(Foto de H. Darío Gómez A.) Un espectro se cernía sobre Bogotá durante la primera década del siglo pasado: el espectro de la clase obrera. Para conjurar ese fantasma y “A mayor gloria de Dios” , cómo no, la Compañía de Jesús importó de España a mediados de 1910 al padre José María Campoamor, S.J., quien debía establecer una obra social que lograra "la redención moral, económica e intelectual de la clase obrera" , es decir, adoctrinar a los trabajadores y a sus "Marías" para que no surgiera de su seno, pongamos por caso, una Flora Tristán, una Rosa Luxemburgo o peor aún, una vernácula María Cano que pusiera en peligro la propiedad privada. En otras palabras, se buscaba aplicar la doctrina social de la iglesia contenida en la encíclica “Rerum Novarum” del papa León XIII, con el fin de erradicar cualquier brote comunista del incipiente movimiento obrero capitalino, cuyas condiciones de vida bastante precarias constituían un caldo de cultivo (como dice
(Créditos foto: Sites.google.com) Salvo Unicentro, en los años ochentas del siglo pasado no había en Bogotá centros comerciales dignos de consideración. Pero en 1989 se inauguró Bulevar Niza, un novedoso edificio al noroccidente de la ciudad, ubicado en el cruce de la Avenida Suba con la calle 127. Su diseñador, el arquitecto Germán Samper, le imprimió un estilo particular como de buque futurista, con un enorme domo circular al centro y unas singulares estructuras metálicas de ventilación en sus extremos, parecidas a los manguerotes de las escotillas náuticas. Bulevar Niza e s un centro comercial generoso en espacios de circulación y luz cenital para deleite de sus visitantes. En el tercer nivel hay una superestructura concebida principalmente para los restaurantes, que simula, a mi juicio, el castillo de proa del barco ( y he aquí lo más encantador), donde se extienden varias terrazas, como las cubiertas generosas de un buque anclado a los pies del cerro de Suba, orie
Yo, francamente, supe hasta hace pocos años que el juego de palabras que utilizaba mi padre por chacota, para ponernos a pensar, se llama jitanjáfora. Es una figura gramatical que trastoca de manera deliberada las palabras para obtener un significado absurdo. Este artificio retórico aprovecha convenientemente el disparate y, en tal virtud, es caro a los niños que lo disfrutan más que la aburrida semántica. Según los entendidos, “una variante de este recurso vanguardista, consiste en alterar la morfología de las palabras dislocando sus morfemas y pasándolos a otras palabras adyacentes”. ¡Ah, caramba! En nuestra querida patria, un viejito que como estadista fue buen escritor (en su gobierno perdimos a Panamá mientras el rimaba de lo lindo), por buen nombre José Manuel Marroquín ( 1827-1908) , cultivó el juego de palabras en la modalidad antedicha. De su puño y letra es conocida la siguiente jitanjáfora: La Serenata “ Ahora que los ladros perran, ahora que los ca
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