Pequeñas narraciones intrascendentes
(Flores silvestres en la finca Versalles, Saboyá, Boyacá. Foto de H. Darío Gómez A.)
Florecita del campo
El peatón cuenta que……
Flor Burgos, cédula 5.678.876 de Macaravita, Santander, por
buen mote “Florecita del campo” (como
la llamábamos en la oficina), tenía dos cargos en el despacho: uno, el oficial,
como operaria de cafetería y aseo. El otro, subrepticio, hacernos mandados a los funcionarios. A cambio de una congrua propina, Florecita compraba esmaltes a las muchachas,
cobraba cheques endosados, recibía encomiendas con nuestra autorización escrita
y nos traía empanadas con ají. Quizá por su origen bucólico se
amañaba más a la intemperie, bajo el rigor de los elementos, que al interior de
un desapacible despacho gubernativo. Era feliz en la calle, al aire libre y contaminado de la ciudad (pero libre al fin de cuentas).
Un día la jefe de personal le informó que a partir de la
fecha le quedaba terminantemente prohibido hacernos mandados a los funcionarios,
y que sus salidas a la calle estarían limitadas a las compras necesarias para
sus labores de cafetería y aseo. Siendo así las cosas, confinaron su espíritu libérrimo en los cuatro metros cuadrados de
la cocina oscura y fría, sin el consuelo de una ventana que mitigara su
nostalgia por la calle, acaso el espacio más parecido a su campo inmensurable
en la provincia de Santander.
De modo que nuestra Florecita se fue marchitando. Su alegría
silvestre se desvaneció. Y después de dos meses renunció al cargo.
Supimos que retornó a
su tierra natal. Hizo bien en escapar a tiempo de la tenebrosa burocracia oficial que
todo lo marchita. Especialmente las flores silvestres.
Nosotros, sin embargo, recordamos con cariño, pero sobre
todo con burocrática exactitud, el expediente de Burgos Flor, cédula 5.678.876
de Macaravita, Santander, por buen mote, “Florecita
del campo”.
En todos los trabajos siempre hay alguien que hace esos "cometidos" tan gratos para la convivencia, impagables por otro lado, y que hacen las mañana laborables más gratas y humanas. Como dice tu bello relato, ¡menos mal que huyó antes de marchitarse del todo!
ResponderEliminarUn afectuoso saludo.
Si, Chela. Siempre habrá (por fortuna) una florecita silvestre que arome de campo nuestra vida citadina. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarFestejar la esperanza es hermoso!!!!!
ResponderEliminarFelices Pascuas !!!!!!!
Si señora. Sobre todo aquella esperanza que surge aún al borde del abismo. Un fuerte abrazo, querida Martha
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