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Mostrando entradas de octubre, 2013

Apósito de ternura

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(Créditos foto: Escultura madre e hijo. www.morguefile.com) Tenemos a veces la sensación de que el mundo está por desmoronarse, y que sólo hace falta una gota para que se reviente la represa que contiene todos los males que nos agobian. Eso pasa los lunes a las seis de la tarde mientras aguardamos estoicamente -bajo una lluvia pertinaz- el autobus que nunca pasa. En ese instante no queda más que abandonarnos a la inútil espera y rumiar en silencio nuestra mala leche pasada por agua. No es tanto la lluvia sino la impresión metafísica de impotencia y desamparo ante la adversidad lo que nos corroe el alma. De pronto aparece una muchacha con su pequeño hijo cargado en un canguro, y se acomoda en la banca de la parada. Los esperadores -mojados hasta el tuétano- la contemplamos con ternura, al tiempo que le abrimos campo a su encantadora presencia. ¿Es acaso María Auxiliadora con el niño Jesús coronado en sus brazos la que viene a socorrernos? No. Es simplemente una

No hay huellas en el agua

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(Río Calandaima, Apulo, Cundinamarca. Foto de H. Darío Gómez A.)   “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua” Epitafio de J. Keats   Por H. Darío Gómez A.   Afirmaba Heráclito que la existencia,  como el río viajero, es un continuo fluir.   Sentados en la orilla, inmóviles en la contemplación del agua, pareciera que zarpamos río arriba con rumbo al origen en busca de los instantes de la infancia. Navegamos contra la corriente indomable ganando recuerdos, como kilómetros en reversa, hasta recuperar los años que nos acercan al llanto inicial.   Y entonces nos preguntamos: ¿Dónde están las huellas del calzado de la inocencia? ¿Qué ventarrón se llevó, sin darnos cuenta, el escuadrón de libélulas que agitaban sus hélices tornasoladas desafiando al sol?   Vencidos por la resistencia del río nos dejamos regresar. Conque la corriente nos revuelca el cieno de la memoria y se detiene en los meandros a contemplar el llanto de l

Canción del retorno

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Por H. Darío Gómez A.  (Manigua de Taboga. Foto de H. Darío Gómez A.) Arrulló la impetuosa manigua Mi juventud bordada por la vorágine. Y hoy que convalezco Allende el límite del océano vegetal, Sus murmullos traicionados me llegan Como las voces de las sirenas verdes Que perdieron al inefable Arturo Cova. ¡Basta de hormigón armado! Prefiero vivir al filo de la selva desdeñosa A extinguirme de abatimiento (como un dinosaurio) En las entrañas bituminosas del asfalto.

Nostalgia por las librerías de antaño

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(Librería Buchholz, años 60s., Bogotá, Colombia) Sin más ni más se fueron apagando las luces de la sabiduría en Bogotá. Y como la cultura no tiene muchos dolientes en nuestra, dizque “Atenas” suramericana, pocos se percataron de la desaparición de las librerías emblemáticas de la ciudad.  Vivimos en una ciudad relativamente joven, atacada con precocidad, como los lotófagos, por la enfermedad del olvido. Una urbe poseida por las contracciones nerviosas producidas por la incertidumbre y los juegos de azar –no en vano hay un casino en cada esquina-.  Pero librerías… quedan muy pocas.  Sobreviven  por fortuna la Central –fundada por el sabio austriaco, Hans Ungar, alma bendita-, la Mundial, de mi amiga, la señora Gaitán , la Lerner, Luvina, San Librario, Alejandría, Biblos, la Nacional, FCE y otras dos o tres. Muy pocas, en todo caso, para una ciudad de casi nueve millones de potenciales lectores. Y ni que hablar de los libreros: partió hace unos años don Hugo