Pequeñas narraciones intrascendentes XXV
Apósito de ternura
El peatón cuenta que......
Tenemos a veces la sensación de que el mundo está por
desmoronarse, y que solo hace falta una gota para que se reviente la represa
que contiene todos los males que nos agobian. Eso pasa generalmente los lunes a
las seis de la tarde, mientras aguardamos estoicamente -bajo la lluvia
pertinaz- el bus que nunca pasa.
En ese instante no queda más que abandonarnos a la inútil espera, y rumiar en silencio nuestra mala leche pasada por agua. No es tanto la lluvia, sino la impresión metafísica de impotencia y desamparo ante la adversidad lo que nos corroe el alma. De pronto aparece una muchacha con su pequeño hijo cargado en un canguro, y se acomoda en la banca del paradero. Todos la contemplamos con ternura, al tiempo que le abrimos campo a su encantadora presencia. ¿Es María Auxiliadora con el niño Jesús coronado en sus brazos la que viene en nuestra ayuda? No. Es una jovencita de rostro broncíneo, donde se asoma -a pesar del frío- una sonrisa dispar pero infinita que le arranca espasmos de emoción y alegría a su retoño. No es la Virgen santísima, eso está claro; ni es milagrosa, es evidente. Y sin embargo nos regala con sus carantoñas la tibieza del vientre materno, que nos hace olvidar el tedio de la tarde glacial. Entonces los transeúntes apeñuscados en el paradero nos miramos unos a otros, para encontrar con asombro las sonrisas que la muchacha dejó pegadas –como apósitos de ternura- en nuestras caras de lunes lluvioso.
En ese instante no queda más que abandonarnos a la inútil espera, y rumiar en silencio nuestra mala leche pasada por agua. No es tanto la lluvia, sino la impresión metafísica de impotencia y desamparo ante la adversidad lo que nos corroe el alma. De pronto aparece una muchacha con su pequeño hijo cargado en un canguro, y se acomoda en la banca del paradero. Todos la contemplamos con ternura, al tiempo que le abrimos campo a su encantadora presencia. ¿Es María Auxiliadora con el niño Jesús coronado en sus brazos la que viene en nuestra ayuda? No. Es una jovencita de rostro broncíneo, donde se asoma -a pesar del frío- una sonrisa dispar pero infinita que le arranca espasmos de emoción y alegría a su retoño. No es la Virgen santísima, eso está claro; ni es milagrosa, es evidente. Y sin embargo nos regala con sus carantoñas la tibieza del vientre materno, que nos hace olvidar el tedio de la tarde glacial. Entonces los transeúntes apeñuscados en el paradero nos miramos unos a otros, para encontrar con asombro las sonrisas que la muchacha dejó pegadas –como apósitos de ternura- en nuestras caras de lunes lluvioso.
(Créditos foto: Maternidad en el Hospital J.J. Aguirre, Chile. Foto de: good girl, www.flickr.com)
Maravilloso relato. Este apósito de ternura ha tenido la virtud de trascender el papel, digo la pantalla del ordenador que es donde escribimos ahora, para que mi rostro esboce también una sonrisa, embelesada en la ternura de esa madre pero también en la ternura desprendida de tu mirada al contemplarla para poder transcribirla.
ResponderEliminarUn afectuoso abrazo, con igual ternura.
Por cierto olvidaba decirte que me encanta la foto de esos preciosos balcones (posiblemente de influencia hispana) de Cartagena de Indias, una Ciudad incluida entre las que me gustaría visitar, de entre las maravillosas que existen en ese Continente.
ResponderEliminarOtro saludo.
Querida Chela:
ResponderEliminarComo estupenda fotógrafa y magnífica narradora que eres, sabes que la belleza está en el ojo que mira. Gracias por tu entrañable visita. Y ojalá vengas muy pronto a Colombia. Cartagena de Indias te encantará, sin duda alguna. Un fuerte abrazo.
que ternura de relato, imagino a ese grupo de lunes por la tarde fría, rodeando a ese sol para recibir sus rayos, son muy afortunados.
ResponderEliminarsaludos querido Peaton
"Entonces los transeúntes apeñuscados en el paradero nos miramos unos a otros, para encontrar con asombro las sonrisas que la muchacha dejó pegadas –como apósitos de ternura- en nuestras caras de lunes lluvioso"
ResponderEliminar¿Eso? Magnífico.
Que la ternura de una sonrisa redime la mala leche pasada por agua de tanto infortunio y adversidad como a veces arrastramos, es sabido... encontrarla y saberla apreciar en lo que vale, es algo que a veces, las más de las veces, se nos olvida.
ResponderEliminarMe encantó el relato, Darío; también esa espléndida calle de coloridas balconadas de madera !qué foto más bonita!, pero es que justo una ciudad patrimonio de la humanidad no puede tener sino fotos preciosas.
No es por darte envidia Darío, pero por aquí el paraguas está guardado y bien guardado, es el momento del calorazo, de las temperaturas de 40ºC y mas, de las vacaciones estivales y de la playa... nuestros lunes lluviosos y grises y necesitados de apósitos de ternura son de noviembre a febrero. Presumo que cuando lleguemos a ellos, necesitaremos más que nunca esas sonrisas tiernas en las paradas del autobus, porque vamos (el pais) de mal en peor.
Mil besitos gordotes
¡Salud!, Alicia, gózate el verano plenamente. Dicen que el sol estimula la serotonina, y por ende, la felicidad hoy tan esquiva. Gracias por visitarme. Tu presencia siempre ilumina este espacio a veces sombrío. Un besote.
EliminarMuy lindo relato, me ha encantado pasar por tu blog.Te sigo.Saludos.
ResponderEliminarGracias María del Carmen. Es un gusto tenerte por aca.
EliminarEs una de las visioness mnas gratas , la de una madre bien avenida con amor gozando su futuro.
ResponderEliminarCariños
Es verdad, Martha. ¡Tú que eres madre y sabes! Besos.
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