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Mostrando entradas de 2017

Nada como el porro colombiano (a propósito de la inclusión del término vallenato por la academia de la Lengua)

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Nada como el porro colombiano.... Eso comentaba yo hace unos meses en el “Salón Málaga” de Medellín mientras disfrutaba  con unos amigos una cerveza helada al calor de ese aire musical colombiano que interpretaba, a la sazón, un versátil dúo de teclado y guitarra. Una turista española me interpeló para aclararme, muy convencida ella, que el porro californiano es mucho mejor. Ofendido por la ignorancia atrevida de la muchacha en cuanto a nuestro género musical, le insistí en que el porro (como la cumbia) sólo puede ser colombiano, si bien tiene grandes intérpretes en otros países latinoamericanos. Entonces la españolita se excusó diciéndome que ella se refería a otra cosa. Yo  también me sentí avergonzado por mi defensa tan vehemente del porro equivocado, de modo que le ofrecí disculpas, aduciendo torpemente (peor la disculpa que la culpa) que yo de marihuana sé más bien poco. Pero revisemos el origen de esta confusión tan trivial: el error, creo yo, provino de mi comentari

Peligros de la acera o el riesgo de ser peatón

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Ayer caí en una alcantarilla. Era cuestión de tiempo. “Cosa de esperarse en cualquier momento”, me dijo mi adorada Inés Elvira con ese fatalismo dramático de los que tienen la razón. “Como si te hiciera falta caminar del timbo al tambo teniendo el carro guardado en la casa”, me reprochó remachando el clavo cuando le narré el incidente. De nada valió mostrarle la rodilla raspada, el pantalón de buen paño echado a perder y la dignidad, literalmente, revolcada por el piso. “Bien hecho, para que aprendas a no andar por ahí caminando distraído como un zombi”, sentenció doña Inés sin conmiseración. Digo mal. Si la tuvo después del regaño. Pero resulta que caminar es mi única fuente de inspiración, mi forma particular (y barata) de catarsis. Como sea, lo cierto es que un peatón siempre está expuesto a los riesgos inherentes a su condición pedestre: atraco, alcantarilla abierta, abono orgánico de origen animal, aire contaminado, agua lluvia (¿ácida?), atropellamiento por cuen

No fue hurto agravado, fue un rapto de amor

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Redacción El Espectador, 7 de diciembre de 2017 "En Melbourne, Australia, un sujeto ingresó a un local de venta de juguetes sexuales y raptó a la muñeca avaluada en 4.500 dólares. Las autoridades están en búsqueda del individuo" El mundo está necesitado de amor.   Una verdad de Perogrullo que no tenemos tiempo de asimilar por estar navegando en ese mar espeso e inefable de la virtualidad. Pero cuando apagamos el dispositivo electrónico desaparece como por arte de birlibirloque el grupo de WhatsApp. Y nos quedamos completamente solos, sin amigos, sin un amor que nos comprenda como dice el bolero, es decir, en esa soledad esotérica de la tercera acepción del diccionario RAE: “Pesar   y   melancolía   que   se   siente   por   la   ausencia de   alguien”.   Ya no digamos carentes del cariño paliativo de una mascota, no por falta de disposición sino de espacio, en fin, huérfanos de afecto.  Son muchas las razones para ser un marginado afectivo: ser pobre, feo,

“En los llanos del setenta”, patrimonio inmaterial de la humanidad

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En buena hora Unesco declaró los cantos de vaquería de los llanos de Venezuela y Colombia como patrimonio inmaterial de la humanidad. El galerón llanero, que recoge en hermosos versos las rimas consonantes que terminan con la sílaba “ao” tiene, como afirmaba el maestro Guillermo Abadía Morales, la función de arrullar al ganado mientras es conducido por los vaqueros a través de las extensas llanuras cruzadas  por el Arauca, el Meta y el Orinoco, que no son ríos Venezolanos ni Colombianos sino llaneros. Porque la frontera en esa inmensidad es una convención inexistente.  Es una seguidilla de puntos y rayas en la abstracción de un mapa, innecesaria por demás para los bravos vaqueros que arrean ganado a uno y otro lado sin importar su nacionalidad. Hay un hermoso galerón, de autor desconocido (colombiano o venezolano, lo mismo da) como corresponde consecuentemente con el entorno descrito, que tiene versiones diferentes a lo largo de   la llanura colombo-venezolana.  Se trata del c

Juego de palabras

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Yo, francamente, supe hasta hace pocos años que el juego de palabras que  utilizaba mi padre por chacota, para ponernos a pensar, se llama jitanjáfora.  Es una figura gramatical que trastoca de manera deliberada las palabras para obtener un significado absurdo. Este artificio retórico aprovecha convenientemente el disparate y, en tal virtud, es caro a los niños que lo disfrutan más que la aburrida semántica. Según los entendidos, “una variante de este recurso vanguardista, consiste en alterar la morfología de las palabras dislocando sus morfemas y pasándolos a otras palabras adyacentes”. ¡Ah, caramba!   En nuestra querida patria, un viejito que como estadista fue buen escritor (en su gobierno perdimos a Panamá mientras el rimaba de lo lindo), por buen nombre José Manuel Marroquín ( 1827-1908) ,  cultivó el juego de palabras en la modalidad antedicha. De su puño y letra es conocida la siguiente jitanjáfora: La Serenata “ Ahora que los ladros perran, ahora que los ca

Los puntos susp......versivos

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En el reino de las líneas, los puntos eran vistos con desconfianza. Y era natural, pues las líneas, siempre organizadas como una sucesión continua, grave y trascendente de puntos en una sola dirección inexorable no podían tolerar que existiesen puntos fuera de control. De manera que en la patria lineal, los diferentes puntos de vista eran inaceptables, ya que pecaban contra la homogeneidad y perfección de las líneas de conducta. Otro tanto sucedía con los puntos de reunión que eran considerados subversivos, más aún cuando se pasaban de la raya, (que es de la misma estirpe de la línea, sólo que con funciones policivas para delimitar las propiedades, las fronteras y los comportamientos inapropiados). Tampoco era lícito coincidir en algunos puntos con los puntos excluidos del debate; y estaban proscritos los puntos de fuga, a los que se aplicaba con frecuencia la ley del mismo nombre. Se trazaban lineamientos para fijar el destino inmutable de l

El canario que descubrió que los trinos en twitter eran lo suyo

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(Créditos foto: www.flickr.com) “A la abeja semejante, para que cause placer, el epigrama ha de ser pequeño, ágil, picante” Adagio Por: H. Darío Gómez A. Siempre ha habido jaulas. Y para que no estuvieran vacías y tristes, colgadas encima del lavadero , se inventaron los canarios. O mejor, la costumbre de capturarlos y encarcelarlos para compañía emplumada de las personas solitarias. Los primeros fueron pájaros libres, eso es seguro, mas con el tiempo se convirtieron en seres cautivos, hasta el punto de que las nuevas generaciones salieron del huevo directamente a la jaula sin conocer durante su existencia nada diferente al pedacito de cielo que se asoma esquivo por la ventanita del patio de ropas. De modo que el cautiverio es su estado natural. Posiblemente algún niño dirá con razón que eso es una infamia, que va en contravía de los derechos de los pájaros, en fin, que la libertad es inviolable según le enseñaron en la cátedra de la paz.   Y t

Tony, el gozque de la cuadra (ni siquiera hay foto)

Hoy tengo necesidad de hablar de Tony, un amigo de la infancia. Tony no es nombre de perro como tampoco lo es Trostky, pero la gente tiene sus mañas y se deja llevar por la moda. Cuando yo era pequeño estaba en boga nombrar Trotsky a los canes. Sólo hasta la adolescencia, en clase de historia, vine a saber que un político ruso fue bautizado con nombre de perro, un tal Trotsky. Pobre. Parece que el apelativ o en cuestión determinó su sino fatal. El buen hombre fue perseguido y luego ultim ado como un perro, en fin, una ironía de la vida o más bien de la muerte. Lo cierto es que Tony tampoco es nombre canino, como quedó dicho, pero estaba de moda y así fue bautizado por su amo original, el celador de una construcción cerca de mi casa que tuvo a bien abandonarlo cuando culminó la obra. Librado a su suerte, Tony pasó la primera noche de abandono echado al pie de la caseta de vigilancia ya desierta. Mamá Sofía, mi abuela adorada, al verlo en indigencia se compadeció del p

Héroes insospechados y clandestinos

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“Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la historia.” Walt Whitman Irene & Cia. Una muchacha que se llama Irene y hace las mejores empanadas del mundo, redondas y abultadas como su útero adolescente; y generosas en el relleno, igual que la carne sutil de la vida que se aloja como un tesoro sagrado en su vientre. Y su madre, Berenice, que las vende en los puentes del Transmilenio columpiando un canasto y haciéndole el quite a los policías. Y su abuela, por buen nombre Veneranda, matrona diligente que protege con ternura a Irenita de los ogros y alimañas que se crían en el asfalto; e Irenita, su hija, retoño ojiazul como su padre conscripto y princesita del bosque de hormigón armado. Elías Un tal Elías, joven ojizarco e imberbe que por no tener con qué pagar el impuesto de guerra, paga el servicio militar en veinticuatro cuotas mensuales de sacrificio, capaz de dar la vida sin contraprestación alguna por el Statu q

El Biblocarrito R 4 de Laura y Arco

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--> (Laura y el Biblocarrito R 4 en FILBO 2017. Foto de H: Darío Gómez A) El 6 de mayo de 2017 no había nada nuevo que ver en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Sin embargo, me dio por visitarla para perderme en la muchedumbre que asistió el sábado de marras. Una pulsión extraña invadió mi índole solitaria, obligándome a mutar temporalmente en hombre-masa,   al menos hasta que recuperé mi individualidad después de abandonar la turbamulta. En cualquier caso, mi arrebato masoquista   tuvo su compensación,   pues entre la multitud de noveleros pude rescatar un tesoro extraordinario: una curiosa biblioteca rodante montada en un viejo Renault 4 ¿Qué colombiano, mayor de treinta años, puede decir sin llamarse a engaño que no lleva en el alma un Renault 4? Ninguno. En efecto, el simpático carrito de origen francés es la esencia misma de la colombianidad, aunque suene paradójico. Curioso eso de recordar un vehículo como a un ser querido. Pero aquello d

La France en Colombie en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, 2017

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(Pabellón de Francia en FILBO 2017) Monsieur Laforêt: Yo recuerdo, cuando era niño, que esperaba con ansia loca e interesada, cómo no, la llegada de los tíos ricos que venían del extranjero a visitarnos durante las festividades decembrinas. Desde la víspera me figuraba la cantidad de regalos que traerían para ponerme, para jugar, para comer. La ansiedad no me dejaba dormir. Mas cuando destapaba los traídos (como le decimos por acá a los obsequios), me invadía la desilusión. Los regalos nunca correspondían a mis expectativas. Soy un desagradecido, lo sé. Este año volví a tener la misma sensación en la Feria del Libro de Bogotá, con Francia como país invitado de honor: tenía muchas expectativas. Soy de una curiosidad sin límites. Imaginaba una combinación  de muestras del país galo con sus personas del común, el libro de Proust En busca del tiempo perdido , la sopa de cebolla, su música, Juana de Arco, el Tour de Francia que pronto será de Nairo Quintana, en fin, quizás una

Guía zurda de Cartagena de Indias

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(Plazoleta Benkos Biohó en la Matuna, Cartagena de Indias. Foto de El Universal) (el peatón haciendo una foto por encargo, Cartagena de Indias. Foto de I.E.B) Poca cosa podría agregarse a una nueva guía turística de la muy noble y leal Cartagena de Indias que no se haya registrado en las glamurosas publicaciones oficiales. Salvo que fuera una guía alternativa, subterránea, en fin, una guía zurda de la ciudad, como la que propongo al despistado lector. Mas, para lograr ese cometido tan poco ortodoxo, es menester salirse de la ciudad amurallada y recorrer a física pata los barrios periféricos de Getsemaní, la Matuna y el Cabrero. Empezaré por la Matuna, barrio abogadil y comercial que debe su vocación al hecho de haber alojado en su seno la estación del tren, cuando en Cartagena había tren.  Cuando en Colombia había tren. Porque lo hubo, así mis compatriotas nacidos durante los últimos cuarenta años no conozcan ni siquiera los vestigios. Se me dirá, sin embargo, que

Mi vieja Olivetti

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Si bien es claro que no debemos desarrollar apego por los bienes materiales a riesgo de parecer mezquinos, hay algunas cosas, ciertos objetos inanimados que adquieren  por fuerza del uso que les damos una connotación especial en nuestro corazón.  Algo parecido al cariño. Eso pasa con los zapatos viejos, algún juguete de la infancia, una que otra prenda de vestir, y, cómo no, para los nacidos hasta los años setentas del siglo pasado, pasa con  la máquina de escribir. (Foto www.google.com) Para los adultos jóvenes de hoy (ni qué decir los niños y adolescentes), la máquina de escribir es un curioso anacronismo del que no vale la pena ocuparse. Sin embargo a nosotros, los adultos de edad mediana, la máquina de escribir siempre nos suscitará una enorme simpatía. Tal le pasó a  mi amigo Pacho, quien me envió hace unos días la foto de una máquina de escribir que encontró en la oficina de un pueblito cercano a Bogotá, con una nota perentoria sobre la necesidad de escribir una crón

El oficio de inmortalizar el paraíso de papel festón

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No soy nadie para juzgar virtudes, pero sé reconocerlas. Lo anterior, sin perjuicio de mi desconfianza patológica de los filántropos de cartón piedra, y mi repugnancia por la manida responsabilidad social empresarial que se preocupa más del fariseísmo mediático que del impacto efectivo de sus obritas de caridad. Aprecio, eso sí, las historias de vida de los héroes insospechados que, por clandestinos y comunes, son inocentes de su propia grandeza. De tal índole es la historia de un sujeto que conocí en mi breve exilio de hace unos años, que tenía por oficio en su país de origen la ornamentación en metal. Sin embargo, los fines de semana el sujeto en cuestión hacía por encargo videos (acaso no muy profesionales) de bautizos, matrimonios y primeras comuniones en los barrios populares de su ciudad caribeña. Este buen hombre me decía con candorosa socarronería que su trabajo ocasional consistía en inmortalizar para sus clientes el paraíso de papel festón alquilado por horas en un salón

Pequeña narración intrascendente para iniciar el nuevo año

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Tuve el privilegio de recibir el nuevo año en los inmensurables campos de Boyacá, al arrullo del canto de los pájaros y el silbido del viento en los robledales. Pero sobre todo, con la tranquilidad de no tener la cobertura de “Claro”. O al menos tenerla muy esquiva, circunstancia que me permitió reírme de algunos sujetos que caminaban sin concierto, a campo traviesa, buscando la señal con el aparatico en la mano como si fueran rabdomantes en busca de una fuente subterránea de agua. Me impresionó su desasosiego, su ansiedad por conectarse con el mundo virtual haciendo ojos ciegos y oídos sordos al mundo real, a su entorno bucólico. Y la verdad, me parecieron algo patéticos. Por contraste, se cruzó en mi camino una dulce viejecita que cargaba con dificultad una pesada bolsa. La saludé y me contó, sin preguntárselo, que venía de comprar el maíz para sus gallinas. Es decir, había caminado con su carga cerca de dos kilómetros desde la única tienda del sector para satisfac