"PATESCAUT", fanzine insolente y creativo.
Por: H. Darío Gómez A.
Editorial
Patescaut es una curiosa palabra que evoca la
infancia de quienes fuimos niños en la Bogotá de los años setentas del siglo
pasado; no figura en el diccionario ni siquiera como un colombianismo, y acaso
esté condenada a desaparecer cuando muera el último de esos mocosos o desaparezca
la única sobreviviente de aquellas niñas setenteras. Pero mientras eso sucede, la
palabra en cuestión es como un santo y seña que alguien suelta al desgaire en
una conversación, y cuando el interlocutor la escucha, se produce un
reconocimiento, una complicidad entre pares. Porque Patescaut es eso,
complicidad. Mas, ¿cómo definir de manera concreta dicha palabra? Sin pretender
emular a doña María Moliner (ni más faltaba), podríamos arriesgar la siguiente
definición: acción de entrelazar
alguien los dedos de sus manos con las palmas hacia arriba para que otra
persona ponga su pie sobre ellas, empujándola, para ayudarla a subir.
Patescaut
sirve, entonces, para trepar a una amiga al árbol del parque y así alcanzar las
cerezas o para robar curubas venciendo la tapia del jardín vecino. También es útil para catapultar al camarada
sobre el enrejado y recuperar el balón perdido en los extramuros del colegio,
sirve en fin, para llegar juntos a otro nivel. Siendo así las cosas, es decir,
habiéndonos asociado de manera cómplice, insolente y creativa, cómo no, para
describir, fotografiar, opinar y plasmar a través del arte a nuestra ciudad
amada, ¿qué otro nombre podríamos haberle puesto al fanzine?
De modo que
con Patescaut saltaremos el muro de la gravedad y la trascendencia para
escaparnos del destino que a veces se burla de las personas que se toman la
vida muy en serio, y nos asomaremos al otro lado para apreciar, encaramados en
el borde de un seto sabanero, lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo de nuestra
cotidianidad.
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