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Mostrando entradas de 2020

El negro le canta al río

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Por: H. Darío Gómez A.  Ya sea en el Níger que atraviesa Guinea, o en el Congo que encuentra el océano Atlántico al occidente de África, de donde partió para enriquecer nuestra América con su simiente, el negro siempre le ha cantado río. Parece que intuyera con Hesíodo, que para atravesar sus aguas hay que dirigirle una plegaria “con los ojos fijos en sus espléndidas corrientes”, para obtener su generosidad y benevolencia, pero también para aplacar su ira. Y así le canta el negro a los ríos de América, desde Mississippi, pasando por el Caribe, hasta el Paraná, en el sur del continente.  Siempre me llamó la atención, al leer poesía negra (¡ay! las clasificaciones), la íntima relación del poeta con el río. Para confirmar lo dicho, me remito a una prueba lírica, esta del norteamericano Langston Hughes:  El negro habla de los ríos.  “Yo he conocido ríos: he conocido ríos tan antiguos como el mundo  y más viejos que el flujo de la sangre humana en las venas humanas.  Mi alma ha

El desamor en tiempo de bolero

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 (Cafetín Mercantil, Bogotá. Foto de H. Darío Gómez A.) Por: Héctor Darío Gómez Ahumada    ¿Qué es el desamor?, pregunta el despechado. Y el corazón responde: separación, desengaño, añoranza. Sea como fuere, lo cierto es que el amor ido es, acaso, la forma más triste del desamor, pues implica necesariamente una pérdida. Los amantes de la música romántica saben de sobra que esa cosa hermosa, inmisericorde, resistente al análisis y a la clasificación, en ocasiones tempestuosa, esquiva a veces, en fin, el amor, es el leitmotiv del bolero. Pero también lo es su ausencia. Quizá por eso la frase del psicoanalista J. Lacan, según la cual “amar es dar lo que no se tiene…”, más que una explicación de la neurosis causada por la arcadia perdida suena a letra de bolero, si se me permite la banalización. Y es precisamente desde esa perspectiva exenta de erudición que el cronista abordará el desamor, aprovechando que el bolero es universal.    La pérdida en el juego del amor.    En el amor, como e

La ferrovía del Liri

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“El tren ha representado siempre para el territorio que atraviesa un momento de profunda transformación y muchas veces de verdadera emancipación y desarrollo social.” Con estas palabras, Paolo Silvi, Presidente de la asociación Apassiferati, de Italia, comienza su presentación del hermoso libro sobre la historia de la ferrovía del Valle del Liri, al sur de Roma. Su asociación tiene como objetivo dar a conocer este bello territorio a través del ferrocarril.    El libro, escrito por Costantino Jadecola, nos ilustra acerca de las vicisitudes que sufrió el ferrocarril por cuenta de un devastador terremoto en 1915 y luego a causa de la catástrofe de la segunda guerra mundial, cuando nazis y aliados, todos a una, lo destruyeron por ser un objetivo militar estratégico. No obstante, narra asimismo su recuperación fruto del amor de sus gentes por el tren, símbolo del desarrollo económico y civil de las tierras que atraviesa, como nos lo pone de presente Paolo en su texto introductorio.    O

Copetón Copete

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Por: H. Darío Gómez A. Era un gorrión. Pero en el altiplano llamamos “copetón” a los de su laya. Era un gamín, un callejero, arisco, libérrimo, como corresponde a un suspiro emplumado. Y se salvó por un pelo, ¡qué digo un pelo!, por una pluma, de las fauces de una sombra felina que se apareció en el antejardín. Dicen que la vecina del primero lo rescató de una muerte segura. Cojito de un ala, como suele decirse, la dama lo acogió en su seno con ternura. Mas, de nada valió el cariño y el cuidado de unos días, porque los suspiros son inasibles, como el viento. De modo que el copetón voló con sus plumas fracturadas a la libertad de la nada. Pero queda su recuerdo emplumado, como un suspiro en el antejardín.

"Vanity Fair" en Usaquén.

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Tomo prestado el nombre de la famosa revista del corazón, sin ánimo de banalizar el glamour, con la esperanza de no ser demandado por el uso indecoroso de sus derechos de autor. Pero, al fin de cuentas, la vanidad es patrimonio de la humanidad y además está muy de moda en Usaquén. Allí los lujosos restaurantes de autor se han convertido en enormes vitrinas adonde acude la gente chic de Bogotá, no tanto para disfrutar de la buena comida, como para que la vean comer. Sin embargo, tan presuntuosa afectación tiene sus inconvenientes: no siempre sus espectadores son trabajadores honrados, que, de paso hacia los restaurantes populares, tragan saliva al contemplar las viandas que disfrutan los comensales que exhiben sin pudor su riqueza ante la galería.   De golpe sucede algo inesperado que rompe el encanto sensual de la opulencia: un desharrapado sin nada que perder se acerca a la enorme vitrina de la cebichería “La mar”, donde una mujer elegante y hermosa degusta un exquisito carpac

Romance medieval escuchado en Boyacá.

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Margarita Parra era una contadora de cuentos de Chiquinquirá, en Boyacá, tierra donde todavía se conservan hermosos arcaísmos en el habla popular. Margarita, mujer analfabeta y maravillosa, era dueña de una enorme cultura. De ella no se sabe mucho, salvo por sus cuentos, que fueron rescatados con amoroso cuidado por doña Elisa Mújica, académica de la lengua ya fallecida también, y a mi juicio la mejor escritora colombiana. Nos quedó debi endo doña Elisa un perfil de Margarita Parra, cuya vida campesina fue acaso tan extraordinaria como las narraciones populares que contaba, muchas de ellas provenientes del cuento medieval español de Don Juan Manuel, traído a valor presente prácticamente sin ninguna variación. Transcribo a continuación este bello romance de la princesa: “Un caballero requirió amores A la princesa Ana María; La doncella desque lo oyera Díjole con osadía: Tate, tate caballero, No hagáis tal villanía; Hija soy de un malato(*) Y de una mal

Reivindicación de la cursilería y la ternura.

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La ternura y aun la cursilería nos rescatan muchas veces de la desesperación que produce la realidad, siempre grave y trascendente. Por eso reivindico ambas. Es más, como decía sabiamente Rodrigo Peláez, mi entrañable pariente y amigo: "El que no ha sido cursi en la vida, es porque nunca ha amado" Y para la muestra tres botones que cosí ahora años:  LA ARITMÉTICA ES SIMPLE (1.983) En tu cuaderno de matemáticas uno mas uno éramos los dos, y la división de tus onces no tenía residuo. La aritmética es simple, me dijiste un día. Hoy sólo nos resta el recuerdo. S.O.S (1984) Como era un náufrago alejado de tus trenzas, durante el recreo puse mi S.O.S. de amor dentro de una botella de Coca-cola y la tiré al fondo de tu pupitre. Cuando la encontraste, vi tu cara de sorpresa y la felicidad con que corriste a la tienda del colegio para cobrar el depósito. Nunca leíste el mensaje, sin embargo yo me quedé esperando tu rescate. ASTRONAUTAS (1.985)

En algún momento habrá que pagar.

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  Sierra Nevada del Cocuy (Boy.) Foto de H. Darío Gómez A. El confinamiento obligatorio de este tiempo extraño nos ha permitido valorar los oficios cotidianos. Las horas se nos van en ejecutar labores para satisfacer las necesidades físicas más elementales. Pelar cebollas y picar unos ajos para hacer el arroz, por ejemplo, nos puede llevar media mañana, como quiera que son tareas que requieren tanta habilidad y concentración como la redacción de un memorando estratégico en la oficina. Sin embargo , por la desviación del oficio somos capaces de sacar los costos del picadillo en cuestión, en términos del precio de cada hora invertida en esa labor por un profesional bien cotizado. La productividad ante todo. Sea como fuere, lo cierto es que los oficios diarios de la casa nos permiten pensar en la vida, hacer balances y programar el pago de las deudas aplazadas, ya no digamos los servicios públicos y la tarjeta de crédito que el banco, siempre mezquino, nos r

Jueves tedioso.

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Ruinas de la Estación del Tre n de Puente Nacional. Foto de H. Darío Gómez A. 7 de mayo de 2020 A los privilegiados que no tenemos que jugar a la ruleta binaria del hambre o la peste nos queda, en todo caso, el riesgo de morir de tedio. Nos vamos gastando contra la ropa, como prefiguraba el poeta Castro Saavedra, pero también nos vamos gastando por el tedio. Y empezamos a morir de una manera inusual, es decir, velando los relojes de la casa y viendo ponerse mustio el almanaque. Entramos con los ojos abiertos al limbo que imaginó Dante para los inocentes que guardan la ilusión pero se saben sin esperanza. Gastamos inútilmente los días que nos quedan en la billetera en mirar la televisión, chatear, leer libros y periódicos, en combatir el insomnio y dormir a deshoras. Nos gastamos de esperar, de jugar con el perro o el gato, de enviar memes y chistes flojos, de ver al maestro en el computador, de pensar, de arrepentirnos, de escuchar la alocución presidencial, del

Lírica en remojo.

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Revisando mis papeles encontré el siguiente texto escrito hace unos 35 años: “A la hora del almuerzo los oficinistas escriben poemas de amor que dejan olvidados en el bolsillo de la camisa. Y luego, cuando lavan sus chiros en el baño del cuartito de alquiler, ahogan sin querer su tierna lírica entre el platón de la ropa en remojo”.

¡Ay, Polombia!, este platanal.

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Hace unos días comenté en un post de Facebook acerca de la corrupción rampante en Colombia, y producto de la ira contenida, quizás frustración, me referí a nuestra sufrida patria como un “platanal”. No se hicieron esperar las amenazas e insultos, entre los cuales el menos ofensivo con la memoria de mi difunta progenitora fue “apátrida”, acaso queriendo decirme antipatriota. Pero a despecho de los cavernarios, yo también habito la patria que me regaló el lenguaje suficiente para controvertir las verdades absolutas de las mayorías (si es que realmente lo son, porque en las últimas elecciones salió a votar mucho difunto, como quedó demostrado con el destape de otra olla podrida en la Registraduría). De modo que el derecho divino de las “mayorías” no va a impedirme expresar mis opiniones, ni amedrentar mi independencia de espíritu. Y es que con la gula indecente de los bancos, los especuladores y muchos corruptos   para robar descaradamente, aprovechando las circunstancias de

Los desterrados de la Estación de la Sabana

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(Estación de la Sabana, Bogotá, D.C., foto de wikipedia) Por: H. Darío Gómez A. Como en el cuento “Casa tomada”, de Julio Cortazar, a partir de 1992, cuando salieron los últimos 24 empleados de la liquidada empresa de Ferrocarriles Nacionales, llegaron funcionarios anodinos de los gobiernos de turno para desmantelar   la que fuera una de las más hermosas estaciones del ferrocarril de Colombia. Me refiero a la Estación de la Sabana, diseñada por el arquitecto Mariano Santamaría y construida bajo la dirección del ingeniero William Lidstore hasta su culminación en 1924. De nada sirvió que mediante el Decreto 2390 del 26 de septiembre de 1984 el Gobierno Nacional declarara el edificio como un Monumento Nacional. Al igual que las hermosas mansiones de Teusaquillo abandonadas por sus distinguidos propietarios, la estación fue ocupada por nuevos residentes que la envilecieron, cambiando su uso hasta desdibujarla. Tal ha sido el triste destino de nuestro patrimon

Versión libre. (a la manera de los crímenes ejemplares de Max Aub)

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Al subir al autobús, el conductor arrancó a toda velocidad sin darme tiempo para asirme de la barandilla, haciéndome golpear la cabeza con un tubo. Luego frenó violentamente y me estrellé contra el vidrio de la cabina. "Salvaje", le grité. "Eso es para que se acomode", me contestó riendo. "Los pasajeros no somos ganado", vociferé iracundo, arremetiendo contra su humanidad. El sujeto pataleó desesperadamente bajo el volante mientras lo ahorcaba con la correa de mi maletín. Dizque el motivo era fútil, me dijo el juez.