Padre ahorrativo con dudosa fecha de expiración

(Foto de JoseluisM78, www.flickr.com)


Tengo en mi casa un par de zagalones que, si pusiera uno sobre los hombros del otro, alcanzarían casi cuatro metros de altura y sumarían en la báscula unos ciento setenta y cinco kilos de músculos y hormonas. No me explico cómo hace su madre (mi adorada esposa) para saciar el apetito voraz de  la prole. Soy un descreído impenitente, pero admito que doña Inés del alma mía, como todas las madres (incluida la madre Laura de Colombia, recién canonizada), hace milagros con la alimentación de la familia. Ella se queja, con justa razón, de que el mercado quincenal se acaba en tres días cuando nuestros hijos están de asueto. De modo que nos toca aplicar la combinación de todas las formas de lucha para que alcance el bastimento de la quincena, a saber: comprar al por mayor en las bodegas, escoger los productos genéricos con descuento o de temporada, y esconder las golosinas para dosificarlas a los muchachos. Lo cierto es que ninguna de tales estrategias funciona con ellos. Si se compra más, comen más. Y además conocen todos los escondites que de manera candorosa escogemos para salvaguardar las provisiones. Alguna vez sugerí ponerle candado a la nevera y llave a la despensa, pero bastó la mirada recriminadora de doña Inés, esa mirada que por capricho mendeliano sólo tienen los genes dominantes o recesivos, qué sé yo, de las mujeres de la estirpe Bedoya DeBrigard, para desistir de la idea.

 

Entonces fue cuando tuve la ocurrencia (revelación mística que oculté a mi adorada Inés), de comprar en rebaja productos con fecha de vencimiento cercana a su expiración, asumiendo de antemano que nuestros tragaldabas darían cuenta de ellos mucho antes del evento en cuestión. Además la situación no está para comprar a precios caros. Y con tal expediente fui llenando el fondo de la despensa con pepinillos agridulces, aderezos para ensalada, mayonesas y mostazas tipo Dijon, galletería francesa, en fin, toda suerte de delicatesen. Pero había tanto encurtido y enlatado en la despensa, que el alijo excedió la capacidad de consumo del par de tarambanas. El hecho es que un día de mayo de 2013, a la hora del almuerzo, a doña Inés del alma mía le dio por mirar la fecha de vencimiento de un aderezo italiano, y verificó con estupor que el producto había vencido en 2012. Con asco retiró la ensalada de su vista, se levantó de la mesa y procedió de inmediato (al mejor estilo de un funcionario de aduanas), a inspeccionar la alacena, y a destruír luego todo el material vencido que encontró. Alejo y yo, que estamos acostumbrados a comer “perros calientes con todo” a mil pesos (algo así como medio dólar) en la puerta de la Universidad Nacional, cruzamos una mirada de complicidad y continuamos disfrutando nuestra ensalada con aderezo "añejo" como si nada hubiera pasado. Rafa en cambio, siempre tan compuesto como su madre, nos dirigió un gesto de franca desaprobación.

Comentarios

  1. querido Peaton veo que tu estrategia gastronómica dio mala pérdida, pues no fue por consumo, adopta mi plan, se come hasta que dure... y a esperar la próxima compra con lo que haya, saludos amigo mio

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    1. ¡Y santo remedio!, querida Amalia. Así es como debe ser. Un fuerte abrazo solidario.

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  2. Darío: Entiendo perfectamente de que hablas, ésta que escribe, ya pasó por tener una casa de tremendos tragones. Te diré que los varones son mucho más consumistas que la chicas, que a determinada edad les da por contar las calorías y ver con horror los estragos que les causaría comer calorías de más.
    No obtante tengo un nieto, Erwin, que se hizo vegetariano desde hace casi un año, cuando de pronto se concientizó de que es un gran error comer carne, ya que, aparte del sacrificio de los animales, es mucho el daño que recibe el organismo, sobretodo con las carnes rojas.
    El caso es que él mismo se prepara sus alimentos y no admite que le discutan cuando llena su plato de cosas verdes.
    Bueno, pues que ,al menos él, rompa con los esquemas de la familia de "tragones de carne" que siempre hemos sido ( aunque a mí los doctores me pusieron el alto).
    Recibe mi cariño de siempre: La tía Ku

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    1. Yo creo, tía, que tu nieto Erwin en un hombre sabio. Como mi hermanita, la menor, que también es vegetariana. Tocaría seguir su ejemplo.

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  3. Eres comprendido hastala saciedad!!!!
    Tengo tre varones y se lo que fue criarlos.
    porsuerte ahora le pase la antorcha a las nueras!!!!!pobrecillas!!!!!

    Me entretuve muchisimo con tu post ameno y realista, ademas dejas bien en claro lo caro de la despensa familiar que dia a dia es remarcada en los super.

    Cariños

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    1. Mi padre, antioqueño de raca mandaca, decía que: "nadie sabe lo que cuesta un hijo desde que nace hasta tenerlo en edad de tomar aguardiente".

      Seguiré tu consejo a ver si coloco rápido a ese par de "tangalones". Un abrazo.

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