Cursilario II

(Niño cincuentón de más de 100 kilos de peso imaginando conducir "La 125". Foto de un buen samaritano)


Es verdad sabida (lamentablemente no recuerdo el autor de esta afirmación), que cuando se es adolescente no se tiene esa visión de conjunto que pueden tener, pongamos por caso, un filósofo o un científico. Simplemente se actúa conforme a los impulsos hormonales y, en el mejor de los casos, de acuerdo a los mandatos del corazón, pero siempre sin medir las consecuencias. Acaso sea ese el manantial de la fuerza vital de la juventud.

Lo cierto es que a los diez y seis años fui capaz de escribir sin ruborizarme lo que sigue:

En el Café Colonial (enero de 1978*)

Estabas sentada frente a mí en el Café Colonial
Y me gustó mirarte;
Eras como un sueño escondido
Detrás del humo bohemio
De los cigarros;
Bailaban tus palabras en mi mente
Y me gustó escucharte.
De golpe fuimos cómplices del silencio indiferente
De las sillas vacías y los ceniceros;
El tiempo palideció y se enfrió el café;
Una sonrisa bastó, una mirada
Y sentí la dulce puñalada de tus ojos
Clavarse en mi pecho a mansalva,
Sin darle tregua al corazón.
Y me gustó escribir este poema insulso
Sentado frente a ti
En el Café Colonial.


Y sin embargo hoy, después de treinta y cinco años, todavía lo encuentro simpático.

(* existía a la sazón el Café Colonial, para deleite de los intelectuales jóvenes, en la esquina nororiental de la Calle 56 con carrera 13) 

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