No es la realidad nacional, es sólo lucha libre!!!

  
("El perínclito brutal",  foto de Alejandro Gómez B.)

(foto: portal colombia)
La luz vs las tinieblas, el yin y el yang, en fin, la dialéctica de la lucha libre, y, al final, la síntesis: como en los westerns de John Wayne, el bueno siempre gana. Así era antes.
"Guía zurda de Bogotá VII". H. Darío Gómez A.

De un lado están los técnicos, o sea, los buenos. Del otro, los rudos, es decir, los malos. Y en la mitad del ring, un juez venal que toma partido descaradamente por los rudos. No es la realidad nacional, es sólo lucha libre por relevos en algún lugar de Bogotá. Y ante ese maniqueísmo tan básico del espectáculo mexicano triple A, que sólo admite el bien y el mal, llama la atención que muchos asistentes le apuesten a los rudos.

En la esquina de los técnicos aparecen Aerostar y Ludxor luciendo sus cuerpos atléticos enfundados en sendas capas impecables, pavoneándose ante un público femenino más bien apático. En la otra esquina, la de los rudos, se devela un obeso que dice llamarse el Apache, acompañado por un hombre descamisado con pantalón verde reflectivo con el alias de Australian suicide, que ataca de manera artera al buen Ludxor que no ha terminado de saludar al respetable. No contento con eso, le rompe en la cabeza una silla, ante la mirada impasible, casi complaciente del juez de la pelea, un gordo malencarado con el pelo oxigenado y peinado con una cresta. Una vez en el suelo, el pobre Ludxor sufre el castigo de una "quebradora" que le aplica el Apache en relevo de Australian suicide, que sale del cuadrilátero a responder con gestos obscenos los abucheos del público. Entretanto, Aerostar se ve impedido para entrar en auxilio de Ludxor, pues el juez no autoriza su ingreso al ring. Impotente, ve cómo castigan a su compañero, al cual podría librar de su suerte adversa con una patada voladora o con una “doble Nelson”, pero no. El gordo de la cresta oxigenada, impartiendo su justicia de bolsillo no lo permite. 

Cuando yo era pequeño, en la Arena Bogotá, era impensable que ganaran los malos. La miel del triunfo era para los técnicos, para los que cumplían las reglas del juego con la rigidez de una sentencia: el Tigre colombiano, el Jaguar, qué sé yo. Lo cierto es que, a despecho de mi alma de niño, aquel sábado 8 de agosto de 2015 el triunfo fue para los malos. Parece que toca ir acostumbrándose a las nuevas tendencias en la lucha libre y en la vida.

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