Pequeñas narraciones intrascendentes VII
El peatón cuenta que...
Con alguna frecuencia entregan a los pasajeros del Transmilenio una tarjeta roja donde se lee: “Señor usuario: Para fines estadísticos, cuando llegue a su estación de destino deposite esta contraseña a la salida”. El hecho es que a usted no le entregaron el cartoncito colorado a la entrada, como a los demás pasajeros, y la omisión de la muchacha de la estación no dejó de perturbarlo, sobre todo por la explicación estúpida que tendría que dar a la salida del sistema por el hecho de no portar el cartón: “es que a mí no me dieron”, o alguna estulticia de un tenor parecido. Eso, en caso de no haber pasado desapercibido en su estación de destino. Pero acontece que usted fue transparente al salir. Insustancial como la niebla de la madrugada. Póngase a pensar en el asunto...
Ahora bien, si el incidente se repite en otro vagón, ojala el mismo día, entonces usted deberá empezar a preocuparse seriamente. En primera instancia, verifique si otros pasajeros se encuentran en su misma situación. Fíjese, pongamos por caso, en hombres con traje y corbata mayores de 45 años. Si ellos al igual que usted carecen de contraseña, podría ser que únicamente están censando a personas más jóvenes. Un parte de tranquilidad. Pero si no es así, o si nuevamente se repite la omisión de algún funcionario en una nueva estación, incrépelo exigiendo que le entregue una contraseña como a todo el mundo, para depositarla en la tómbola de la salida según mandan los cánones. Resulta odioso no ser tenido en cuenta así sea para inútiles encuestas burocráticas. Al fin y al cabo uno ocupa un espacio en el mundo, y de ello puede dar fe el principio de Arquímedes que se cumple con la rigidez de una sentencia, cada vez que uno desplaza a otro cuerpo de igual volumen al acomodarse en el expreso de las seis de la tarde.
En cualquier caso, si el dependiente de la estación de llegada no le exige depositar la tarjeta roja en la bolsita a la salida del vagón como a los demás vivientes (o malvivientes que para el caso lo mismo da), entonces si tendrá suficientes razones para entrar en pánico. Es muy probable que usted ya no forme parte de este mundo descreído y egoísta. En una ciudad de ocho millones de almas nadie notará su ausencia, o su insignificante presencia de código de barras, si prefiere. No obstante es importante salir de dudas; de manera que, por si acaso, busque un espejito de mano y acérquelo a su nariz para comprobar si aún le queda un resquicio de aliento vital.
créditos foto: www.transmilenio.gov.co
Con frecuencia, en el metro de la Ciudad de México me siento atrapado, al borde de la angustia. No me refiero sólo o principalmente a los apretujones sino al temor "metafísico", el de perder para siempre el gusto por el espacio, y ya nunca más sentirme a mis anchas.
ResponderEliminarEsto, mientras se me revela con estruendo mi falta de malicia corporal, mi inhabilidad para abrirme paso entre los agolpamientos de seres y camisetas y bolsas y preocupaciones laborales congeladas en gestos distantes. ¡Ay profeta Moisés, no se han de apartar en mi provecho las aguas del Mar Rojo! ¡Quién tuviera un cuerpo para la vida cotidiana y otro, más flexible y elástico, sólo para el metro!La persona se incrusta en la multitud y ahí se queda, anulada, comprimida, y sin siquiera fuerzas para deprimirse. Uno sólo se recupera al llegar al infinito de su recámara, que por unos instantes nos resulta pequeñísima.
Ante tu disertación, me pareció oprotuno este escrito del señor Carlos Monsivais, que hace algunas semanas se nos adelantó en el viaje. No sé si se fue en el Metro, pero de que se fúe, se fue, aunque dejó su vasta producción literaria como una herencia inmerecida.
Cariños: Doña Ku
Doña Ku. Tu extraordinaria colaboración al discurso del transporte masivo de cuerpos y de algunas almas, me viene como anillo al dedo. Fíjate que justamente ando leyendo el "Nuevo Catecismo para Indios remisos" de Carlos Monsiváis. Este hombre que seguramente se nos fué en el expreso de Caronte, nos dejó, para fortuna nuestra, todo su matalotaje de sabiduría. Gracias por regalarme otro motivo adicional de admiración a Monsiváis, y a tí, claro está.
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