"Dígale que yo la quiero, que qué buena hembra"

(Mujer con sombrilla, escultura de Botero, Museo de Antioquia, Medellín. Foto de H. Darío Gómez A.) La guerra no es sólo una sucesión de actos absurdos motivados por intereses mezquinos y alimentada con la carne de cañón de los desposeídos, sino que además cuenta con un agujero negro que se traga la poca humanidad que les resta a sus actores. Pero a veces algo queda. De suerte que en medio del horror hasta los más duros combatientes se llevan al sepulcro, como único bien cosechado en este mundo, el recuerdo de una caricia a título precario, la sensación de un roce de piel transado de antemano, el perfume barato de la “damisela” untado al pellejo. Más allá de la barbarie, la devastación, el abuso sexual, la violencia de género (las mujeres son consideradas como botín de guerra), el reclutamiento forzado de jóvenes y menores de edad para prestar servicios sexuales a los alzados en armas, en fin, de la estadística y la desesperanza, a veces surge en las entrañas del ...