Circo sin nombre

Conocí el circo cuando cumplí nueve años. “Tihany” , así se llamaba el circo que erigió su campamento de tres pistas con un aviso luminoso (como de casino de Las Vegas), en un baldío de la carrera séptima con calle veinticuatro, en el barrio Las Nieves de Bogotá, donde subsiste un estacionamiento que los domingos se convierte en el “mercado de pulgas de San Alejo” . Tengo la impresión de que no fue un espectáculo extraordinario para mi alma infantil, ya que sólo me quedaron recuerdos caliginosos de bailarinas con trajes diminutos y penachos multicolores, y de unos payasos que realizaban su número en un pequeño auto convertible, con un telón de fondo donde proyectaban una película de persecución de carros, como en las comedias de Buster Keaton , mientras ellos salían y entraban con torpeza del vehículo, reemplazando alternativamente al conductor (dueño de una enorme nariz de tomate y con zapatones verdes) que huía a brincos ...