La ciencia de contar la ciencia
(Foto de Alejandro Gómez B.) Bien se sabe por los textos de astronomía que eso que llamamos tierra es una pelota medio desinflada en los polos que gira alrededor del sol a una distancia media de ciento cincuenta millones de kilómetros y que alrededor suyo gira, a su vez, un pequeño satélite, la luna, a la que los perros ladran con tozudez digna de mejor causa creyendo –los pobres- que es un enorme queso gruyere suspendido en el cosmos a una distancia media de trescientos setenta y cinco mil kilómetros. Todo eso está muy bien cuando se tiene el libro de geografía abierto. Pero cuando toca recitar la lección en el tablero, un sujeto desmemoriado como yo empieza a padecer erisipela, transpira profusamente y no acierta sino a emitir sonidos inarticulados parecidos a los de una oca. Así, entre mi gusto por la geografía y el terror por la picota pública transcurría mi clase con el profesor Lizcano, en el colegio Calasanz, hasta que...