Buzón de correspondencia devuelta

Hay cartas que nunca  se escribieron,  cartas que nunca se enviaron y cartas que nunca llegaron. Hay asimismo cartas que nunca se leyeron, cartas ficticias con motivaciones reales y cartas reales con motivaciones ficticias, epístolas, en fin, que regresaron, después de un periplo por la  imaginación afiebrada del peatón, al buzón de correspondencia devuelta.


( Foto de Mumuop, www.flickr.com) 

Por H. Darío Gómez A.

“La experiencia de muchos años en la crónica de éste género me dice que el lunes es el día del suicidio.”  Felipe González Toledo

Esta carta fue encontrada en el bolsillo  del uniforme camuflado de un  soldado  mutilado, que, estando en terapia de rehabilitación y sin mediar aviso, intentó pegarse un tiro.

“Mi teniente Soler:

Ayer en el circo supe que la amaba.  Disculpe que sea tan directo, pero usted es mujer antes que oficial. En otras circunstancias no me habría atrevido a escribirle estas letras, y menos aún a decírselas, no tanto por temor a  la sanción por irrespeto a un superior como por miedo a destrozar el último jirón que me resta de la víscera cardíaca. Mas ya nada importa. Al fin y al cabo, como reza mi historia clínica, soy un esquizoide lánguido e inestable. Y la locura, como el amor mi teniente, justifican la insensatez.

Durante los últimos seis meses mi vida -o lo que me dejaron de ella- ha sido pasto de médicos, fisiatras, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos y psiquiatras que intentan, con la mejor voluntad, recomponer los pedazos del cuerpo y del alma que un maldito día salieron a volar por cuenta de una mina antipersonal. Y todo por defender a la patria, una señora que no conozco y que tampoco ha venido a visitarme al hospital. A no ser que la patria sea una de esas damas encopetadas que vienen a entregarnos regalos y hacerse fotografías con nosotros en navidad. Pero no creo. Jaramillo dice que La Patria es un periódico de Manizales. Patiño sostiene en cambio que la patria, como el escudo, el himno  y la bandera, son páginas inertes de los textos de escolares  que nadie sabe interpretar.  Ambos coinciden, sin embargo, en que la patria es sólo un papel. ¡Que no los oiga mi sargento!

El hecho es que desde hace tiempo el personal del hospital viene y me pregunta, me lleva y me trae, me sondea, me ausculta, me sube y me baja, me inyecta, me diagnostica y me aconseja. Pero sólo usted, mi teniente, sólo usted me toca con sus dedos turgentes como gajos de mandarina; sólo usted  me roza con su epidermis de canela fresca. Sólo usted estimula y ejercita mis miembros mutilados con sus manos tiernas pero vigorosas como palmas de cera del Quindío. Hermosa profesión la suya mi teniente. No debería llamarse fisioterapia sino “caricioterapia”,  “abrazoterapia” o algo por el estilo. Por eso mi ilusión de cada día está puesta en nuestra cita con el sentido del tacto.

Y ayer domingo, cuando nos llevaron al circo de los "Hermanos Gasca" usted estaba más bonita que nunca, mi teniente. A pesar del camuflado y la bata yo había adivinado desde antes  la sutileza de sus redondeces. Pero ayer, al verla con su traje azul celeste pude contemplar en todo su esplendor la belleza de los astros que la adornan.  Soy cursi, mi teniente,  y no tengo remedio. Era soñador antes de prestar el servicio militar.

Usted se sentó a mi lado en la primera fila y en seguida aparecieron, como por arte de birlibirloque, los acróbatas del trapecio. Eran dos hombres de blanco y una muchacha  menuda con un vestido brillante y diminuto, parecido al empaque de un caramelo de menta.  La  niña se lanzó al vacío y dejó a merced del suelo la fragilidad de sus sueños. Yo cerré los ojos dando un grito de espanto. Entonces sentí su aroma de hembra espléndida y la firmeza de su mano apretando la mía. Tranquilo, me dijo.   Yo supe entonces que la amaba, mi teniente. Cuando abrí de nuevo los ojos, la muchacha del trapecio sonreía nerviosa ante el público expectante, como quien ha vuelto indemne a la vida después de haberse asomado por un instante al infinito.

Hoy lunes me ha informado mi capitán que pronto me darán de alta. Eso quiere decir que no  volveré a verla, mi teniente. Probablemente me atenderá en el futuro otra fisioterapeuta en  un dispensario de sanidad más cercano a mi casa.  Ayer, cuando usted tomó mi mano en el circo, sentí que me rescataba de mi salto al vacío. Hoy me dicen que debo saltar a mi nueva vida amputada sin contar con sus brazos para que me acojan al otro lado del trapecio, como a la niña de la envoltura del caramelo de menta. Y lo peor es que yo no veo por ninguna parte una red protectora. Mejor acabo con el fragmento de vida que me han dejado después del horror, y que sin usted no vale la pena.  Perdóneme, Amanda, no fui su mejor paciente. Adiós.”

Soldado Oquendo

El incidente, por fortuna, no causó daños que lamentar. El arma se disparó antes de lo previsto, impactando en el techo del pabellón. El soldado fue rápidamente controlado y luego sedado.  Al despertar, encontró en sus manos la siguiente nota:

“Soldado Oquendo:

 Si de algo le sirve, para mí, usted y yo somos hijos valiosos de esa señora desconocida a la que usted llama patria. Cuente con mis manos vigorosas como palmas de cera del Quindío para recibirlo al otro lado del trapecio.

Teniente Amanda Soler
Fisioterapeuta

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