De Boyacá en los campos… el tejo, nuestro deporte nacional

(foto de inciclopidia.wiki.com)


Tengo varias frustraciones en la vida: una de ellas es que nunca aprendí a chiflar; otra,  no saber jugar al tejo. Por cuenta de la primera fui un marginado social durante la infancia, pues todos mis amigos sabían chiflar; y por la misma causa creo haber perdido (hasta el día de hoy) más de doscientos autobuses que hubiera podido parar a la distancia con el recurso infalible del chiflido.

Ahora bien, en cuanto a la segunda, lo de no saber jugar al tejo, es una frustración más esotérica si se quiere, por sus implicaciones prácticas en la vida y por el hecho, acaso banal, de ser considerado el deporte nacional de mi patria, por ley de la República. Me explico: el jugador de tejo, más aun si es el careador (o sea, el duro), tiene una destreza envidiable para lanzar el tejo (un disco metálico parecido a un pequeño ovni) y dar justo en el bocín (un tubo metálico enterrado en arcilla y coronado por mechas de pólvora que estallan al primer impacto), que se encuentra a unos dieciocho metros del lanzador.  Es un prodigio ver cómo el tejo abandona perezosamente y en ángulo perfecto la mano experta del jugador, describe una parábola parecida a la que dibujaba el profesor Villamizar en su clase de física, y flota ingrávido en el espacio durante el instante infinito de su trayectoria elíptica hacia el objetivo, como guiado por un dios olímpico, para caer finalmente justo en medio del bocín, reventando de paso una mecha que explota estruendosamente para hacer la moñona que otorga la gloria de los nueve puntos y el reconocimiento efusivo de los presentes.

Lo cierto es que el pasado domingo 3 de enero me encontraba en los campos patrióticos de Boyacá, en Saboyá por más señas, intentando jugar al tejo. Y sábelo Dios que hice mi mejor esfuerzo, pero fue en vano. Nada: ni una mano, ni una mecha, menos aún una embocinada, y ni pensar en una moñona.  Me sentí anti patriota y un poco avergonzado con los vecinos que gentilmente me invitaron a compartir su juego.

De manera que por estos días de asueto, ocio y buenas intenciones, tengo entre mis propósitos para el nuevo año, aprender a jugar patrióticamente nuestro deporte nacional: el tejo o turmequé que llaman en honor a la tierrita.


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