Viaje a Estigia

Por: H. Darío Gómez A.



-¿Es su primer viaje interplanetario?- Preguntó el hombre de negocios al anciano sentado a su lado en la sala de espera sideral.
-Sí, una pesadilla -suspiró el anciano,- Plutón es el peor destino, hubiera preferido Marte, que al menos es más cercano y habitable en la superficie con el traje adecuado, según dicen.
-No se haga mala sangre, señor, la vida en la estación espacial de Estigia, el satélite de Plutón, es tan confortable como la nave de lujo que nos va a transportar. Además, con los adelantos tecnológicos hemos reducido el viaje desde la tierra, de nueve años a seis meses, algo impensable hasta hace muy poco.
-Permítame que no comparta su optimismo. A mi edad, el nombre “Estigia” no deja de ser inquietante, usted comprenderá.
-Veo que es conocedor de la mitología griega.
-En efecto, como sabrá, el río Estigia separa el mundo de los vivos del de los muertos.
-No piense en eso, caballero –tranquilizó el hombre de negocios,- esto de las distancias, las dimensiones y el tiempo es muy relativo.
-Dígamelo a mí, que aprendí las distancias y tamaños de nuestro sistema solar leyendo a H.G. Wells. Fíjese usted que, interpretando las comparaciones de su “Breve historia del mundo”, se me ocurrió que la tierra vendría siendo como una pelota de ping pong  y la luna una alverja  ubicada a cincuenta centímetros de la bola en cuestión; el sol, asimismo, sería un globo de tres metros de espesor a doscientos metros de la pelota de ping pong. ¡Un disparate!
-Qué ocurrente, señor –sonrió el hombre de negocios,- y si no es indiscreción, ¿por qué viaja a Plutón?
-Por invitación de mi nieta, que es la científica en jefe del proyecto “retorno al origen”, para combatir la epidemia de nostalgia que invade a los expatriados que habitan la estación espacial.
-Ah, caramba, qué casualidad, la empresa para la que trabajo suministra el software para ese proyecto. Hemos desarrollado un simulador con hologramas de paisajes terrestres, músicas tradicionales, sonidos de naturaleza, aromas, sabores terrígenos, en fin, texturas terrícolas en tercera dimensión.
-Qué bien –asintió el anciano sin mucha convicción,- ¿y ya lo han probado en los expatriados que habitan la estación de Estigia?
-Estamos en el proceso de adecuación para neutralizar las pulsiones de muerte que atacan a los expatriados en sus fases melancólicas.
-Es que el hombre es triste por naturaleza. –sentenció el anciano,- No es el rigor de los elementos sino la nostalgia lo que lo socava. No hay que saber latín para entenderlo. El recuerdo de la infancia, el sabor del primer beso apasionado, qué sé yo, el deleite de las meriendas o la canción predilecta, muchas veces nos salvan del sinsentido.
-No le falta razón –afirmó contundente el hombre de negocios.
- Sí, el hombre es sedentario por naturaleza, está atado a la tierra por fuerzas telúricas y ancestrales. Quizás el azar o la aventura puedan alejarlo por años, pero siempre tiende a retornar al origen. El paisaje natal lo atrae con una extraordinaria fuerza centrípeta.
-No lo había visto de esa manera –dijo el hombre de negocios, que a esa altura de la conversación mostraba verdadero interés por la sapiencia del anciano.
-La nostalgia es ineludible cuando un sujeto se asoma a la terraza de la estación y sólo ve la noche espacial, hermosa si se quiere para un día o dos, pero no para siempre. A la larga, los campos de golf, las piscinas, los casinos, los muros de escalada, las grandes tiendas, los teatros, en fin, las casas de lenocinio y diversión de la estación espacial construidas para simular la vida terrestre, terminan por cansarlo. El individuo extraña sus montañas, añora el mar.
-Claro, es que no es fácil para nadie vivir confinado en un paraíso artificial a seis mil millones de kilómetros de la tierra –reconoció el hombre de negocios.
-Ese es justamente el punto –afirmó el anciano,- el expatriado tiene más miedo a la vida en esas circunstancias, que a la muerte misma. Lo invade un pavor justificable ante esa cosa nebulosa, absurda y resistente al análisis lógico, que es su estancia en el exilio.
-Y entonces, ¿cuál es la respuesta a tal sinsentido? –preguntó ansioso el hombre de negocios, como si de ello dependiera su existencia.
-No la tengo –respondió lacónico el anciano,-  pero acaso, como le dije antes, una forma de sobrellevarlo sea el recuerdo de la felicidad perdida.
-¡Arcadia! –suspiró el hombre de negocios.
-Veo que a usted también le gusta la mitología –sonrió el anciano.
-Sí señor, cuando era niño mi padre nos leía pasajes de mitología griega a la hora de la cena, y así fue como terminó gustándome. -respondió el hombre de negocios con el rostro iluminado por la evocación,- y, a propósito, señor, seré incisivo, pero si usted ve tan gris la estancia en el exilio plutoniano, ¿por qué razón aceptó la invitación de su nieta a la estación espacial de Estigia?
-Justamente por la misma razón que su padre, joven, para leerle cuentos a mi nieta antes de dormir –afirmó dulcemente el anciano, al tiempo que le mostraba al hombre de negocios su valija llena de libros con la obra completa de Roald Dahl.

Fin

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