Oficios varios y otros varios oficios I
La de oficios varios
La recogidita que es el ángel de la guarda del can,
y limpia los cristales para dar la bienvenida al sol.
La de los mandados, la del nombre olvidado,
esta niña, muchachita, indiecita,
la de piel tersa como canto rodado
y labios de mamoncillo que aún saben rezar
al Dios sordo de sus ancestros.
La que lleva en sus manitas de cieno el peso del canasto
y en los poros el recuerdo intacto de la hierba florida.
La que sirve el té con guantes de caricatura de Disney,
la de lavar y planchar, ¡Ay mi niña!, la de oficios varios,
la que nos barre el mundo por nada o casi nada,
la que juega con los colores de la infancia
escondida entre nuestra inmundicia.
créditos foto: de César Ángel www.flickr.com
lírica denuncia de la explotación del trabajo infantil
ResponderEliminarla regalada, la esclavita, la de adentro. !que triste realidad la de las niñas que trabajan como empleaditas del servicio doméstico.! Ojalá Dios y el gobierno se acordaran de ellas. Y a pesar de todo sigue viéndose la inocencia en sus ojitos tristes. Lindo poema, Darío
ResponderEliminarDarío: Podría decirse que ya nada podría escalar más bajo en la escala social, que la sirvienta explotada, pero me temo que hay quienes son todavía más tristemente explotadas.
ResponderEliminarEstoy escribiendo un relato en tres partes y te comparto la primera:
La tristeza
María se hincó sobre el duro suelo de cemento y percibió el olor a mugre y sudor de los hombres y mujeres que dormían a su alrededor sobre petates de palma vestidos con las ropas del día anterior y de muchos días atrás. Tanteó la bolsa de manta que le había servido de almohada y la abrió para sacar un pedazo de espejo, un frasco con blanco de zinc y un viejo lápiz labial de color rojo intenso. El espejo le devolvió la imagen de un rostro joven-viejo demasiado cansado y desnutrido, lanzó un suspiro resignado y procedió a pintarse la cara de payasito con la experiencia que le daba el haberlo hecho ya muchas veces, llenó sus dedos con el color blanco y se embadurnó una alba máscara, luego con el lápiz labial se dibujó una sonrisa que quiso ser cómica, pero resultaba patética, tal vez las lagrimitas como gotitas de sangre, que pintó bajo sus ojos, eran más reales.
En ese momento despertó Juanito, su hijo, gimiendo y pataleando, a sus ocho meses era el compañero de trabajo que tenía que cargar sobre la espalda, en las interminables horas que pasaba en medio del tráfico. Le indicó silencio llevándose un dedo a la boca, pero solo logró que llorara con más fuerza, entonces se dirigió al patio, donde se encontraba una pileta llena de agua, inclinándose metió el brazo en el líquido elemento y sacó un envase con un litro de leche que dejara la noche anterior, procedió a enjuagar una botella biberón y la llenó con el lácteo, después la cerró con una rosca y un chupón muy usado. Así, fría se la dio a su bebé, él ni siquiera lo notó, su hambre no discriminaba ningún alimento. Ella aprovechó el momento para cambiarle los trapos que hacían las veces de pañal y para ponerle una pijamita de franela, que parecía un lujo en medio de tanta miseria.
Sacó un rebozo de su bolsa y con maestría colocó al pequeño en su espalda, lo envolvió con el, ató sus puntas con fuerza a su cintura y salió a la calle a ganarse el pan de ese día.
Con cariño: La tía Ku
Sin duda, tía Ku, nuestros pueblos se hermanan en la iniquidad, y siempre los más pobres y vulnerables padecen las peores formas de explotación. Cuando pareciera que uno ha visto lo peor, siempre surge algo más infame. Por favor, envíame las otras partes de tu relato para publicarlas. Un fuerte abrazo.
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