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Mostrando entradas de mayo, 2013

El venezolano

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(Parque del Brasil, Barrio de la Magdalena, Bogotá, D.C., fotos de H.D. Gómez A.) Con ocasión de la visita a Bogotá de Henrique Capriles, opositor al establecimiento venezolano, se vuelve a ventilar (a falta de peores noticias) el expediente de   un remoto y absurdo conflicto entre colombianos y venezolanos. Sin embargo, el espectro inveterado de la violencia entre hermanos siempre será derrotado por el sentido común de dos pueblos que comparten el mismo destino. Sobre este particular el gran escritor venezolano, Miguel Otero Silva, escribió en 1975 lo siguiente: ¨ En estos desquiciados tiempos los periódicos suelen hablar con malvada ligereza de una posible guerra entre Venezuela y Colombia…… Nunca, repito, tendrá lugar esa pelea fratricida que los consorcios petroleros y los fabricantes de armas apetecen…¨ Y yo estoy de acuerdo con don Miguel, más aún cuando en la infancia hice un pacto fraternal con Alonso Morante, mi amigo venezolano. Esta es la historia de ese pac

El Hombre de la represa

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N adie sabía con exactitud desde cuando trabajaba el hombre para la represa. Se sabía, eso sí, que era el dependiente más antiguo, que vivía, literalmente, pegado a su puesto de trabajo y que sus funciones eran totalmente desconocidas. Con el correr del tiempo la represa evolucionó en magnitud y tecnología, pero ninguna administración se preocupó por conocer la naturaleza de su oficio. Los otros trabajadores lo llamaban con sorna: “el activo fijo”; acaso se habían acostumbrado a verlo como parte del mobiliario. Y es que, ciertamente, el hombre permanecía en su puesto concentrado e inmóvil; se diría que en estado letárgico de no ser por la rigidez de su expresión. Así había sobrevivido a muchas administraciones, hasta que llegó un nuevo gerente, eficiente como una guillotina, quien preguntó por las funciones del hombre. Como nadie le supo responder, y además consideraba indigna de su cargo la molestia de preguntarle directamente al hombre, ordenó su destitución inmediata.

Padre ahorrativo con dudosa fecha de expiración

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(Foto de JoseluisM78, www.flickr.com) Tengo en mi casa un par de zagalones que, si pusiera uno sobre los hombros del otro, alcanzarían casi cuatro metros de altura y sumarían en la báscula unos ciento setenta y cinco kilos de músculos y hormonas. No me explico cómo hace su madre (mi adorada esposa) para saciar el apetito voraz de   la prole. Soy un descreído impenitente, pero admito que doña Inés del alma mía, como todas las madres (incluida la madre Laura de Colombia, recién canonizada), hace milagros con la alimentación de la familia. Ella se queja, con justa razón, de que el mercado quincenal se acaba en tres días cuando nuestros hijos están de asueto. De modo que nos toca aplicar la combinación de todas las formas de lucha para que alcance el bastimento de la quincena, a saber: comprar al por mayor en las bodegas, escoger los productos genéricos con descuento o de temporada, y esconder las golosinas para dosificarlas a los muchachos. Lo cierto es que ninguna de tales estr

Paranoia insustancial

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(Interior del transmilenio a las 7:00 pm. foto de H. Darío Gómez A.) Con alguna frecuencia entregan a los pasajeros del Transmilenio una tarjeta roja donde se lee: “Señor usuario: Para fines estadísticos, cuando llegue a su estación de destino deposite esta contraseña a la salida”. El hecho es que a usted no le entregaron el cartoncito colorado a la entrada (como a los demás pasajeros), y la omisión de la muchacha de la estación no dejó de perturbarlo, sobre todo por la explicación estúpida que tendría que dar a la salida del sistema por el hecho de no portar el cartón: “es que a mí no me dieron” , o alguna estulticia de un tenor parecido. Eso, en caso de no haber pasado  igualmente desapercibido en su estación de destino. Pero acontece que usted fue transparente también al salir. Insustancial como la niebla de la madrugada. Póngase a pensar en el asunto... Ahora bien, si el incidente se repite en otro vagón, ojala el mismo día, entonces usted deberá empezar a preocupar

Fisiología del cafre bogotano

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“…conozco al tramposo cuando oigo su idioma, al monje en el hábito y al pillo en la broma, conozco en el velo a la monja así mismo, y el vino en el vaso cuando otro lo toma. Lo conozco todo, excepto a mí mismo.” Balada sobre mínimos temas (traducción de A. Holguín), Francois Villon Para que el presente escrito sea políticamente correcto, conviene decir que no todos los bogotanos somos cafres. Eso es evidente. Más aún, se nos reconoce como personas amables. Pero que los hay…. los hay. Podría afirmar asimismo que se trata de unas cuantas manzanas podridas, casos aislados que no comprometen la estirpe bogotana, en fin, eufemismos de esa índole. Pero que los hay…..los hay, insisto, y lamentablemente nos dejan a los demás capitalinos como un zapato. Sobre todo en estos tiempos en que no cunde la solidaridad (fenómeno típico de las grandes ciudades). No en balde el maestro Darío Echandía sentenció hace algo más de medio siglo que el nuestro "es un país de cafres" .