El fútbol de potrero que yo recuerdo
(juego de pinball, foto www.flickr.com) Nunca fui buen futbolista. Ni siquiera malo, porque aprendí a tiempo que las gambetas con la pecosa no eran lo mío. Sin embargo, esa deficiencia deportiva no mermó mi gusto (convertido luego en pasión de hincha) por el fútbol. Recuerdo que mi hermano mayor, desde niño, fue bueno para cualquier deporte que se pudiera practicar en potrero o pavimento, a saber: fútbol, béisbol o basquetbol. Quizás la recuperación milagrosa de una poliomielitis padecida en la infancia obligó a Sergio a demostrarse a sí mismo que podía ser mejor que cualquiera en la práctica deportiva a pesar de tener una pierna más delgada que la otra. Y así fue. Recuerdo que me sentaba al borde de la cancha del Colegio Calasanz a mirarlo jugar fútbol, y veía cómo su pie acariciaba con ternura el balón, lo golpeaba suavemente para hacerlo avanzar sobre el terreno pelado, meterlo entre las piernas del contrincante sin que se le fuera demasiado lejo...