Aristóteles lo dijo... en Barbosa, Santander

(Obelisco de la plaza principal de Barbosa, Santander. Foto de www.ciudadesdecolombia.com)

A hora y media de Chiquinquirá, conduciendo sin afán por una carretera ensortijada que se enrosca y desenrosca del río Suárez, hay un municipio que tiene fama injusta de paradero de buses, de sitio al lado de la carretera, de pueblo de tierra caliente.  Desde Puente Nacional, por la misma vía a diez kilómetros con rumbo norte, ganando ya para un valle estrecho cruzado por el Sarabita, que es el nombre original con que los indios Guanes bautizaron al Suárez, se extiende el municipio de Barbosa que es conocido como “La Puerta de Oro de Santander”. Los viajeros que van de paso hacia otros destinos,  ya sea rumbo a Bucaramanga o a Bogotá, no consideran detenerse allí como no sea para comprar bocadillos veleños en los negocios dispuestos en los márgenes de la autopista. Barbosa es como un punto de encuentro y de fuga a la vez, enclavado en la provincia de Vélez. Y, por supuesto, lo que ignoran los automovilistas circunstanciales, es que tal municipio es el centro comercial más importante del sur del Departamento de Santander. Pero a decir verdad, no siempre fue así. Barbosa no tiene blasones ni historia encopetada de conquistadores o capitanes de a caballo que la fundaron, no. Es un pueblo sin abolengo. No lo necesita. Fue constituido en municipio hasta el año 1940, pues antes de esa fecha era un corregimiento adscrito al de Cite, este sí fundado en 1539 por un tal Martín Galeano, conquistador de las huestes de Gonzalo Jiménez de Quesada. Por aquellas ironías de la vida, hoy la cosa es al contrario: Cite es un corregimiento adscrito a Barbosa. Decía Agustín de Hipona que la fe consiste en creer lo que no vemos, y la recompensa es ver realizado lo que creemos.  Y sucedió que un grupo de industriosos colonos y comerciantes visionarios creyó y decidió asentarse más al sur, en las cercanías de la estación del ferrocarril (porque en Colombia alguna vez hubo tren), para erigir un próspero municipio.

 

En el año 1850, el sabio Manuel Ancízar fue comisionado por el Gobierno de la República de la Nueva Granada para hacer el levantamiento geográfico, social y cultural de la patria, iniciando su periplo por las provincias del noroccidente del altiplano cundiboyacense. En aquella época, ya se sabe, aún no existía el municipio de Barbosa, sin embargo don Manuel pudo describir de manera extraordinaria la índole feraz de las tierras de Cite situadas “5 leguas al sudeste de Vélez” (la legua granadina, medida de longitud hoy en desuso, equivale a 5 kilómetros). En efecto, en su libro de viaje denominado “Peregrinación de Alpha”, Ancízar consignó lo siguiente:  “El camino es bueno en toda estación y atraviesa una comarca sembrada de casas y labranzas de caña y de toda especie de frutos menores (…) Poco antes de llegar al río Suárez – Sarabita – desde la cumbre de la serranía que lo encajona de esta banda, se descubre el pueblo de Cite, fundado en mitad de la falda oriental de este pequeño ramal de la cordillera y ostentando su blanca iglesia y su caserío de teja, en medio de la perpetua verdura de los campos”.

Pero Barbosa es hoy mucho más. Es un municipio pujante aunque no exento de contrastes. Por una parte, sus industriosos moradores se sienten orgullosos de un prosaico evento de belleza femenina en vestido de baño que han dado en llamar, “Miss Tanga”, que se realiza en el marco del Festival del río Suárez durante la primera semana del mes de enero, cuando la temperatura del estío llega a los 30 grados del centígrado. Lo que parece seguro es que tales fiestas reafirman  su vocación de balneario calentano y de ello pueden dar fe los habitantes de Tunja, a escasos setenta kilómetros al sureste, que bajan con frecuencia a Barbosa para calentar sus huesos paramunos, aprovechando la generosa infraestructura hotelera. Ahora bien, el contraste antes mencionado se reafirma con el hecho, acaso casual, de que algún notable del pueblo, amante de la filosofía, levantó en la plaza principal un obelisco coronado por el cóndor andino y adornado con relieves precolombinos donde se destaca en letras doradas un párrafo bastante hermético de la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles acerca de la virtud y la justicia. Imposible algo más sublime. No obstante, tengo la impresión de que muy pocos ciudadanos de Barbosa se han tomado el trabajo de leer la máxima de Aristóteles, si bien (como la mayoría de las buenas gentes que habitan las tierras bravas de Santander), han interiorizado de manera intuitiva aquello de que la justicia es “la madre de todas las virtudes”. Conque no le ponen mucho cuidado a su obelisco aristotélico y más bien se dedican a disfrutar el descanso dominical con los artificios de feria que cunden en el parque.

 

La carrera novena es un regalo para los sentidos con sus heladerías multicolores que constituyen verdaderos oasis para refugiarse del calor. Ese camellón del comercio acoge, mezclados sin concierto, almacenes de toda índole donde los habitantes de los alrededores pueden encontrar desde un tornillo hasta  el motor para un tractor, pasando por el calzado que viene de Bucaramanga, la ropa fina para cachaquear y la de balneario, cómo no, para el baño de los turistas despistados, incluida la tanga, prenda oficial de las ferias y fiestas. Y ni qué decir de su delicia gastronómica sin par, denominada “arepa quemona”, que es la felicidad misma en forma de torta asada de maíz pilado rellena de carne.

 

En cualquier caso, cuando Barbosa celebra sus carnavales de enero, los guayacanes comienzan a florecer de amarillo y rosa, acaso saludando el inicio de las festividades del río, de manera que la gente deja de ocuparse en los asuntos cotidianos y se transforma en un frenesí colectivo, olvidando la prudencia que enseña la ética nicomaquea plasmada en su obelisco del parque principal, y encarnando su esencia calentana, se vuelca mejor en actividades menos metafísicas como la elección y coronación de su reina de la tanga que, desde la tarima primorosamente dispuesta en la ribera del Sarabita, bien podría emular a la famosa reina de belleza de Antioquia (2009), Verónica Velásquez, y citando al viejo Aristóteles de su pueblo, decir algo tan abstruso como que: “La virtud y la justicia son lo mismo en un existir, pero en su esencia lógica no son lo mismo, sino que, en cuanto es para otro, es justicia, y en cuanto es tal hábito en absoluto, es virtud”.

 

Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera. Está escrito en su obelisco.

Comentarios

  1. Excelente Gomez...!Lo dijo Aristoteles y lo repitio Alvaro Gomez, tal vez por eso de ser Gomez...!! de todos modos reiviondico que la Justicia es el mayor anhelo y mas dificil en el ser humano.....

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    1. Ciertamente, negrito, Alvaro Gómez fue un hombre lúcido a quien era importante escuchar. Su "acuerdo sobre lo fundamental", una suerte de imperativos categórico kantiano, ha sido la base para ponerse de acuerdo con el opositor.

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  2. Pues mereció la pena haber parado en Barbosa. Buena conjunción de atractivos para el cuerpo y para la mente. La filosofía nutre el espíritu pero una vez concienciados de la conveniencia de practicar la justicia y demás valores morales, sienta estupendamente una "arepa quemona" (se me ha hecho la boca agua con la descripción) , rematando con un buen helado, que es una de mis debilidades.

    Un cordial saludo.

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    1. Compartimos, entonces, querida Chela, debilidades filosóficas y gastronómicas. Un fuerte abrazo, amiga.

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