En Bogotá (y en Colombia) los operadores privados de aseo y los transportadores ponen y tumban alcaldes.






(Parkway, Bogotá. Foto de H. Darío Gómez A.)



“Ante una magistrada del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, el contratista Emilio Tapia dio detalles sobre los hechos que rodearon el plan orquestado por un grupo de empresarios, abogados, concejales y particulares en contra del plan de Gobierno que estaba ejecutando el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego(…) La razón era muy sencilla: Si no hay carros recogiendo basuras el alcalde no dura tres días. Ninguna ciudad del mundo se aguanta tres días y tumbamos al alcalde inmediatamente, esa era la estrategia de los operadores privados, precisó Tapia ante las preguntas de la magistrada del Tribunal (…)”  El Espectador, enero 17 de 2014


No voté por Gustavo Petro, pero hoy tomo partido por la causa de su permanencia en la Alcaldía, al menos hasta que el voto popular (merced a la revocatoria del mandato) se pronuncie sobre el particular. Ahora bien, acerca de los abusos de poder de nuestro fanático Procurador ya hay suficiente ilustración, de modo que no voy a referirme al respecto.

Sin embargo, tras el escándalo mediático que azota a la administración de la capital, subyace el tenebroso poder los operadores privados de aseo y los transportadores (incluídos sus representantes en el Concejo) que, cuando  ven amenazados sus intereses mezquinos, no tienen ningún reparo en maltratar a los ciudadanos (que llenamos sus arcas), mediante el boicoteo de los servicios públicos que prestan. Lamentablemente este es un tema evadido por muchos medios de comunicación de manera inexplicable. (¿Autocensura?, ¿intimidación de las mafias?).

Lo cierto es que su poder desestabilizador de las instituciones es enorme. Dos botones de muestra:

La denuncia (confesión) del contratista Emilio Tapia en el sentido de que el “carrusel de la contratación en Bogotá” planeó una estrategia para que la ciudad viviera una crisis en la recolección de basuras. La cosa era simple: no prestarían los vehículos para el nuevo modelo de aseo “Basuras Cero”, de modo que “fuera imposible recoger toda la basura que produce una ciudad como Bogotá” (El Espectador, enero 17 de 2014). ¡Qué horror!

La otra perla tiene que ver con el nuevo Sistema Integrado de Transporte Público (SITP por su sigla impronunciable). Sucede que desde hace algo más de un año los bogotanos disponemos de un servicio de buses azules que sólo paran en las estaciones (como debe ser), son modernos, limpios y respetan al pasajero. No obstante, los ciudadanos, perplejos, vemos pasar esos buses desocupados, ora porque no se detienen a recoger pasajeros en los paraderos asignados (¿por qué?, ¿acaso están aleccionados los conductores por sus patrones para tal efecto?), ora porque no hay una red de establecimientos suficiente para la venta y recarga de las tarjetas de pasaje, ora por la poca frecuencia injustificada de los servicios con mayor demanda y la sobreoferta de rutas con poca utilización. Pareciera que hay un interés deliberado de los contratistas del SITP (que prestan el servicio a regañadientes) en que el nuevo modelo fracase y poder así justificar sus “pérdidas” con  la inviabilidad consecuente del esquema, seguramente para volver al sistema caótico de la guerra del centavo donde los dueños de las flotas de buses no pagan a sus conductores salarios justos ni los afilian a la seguridad social, no respetan los paraderos, maltratan a los pasajeros, así como tampoco están obligados a mantener sus equipos en un estado de higiene, seguridad y conservación dignos del servicio público que dicen prestar.

Y es esa misma mafia mezquina del transporte público la que no ha dejado prosperar el Metro en Bogotá, ni el tren de cercanías, ni el tren de carga o de pasajeros (quizá Colombia sea el único país del mundo que no tiene tren, salvo uno turístico de juguete que va de Bogotá a Nemocón), en fin, la que tampoco ha dejado pelechar la navegación fluvial por el río Magdalena.

Quiera Dios que no muera yo sin subir al Metro de Bogotá, sin volver a montar en un tren hasta la costa, pero sobre todo, sin ver una condena, previo juicio de responsabilidad, a los carteles del transporte público urbano y por carretera en Colombia, que nos han mantenido en el atraso por cuenta de su bellaquería infinita.




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