Guía zurda de Bogotá III

(Café "El Pentágono", centro de Bogotá. Foto de H. Darío Gómez A.) 



Los cafetines de la novena: herencia de la calle de Florián


Bogotá está ubicada 2.600 metros más cerca de las estrellas según dice el eslogan de las guías turísticas. Treinta escalones más abajo está el subfondo: en el sótano de la bolera de San Francisco, en los bajos de los cafetines cercanos a la Avenida Jiménez con novena que constituyen el ágora de nuestro subsuelo.
Sobre estos últimos vale la pena mencionar que son, a mi juicio, herederos de los establecimientos “non sanctos” de la primera mitad del siglo pasado. Efectivamente muy cerca de allí, en la carrera octava entre calles 11 y 12 quedaba la calle de Florián, sitio de perdición que inspiró a más de un vate de cafetín, generalmente estudiante de provincia, a escribir sonetos ocurrentes como este, cuyo autor desconozco, pero que me refirió alguna vez mi amigo Rodrigo Peláez, y que he intentado reconstruir en mi memoria nada confiable y con mis palabras, así:
“Perdido en Florián,
Caminando por la calle de Florián
sin darme cuenta me encontré perdido.
A preguntar me asomé a un bar florido,
cómo llegar a mi casa sin afán.
Una doncella me atendió en el zaguán,
henchidos sus pechos a mi pedido;
me dijo: señor, si usted se ha perdido,
yo hace más de un rato me perdí en Florián.
Flor perfumada que mostró su brillo
en la mitad de la noche ruidosa;
quiso el albur fuera mi lazarillo,
esa muchacha, dulce, vanidosa.
Ya no me afana llegar al castillo,
prefiero su compañía peligrosa.”
Y es que en los cafetines de la novena aun existen las coperas, especie en peligro de extinción que fue descrita por el insuperable cronista Felipe González Toledo. Estas muchachas, al igual que los curas, son siquiatras de pobres. Pero ellas, a diferencia de los confesores, lo escuchan a uno a cambio de una copa; sin juzgamiento, ni imposición de penitencias irredimibles. La Gran Española, el Gran París, el Pentágono, Don Pepe, el Viejo Alemán, son apenas unos avisos de mal gusto que nadie se detiene a mirar. Los peatones “de bien”, las personas graves y trascendentes que circulan camino a la Cámara de Comercio, pasan frente a los zaguanes sin respirar el aliento tibio de los locales, mezcla de flores mustias, cigarrillo y café. Nadie se imagina que en el seno de esas grutas adormecidas también palpita la ternura.

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