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“En los llanos del setenta”, patrimonio inmaterial de la humanidad

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En buena hora Unesco declaró los cantos de vaquería de los llanos de Venezuela y Colombia como patrimonio inmaterial de la humanidad. El galerón llanero, que recoge en hermosos versos las rimas consonantes que terminan con la sílaba “ao” tiene, como afirmaba el maestro Guillermo Abadía Morales, la función de arrullar al ganado mientras es conducido por los vaqueros a través de las extensas llanuras cruzadas  por el Arauca, el Meta y el Orinoco, que no son ríos Venezolanos ni Colombianos sino llaneros. Porque la frontera en esa inmensidad es una convención inexistente.  Es una seguidilla de puntos y rayas en la abstracción de un mapa, innecesaria por demás para los bravos vaqueros que arrean ganado a uno y otro lado sin importar su nacionalidad. Hay un hermoso galerón, de autor desconocido (colombiano o venezolano, lo mismo da) como corresponde consecuentemente con el entorno descrito, que tiene versiones diferentes a lo largo de   la llanura colombo-venezolana.  Se trata del c

Décima de la codicia

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Por: H. Darío Gómez A. Labra el hombre su fortuna a la sombra de la envidia, obra mal y con desidia disparándole a la luna. Maldice la suerte bruna pero ignora la codicia que con su alma acaricia sin saber que se condena. Forja él mismo su cadena, su perdición con malicia.

Décima del boxeador caído

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  Por: H. Darío Gómez A. (en memoria de Luis Andrés, el “guerrero” Quiñones) Con triste final se apaga La vida del bravo Andrés, Guapo, no esquivó un revés, Ni a la muerte que no amaga. Poco en la vida se paga Tan caro como el valor, Soñaba ser el mejor, Y en ello puso su empeño  El más grande barranqueño. Nos hará falta su honor.

Décima del montañero saboyano

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Vivo cerca a Santander, De Saboyá soy vecino, Mi casa junto al molino, Paisaje digno de ver. Uno no puede saber Quien viene por el camino, Acaso algún pueblerino, Pero mejor si es amigo. Con el corazón lo digo, Ojalá que sea genuino. H. Darío Gómez A.

En el culebrón de la reforma a la salud, como en cualquier telenovela turca, hay un incomprendido: el modelo

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  Por: H. Darío Gómez Ahumada Todo el mundo habla bien o mal del actual modelo de salud, pero muy pocos lo conocen, tal como le pasa a la candorosa protagonista de cualquier culebrón, que es injustamente incomprendida, y lo más grave, campea la ignorancia supina de muchos de los actores que lo dirigen, administran y supervisan. El Sistema General de Seguridad Social en Salud colombiano (Ley 100 de 1993) cumplió este año 28 años desde su entrada en vigor, el 1 de abril de 1994. El sistema en cuestión se fincó en un modelo denominado “pluralismo estructurado”, que organiza a los agentes involucrados (agencias estatales, aportantes, aseguradoras, prestadores, pacientes y proveedores de medicamentos e insumos) en cuatro núcleos interdependientes, habida consideración de sus funciones, a saber: regulación, financiación, articulación y prestación del servicio. A las EPS, en tanto aseguradoras, se les asignó en virtud de la ley la función importantísima de articular las funciones de los demás

La contribución que se paga al ADRES-ECAT con el SOAT es inequitativa, injusta y en algunos casos confiscatoria

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  Por H. Darío Gómez A. El SOAT fue concebido hace 36 años (ley 33 de 1986) con el fin de garantizar, entre otros aspectos, la atención médica y hospitalaria de las víctimas de accidentes de tránsito. Con la expedición de la ley 100 de 1993 (Sistema General de Seguridad Social en Salud), se creó una contribución equivalente al 50% del valor de la prima del SOAT para nutrir la subcuenta ECAT (eventos catastróficos y accidentes de tránsito), que hoy administra el banco de la salud (ADRES), destinada principalmente a garantizar el pago de la atención médica y hospitalaria de las víctimas de accidentes de tránsito ocasionados por vehículos fantasmas y evasores del SOAT. La contribución de marras es recaudada, en virtud de la ley,  a través del pago del SOAT, de manera que las aseguradoras autorizadas para expedir este seguro deben entregar dichos recursos al ADRES, pues claramente no les pertenecen toda vez que se trata de una contribución parafiscal que no tiene nada que ver (por su desti

Florilegio de vidas

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  En una notaría del centro de Bogotá hay unos anaqueles donde se coleccionan, en libros de pliego tamaño oficio, las vidas de las personas nacidas hace más de cuarenta años. En cada folio, escrito a mano con caligrafía Palmer, se refleja la situación jurídica del individuo frente a la familia y la sociedad. El registro civil de nacimiento es el primer acto jurídico de la persona y el que determina su existencia legal, pero también su destino. Sin él, no somos nada, como dice el poeta.  Quizá por tacañería o resistencia al cambio tecnológico, el notario en cuestión no ha querido sistematizar el Registro Civil de las personas mayores, de modo que se ve obligado a destinar el primer piso de su despacho a la guarda del padrón. Alineados en largos anaqueles (creo haberlo dicho) hay centenares de libros forrados en cuerina verde, en cuyo lomo de color rojo se destacan en letras doradas el año, el mes y el número correspondiente.  Uno tiene la impresión de que cada libro consultado es un álb

Marlore Anwandter, trovadora infantil

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  Por: H. Darío Gómez A. Mis hijos son de la generación de Canticuentos. Y hoy, 25 años después, a sus 30 años y un poquito más, esbozan todavía una   tierna sonrisa al evocar la carátula roja del LP de Codiscos que contiene canciones de su infancia con animalitos y personajes fantásticos creados por una hermosa dama chilena cuyo apellido es impronunciable y lleva por buen nombre Marlore. Lo que no recuerdan (ni tendrían por qué), es que esta adorable señora escribió muchas de sus canciones en Colombia, y aquí vivió algún tiempo, el suficiente para contagiarse de nuestro realismo fantástico donde la serpiente de tierra caliente, muy fiestera, come plátanos con aguardiente y una iguana rebelde, contrariando la refinada costumbre del “five o´clock tea” de las damas bogotanas, toma café a la hora del té, como corresponde en nuestra patria cafetera; y ni que decir tengo de la letra “o” que se engordó por comer tamales, seguramente santandereanos, que son los más sabrosos. Y así. Más es