Guía zurda de Chiquinquirá
(Ermita sobre un tejado y Basílica de Nstra. Sra. del Rosario de Chiquinquirá. Fotos de H. Darío Gómez A.)
"De Chiquinquirá yo vengo de pagar una promesa..."
Canción popular colombiana
En Chiquinquirá hay iglesias católicas como en el centro de Bogotá haber casinos. Prácticamente una cada cuatro manzanas. Y es natural, porque dicha ciudad del occidente de Boyacá es la capital católica donde se rinde culto a la Reina y Patrona de Colombia: la Virgen de Chiquinquirá, cuya imagen deteriorada en un lienzo apareció, como por arte de un photoshop milagroso, renovada ante los ojos candorosos y alucinados de los indios cocas que le construyeron una capilla para su adoración. De modo que esa herencia española, la Iglesia, cunde por todo el municipio en forma de catedral, basílica, santuario, ermita, capilla o convento, para consuelo de los peregrinos que vienen de toda la patria y aún del exterior a conmemorar el milagro Mariano, acaecido un 26 de diciembre de 1586.
Pero también hay plazas en Chiquinquirá. Eso es evidente. La plaza no puede faltar en ninguno de los mil y pico de municipios colombianos,
porque la plaza es el ágora de nuestros paisanos, o como decía Arciniegas, “es ese
teatro abierto a toda nuestra vida, con su árbol, su pila o su estatua…”, en
fin, otra herencia -no todas fueron malas- que nunca dejaremos de agradecer a
los españoles.
Más, como resulta lógico, el ambiente del municipio
permanece en olor de santidad, como los fragantes mártires del santoral
católico. Ya desde la plaza principal uno percibe el aroma del incienso que
venden los comerciantes de reliquias en las puertas de la catedral. Y en su interior, cientos de peregrinos se
aprestan a observar con fervor admirable la salida de la procesión con el Tesoro de la Virgen, entre
ellos el suscrito que ha entrado al recinto para admirar la obra arquitectónica
de Fray Domingo de Petres.
Un grupo de hombres maduros, si no ancianos, bajo la
dirección de un novicio Dominico, se pelea por cargar en hombros la imagen
sagrada. El cuadro se tambalea peligrosamente por la notable diferencia de
altura de sus cargadores, hasta que el más bajo y acaso el más viejo,
desfallece ante la angustia del joven Dominico que, para evitar la tragedia inminente
del Tesoro, me recluta como cargador Ad Hoc para reemplazar al caído. Y aunque soy un simple espectador sin velas en el asunto, obedezco por desconcierto o por temor reverencial, qué sé yo. Lo grave del asunto es que con mi estatura de
1,89 mts, muy por encima del promedio local, se desbalancea de nuevo la imagen,
de suerte que el Dominico me ordena acurrucarme un poco para compensar mi
largueza. Sólo entonces comprendo lo que significa el peso del sacrificio
espiritual. La imagen deberá dar una circunvolución a la basílica, pasando por el
atrio antes de regresar al altar. Por fortuna logramos culminar el circuito indemnes. Dicen
que quien carga una imagen sagrada cien pasos queda automáticamente liberado de
un pecado mortal. Eso me reconforta un poco, como quiera que no he vivido en la virtud y, ciertamente, casi todos mis pecados son mortales.
Sin embargo, el dolor en las corvas y una ampolla en el hombro izquierdo -siempre el lado zurdo- me recuerdan mi condición de humano, demasiado humano, y siniestro, por la circunstancia de ser zurdo, se entiende. Singular recuerdo de Chiquinquirá.
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