Mis otras mujeres amadas III (Lucy Fabery)

Tarde llegó a mi vida Lucy Fabery. Cuando escuché por primera vez (hace apenas unos meses) a la “muñeca de Chocolate”, es decir, a la tierna edad de cincuenta y dos años, me reproché por haber pasado toda una vida sin conocer a la reina del feeling puertorriqueño. Porque desde niño, merced a la afición musical de mi padre, siempre estuve acompañado de mujeres cantantes, cuyas hermosas voces emergían de las carátulas de los discos que enseñaban sin pudor sus rostros retocados y sus escotes provocativos. Así me enamoré de Blanca Rosa Gil, la señora de la canción cubana, y de la glamurosa dama peruana, Chabuca Granda, la flor de la canela, por citar sólo un par de ejemplos.

Mas es lo cierto que mejor tarde que nunca, de modo que desde que conocí a Lucy Fabery no he hecho otra cosa que disfrutar su exquisita compañía para deleite de mi alma. Y digo del alma más que del oído, porque el feeling, hermano del soul, no se agota en el sentimiento, sino que trasciende las entrañas. Lo mismo pasa con el blues y con la palabra saudade, ese sentimiento único que escapa a cualquier definición pero nunca a los sentidos. Esgrimo como prueba inapelable de lo dicho, los testimonios contundentes de la bossa nova y el fado. Pero ese es otro cuento.

Volviendo a Lucy Fabery, debo mencionar que es, a mi juicio, la mejor exponente viva de esa fusión extraordinaria entre los ritmos del jazz y del bolero, acompañada de orquestas con formato de “Big band”, como la de Humberto Ramírez, gran trompetista de Puerto Rico.

Escuchémosla acompañada de Humberto Ramírez y su Jazz Orchestra.





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