitan  desinteresadamente para mejorar nuestra existencia. Desde luego hay unos pocos congéneres que reconocen el bienestar que nos proporcionan las cosas por su valor de uso, sin  tener en cuenta su valor de cambio. El tuerto López entre ellos: este vate cartagenero se tomó el trabajo de manifestar en uno de sus poemas el cariño por sus zapatos viejos. Los demás, insisto, somos naturalmente desagradecidos. Yo, por ejemplo, le debo agradecimiento especial a una mata de uchuva que brotó “espontáneamente” en mi antejardín. Acaso un pájaro frutero transportó la semilla en su pico goloso o llegó camuflada en un cajón de moras de castilla, de aquellas qu

Sanción social con minifalda o pantalón

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(Parejas bailando en Salsa al Parque, 2012. Foto de H. Darío Gómez A.) Una jovencita de 19 años afirmó haber sido violada la madrugada del pasado 2 de noviembre en el parqueadero del restaurante “Andrés Carne de Res” , el más famoso de los alrededores de Bogotá. Su dueño, el señor Andrés Jaramillo, al ser requerido por los medios para que diera su versión sobre el hecho inaceptable ocurrido en predios de su restaurante, graciosamente -mejor hubiera callado- atinó a decir:   “ Estudiemos qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda. Pues, a qué está jugando”. ¡O sea que la culpa es de la niña por lucir provocativa! Parecería un chiste de mal gusto si no fuera porque la estúpida declaración de Jaramillo refleja el pensamiento de muchos trogloditas que no han podido superar nuestro machismo endémico. No es extraña en nuestro país la violencia contra la

Huelga de hambre, hambre de justicia

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(El profesor Santiago Mora Camargo) SOLIDARIDAD CON EL PROFESOR MORA El profesor Santiago Mora Camargo, conocido mío por razones profesionales, es un distinguido antropólogo colombiano cuya formación académica (grado de Maestría de la Universidad de la Florida y Doctorado de la Universidad de Calgari, entre otras distinciones) y amplia experiencia docente e investigativa, le han valido el honor de ser profesor titular de St. Thomas University, en Canadá. Pero, ¿qué llevó a un intelectual de las calidades del profesor Mora a plantarse frente a la Corte de Fredericton, New Brunswick, Canadá, en huelga de hambre, para exigir ser escuchado? La respuesta no puede ser muy diferente a la perplejidad del pobre Josef K (y acá me perdonarán la alusión manida a Kafka) frente a un aparato judicial omnipotente, soberbio e inaccesible que se niega a ponderar sus razones y pruebas de inocencia. Después de escuchar el relato inverosímil pero cierto de Santiago, como en una su

Apósito de ternura

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(Créditos foto: Escultura madre e hijo. www.morguefile.com) Tenemos a veces la sensación de que el mundo está por desmoronarse, y que sólo hace falta una gota para que se reviente la represa que contiene todos los males que nos agobian. Eso pasa los lunes a las seis de la tarde mientras aguardamos estoicamente -bajo una lluvia pertinaz- el autobus que nunca pasa. En ese instante no queda más que abandonarnos a la inútil espera y rumiar en silencio nuestra mala leche pasada por agua. No es tanto la lluvia sino la impresión metafísica de impotencia y desamparo ante la adversidad lo que nos corroe el alma. De pronto aparece una muchacha con su pequeño hijo cargado en un canguro, y se acomoda en la banca de la parada. Los esperadores -mojados hasta el tuétano- la contemplamos con ternura, al tiempo que le abrimos campo a su encantadora presencia. ¿Es acaso María Auxiliadora con el niño Jesús coronado en sus brazos la que viene a socorrernos? No. Es simplemente una